Con los ecos del Clásico aún en los oídos, con la imagen de Messi en la retina, levantando su camiseta ante Madrid y el mundo como un alegato, a los amantes del fútbol en Cuba no nos queda otra que seguir adelante. Y adelante, junto a la recta final de la Champions y las ligas europeas, se dibuja el cierre del campeonato nacional 102.
Del cielo a la tierra, del paraíso al infierno, parece el salto. O más bien la caída. Esa es la distancia irracional que va de la pantalla del televisor, teñida de blanco y azulgrana, a los terrenos futbolísticos de la Isla, anhelantes y depauperados. Anhelantes de acoger algo más que la carrera contra reloj de la primera parte de un torneo –nombrado eufemísticamente Liga Cubana de Fútbol–, en la que los doce equipos involucrados apenas tuvieron un día para reponer sus fuerzas entre partido y partido.
El adjetivo “depauperados” no necesita mucha explicación.
Seis equipos, dos por cada una de las tres zonas eliminatorias, avanzaron a la hexagonal final. Lo hicieron luego de bregar como gladiadores sobre terrenos duros, secos, o, en su defecto, convertidos en lodazales tras la inesperada aparición de la lluvia.
Los seis han sido animadores habituales de las competiciones domésticas: Villa Clara, Cienfuegos, Camagüey, Santiago de Cuba, Las Tunas y Ciego de Ávila. Se extraña, eso sí, a Guantánamo y La Habana, segundo y tercer clasificados del campeonato anterior pero en horas bajas en 2017. Y a un Pinar del Río que, atascado en la lucha por el ascenso, no es ni la sombra de lo que alguna vez fue.
Una rápida mirada estadística revela que los doce contendientes en la primera fase promediaron menos de un gol por partido (0.97). En cambio, la sexteta que llegó a la hexagonal lo hizo por encima de la media (1.26). Los goles, que en este deporte son amores, fueron la razón manifiesta de su avance.
Los grupos eliminatorios, según dijo antes del comienzo del campeonato Antonio Garcés Segura, vicepresidente de la Asociación Cubana de Fútbol, se habían conformado “atendiendo a los resultados de la campaña anterior”. Esta “lógica” hizo coincidir en extraños concentrados a guantanameros con artemiseños y a habaneros con santiagueros. Con perdón de la representatividad geográfica.
Ello, sin embargo, no lastró la tan defendida y en verdad limitada “calidad deportiva”. Al menos no más que la renovación constante de los implicados –“hay mucha juventud en las nóminas”, había puesto el parche de antemano Garcés Segura –y el hecho de que varios de los mejores jugadores cubanos anden hoy desperdigados lo mismo por los Estados Unidos que por el anchuroso Caribe.
Por ello, como una exigua dádiva a los que continúan y también para los que se marcharon, los equipos que se batirán por el título tendrán hasta tres refuerzos de los conjuntos eliminados. No es una fórmula nueva en el fútbol cubano –como tampoco lo es en el béisbol, el baloncesto y otros deportes de la Isla– pero resulta más que justificada en esta ocasión.
Hombres como el delantero pinero Yoandri Puga, que vestirá la casaca de Santiago; los mediocampistas capitalinos Andy Baquero y Daniel Luis Sáez, que reforzarán a Villa Clara y Camagüey, respectivamente; y el defensa guantanamero Hanier Dranguet, desde ahora con Ciego de Ávila –todos con experiencia en la selección nacional– no merecían ser marginados de la etapa final. Como no lo merecía un torneo ya de por sí bastante descolorido.
La fase conclusiva se disputará desde este 29 de abril al 1ro de julio, con partidos de ida y vuelta entre los conjuntos sobrevivientes. La inauguración oficial de la hexagonal será en Zulueta, cuartel general de los villaclareños y, desde hace años, la mejor cancha futbolística de Cuba.
Que la apertura de la final sea en Villa Clara es un guiño evidente al favoritismo de los actuales campeones, máximos ganadores de títulos cubanos con 14. Los anaranjados acumularon 18 puntos en la fase eliminatoria, la misma cantidad que los tuneros, pero lideraron su grupo gracias al gol average.
Sin embargo, Santiago de Cuba fue el equipo más imponente en la eliminatoria. Los diablos rojos cubanos no lamentaron ni una sola derrota –ganaron 9 partidos y empataron 3– y pasearon la distancia en el mismo grupo en el que militaba un histórico como Cienfuegos y la decepcionante selección de La Habana.
Bajo la dirección del técnico italiano Lorenzo Mambrini, los santiagueros pudieran levantar ahora un trofeo que les ha sido esquivo. La temporada pasada acariciaron el podio pero finalmente cayeron a la cuarta posición. Este pudiera ser su ahora o nunca, su más calva oportunidad de reivindicación.
Pero si hay algo claro en el fútbol cubano es que en sus estrechos márgenes puede pasar de todo. O casi todo. Así que si Las Tunas o Ciego de Ávila se hacen finalmente de la corona, poco revuelo habrá más allá de la provincia ganadora. Si acaso.
En los próximos dos meses, los aficionados cubanos más entusiastas irán a sentarse a las durísimas gradas de los estadios y a chiflar, a favor y en contra, con el sol macerándoles el cerebro. Mientras, los aficionados promedio seguirán de vez en vez las noticias del campeonato, al tiempo que –al resguardo de la sombra– preferirán las transmisiones del fútbol europeo a los penosos intentos de televisar la liga local.
Los jugadores –y también los entrenadores, los árbitros, los organizadores–, que conste, no tendrán culpa alguna. Darán la cara lo mejor que puedan y rasparán sus piernas en la cancha aunque la victoria, si la consiguen, sea más alimento para la ingratitud que para el orgullo.
En un momento de efervescencia futbolística, en el que el llamado “deporte de las multitudes” le disputa con éxito al béisbol la preferencia de los cubanos –y en el que miles de niños y adolescentes emulan en cualquier esquina del archipiélago al pequeño barbudo rosarino o a su enconado CR7– el pretendido despegue del fútbol nacional pasa necesariamente por la revitalización del campeonato doméstico.
Pasa porque se le inyecten dinero y ganas. Porque los que juegan fuera puedan hacer también, si así lo quieren, sus gambetas en la Isla. Porque se encuentre la manera de que en nuestros estadios –que lucen como potreros en el más rabioso verano– la alegría de unos cuantos por unas horas llegue a ser el de muchos toda la temporada.
Mientras así no sea –y no me pregunten quién o cómo se pudiera lograr la alquimia: dejo las respuestas a su saber–, los amantes del fútbol en Cuba seguiremos rezando en sordina, entre la expiación y el estoicismo, una plegaria por la liga cubana, en tanto, a voz en cuello, gritamos los goles que se marcan al otro lado del Atlántico.
ojala y con una plegaria se pudiera resolver algo, tenemos una generacion q fue a un mundial sub-21 hace pcos años y medallista panamericana, perdiendose, es posible q tengamos un equipo sub-17 igualmente clasificados a un MUNDIAL y nada, no pasa nada, y de la visita d Infantino…….. bien gracias.