Es una película repetida; un filme que, sin embargo, todos quieren ver. Este jueves en Oakland, California, comenzará por cuarta vez consecutiva: los Golden State Warriors contra los Cleveland Cavaliers, en la final de la NBA.
Nadie ha chocado tantas veces en la disputa del anillo. Las franquicias de California y Ohio ya hicieron historia al lograr el pase a la escena decisiva, pero para ninguna de ellas resulta suficiente.
Quieren más, lo quieren todo.
La voracidad que las ha convertido en las máximas depredadoras del baloncesto rentado, solo podría saciarse –si acaso– con un nuevo título y la derrota de su único y verdadero rival. Su némesis y, a la vez, su razón de ser.
Porque sin la persistencia de los Cavs los chicos del Estado Dorado estarían incompletos, hastiados de liquidar enemigo tras enemigo sin importar la resistencia que puedan hacerle; y sin los Warriors, la ambición de los de Cleveland –y en especial de su megaestrella: LeBron James– no tendría la prueba definitiva de sus límites.
Con tanto ego y talento sobre la cancha, es difícil pronosticar un resultado. No importa que la película haya rodado ya tres veces y que los vaticinios e incluso las apuestas pongan a los californianos el cartel de favoritos. En un duelo con semejante pólvora, las explosiones pueden ser impredecibles.
El suspenso y las emociones están garantizados.
Choque de gigantes
En sus batallas anteriores, Golden State saca ventaja. En 2015 se llevaron la serie 4 triunfos por 2 frente a unos Cavs disminuidos por las lesiones, pero al año siguiente los de Ohio se desquitaron con una remontada legendaria –perdían 3-1 y terminaron venciendo 4-3– y un Rey LeBron en estado de gracia.
En 2017, en el choque que desempataba –momentáneamente– la porfía, los Warriors se pusieron su quinto anillo –el tercero desde que juegan en Oakland– con un apabullante 4-1 sobre Cleveland. La llegada de Kevin Durant, a la postre MVP de la final, fue el factor desequilibrante de la temporada y el anuncio de una presumible dinastía californiana en los años por venir.
Pero la campaña 2017-2018 no fue tan descollante como se pensaba –al comenzar, el 93 por ciento de los directores deportivos de la NBA dieron a Golden State como favoritos para el título– y el protagonismo en la etapa regular lo merecieron otros equipos: los Toronto Raptors y los Boston Celtics por la Conferencia Este, y los Houston Rockets por el Oeste.
En especial los texanos, con un James “La Barba” Harden incontrolable y el refuerzo de Chris Paul llegado desde Los Ángeles Clippers, dejaron claro que querían terciar en la pulseada por el cetro.
Sin embargo, los sempiternos rivales por la corona, con sus altas y bajas, lograron mantenerse en la avanzada y entraron a los play off con la idea de poner las cosas en su sitio. Y así fue.
Aun con el agua al cuello, un juego por debajo en las finales de Conferencias, Warriors y Cavs plantaron bandera apelando a su ADN ganador. El golpe final, por demás, lo dieron como visitantes frente a unos frustrados Rockets –heridos, ciertamente, por la lesión de Paul– y Celtics, que ya se veían destronando a los reyes. El rugido más alto de la jungla volvió a ser el suyo.
Hoy por hoy, no hay gigantes más empinados en el planeta NBA.
El mejor vs. los mejores
El duelo final de estos titanes tiene muchos incentivos. El primero, el anillo y la –nueva– consagración, pero también el imperio de uno u otro estilo de juego, de un baloncesto elevado a la máxima belleza y construido sobre esquemas distintos: la individualidad deslumbrante contra el engranaje –y el fulgor– colectivo.
Las esperanzas de los Cavaliers tienen un único nombre: LeBron James, un atleta portentoso, completo, capaz de cargar en su espalda al resto del equipo, jugar los 48 minutos de un partido y marcar 40 o más puntos como si fuese rascarse la nariz.
El Rey LeBron es un hombre con ocho finales consecutivas –a las cuatro con los Cavs se unen cuatro seguidas con los Heat de Miami–, con más de 1,200 puntos en estas lides –tercero histórico, a solo 71 del mítico Kareem Abdul-Jabbar– y líder indiscutible en anotaciones en play off con 6,755 puntos.
Este año, solo en la semifinal ante Boston marcó 234 puntos, para un promedio de más de 33 por partido. En la actual postemporada también ha promediado 9,2 rebotes y 8,8 asistencias. A sus 33 años tiene un lugar asegurado entre los más grandes de cualquier época y potencia suficiente para empujar a Cleveland hasta lo más alto.
Si consiguiera que alguno de sus escuderos diera la cara –Kevin Love, Jeff Green o el inconstante J.R. Smith–, la final pudiera ser de infarto.
En el bando contrario no existe un jugador como LeBron –que digo en Golden State, en el universo no hay nadie que actualmente le llegue a los hombros–, pero a falta de uno reinan cuatro all star, con una banca eficiente y una puntería endemoniada. Con toda lógica, los Guerreros pintan para repetir.
El siempre icónico Stephen Curry ha perdido aire desde que Durant llegó a la franquicia de California, y para colmo sufrió un esguince de tobillo, pero cuando calibra el cañón no hay pistolero más efectivo. El tercer cuarto del juego decisivo ante Houston dejó claro que su mejor versión es imparable.
Casi siempre a su sombra, Klay Thompson es menos mediático pero letal desde el perímetro y bien pudiera ser el arma secreta ante la defensa de Cleveland, la quinta peor durante la campaña regular. Al terminar la final quedará como agente libre y le vendría como anillo al dedo despedirse de los Warriors con su tercer campeonato en cuatro años. Si es que se despide.
Durant llegó hace dos años a redondear el quinteto de Oakland y a matar su hambre de triunfo, insatisfecha con los Oklahoma City Thunder. Sabe que por historia el rostro de los guerreros es Curry, pero no pretende discutirle el liderazgo ni el corazón de los fans, sino hacer lo que mejor sabe: anotar.
KD tiene el tercer mejor promedio histórico en finales de la NBA, con 32,9 puntos por partido, solo detrás de monstruos como Michael Jordan y George Gervin. Por si fuera poco, defiende como el más pinto y multiplica las prestaciones de un conjunto que pone sobre la duela barricadas como el también all star Draymond Green y el ahora lesionado Andre Iguodala, MVP de la final de 2015.
Fuera de la cancha, queda espacio para una pelea más silenciosa: la de un Steve Kerr, que con los Warriors ya igualó a Pat Riley como el único director técnico en luchar por el título en sus primeras cuatro temporadas, frente a un Tyronn Lue que le pisa los talones con los Cavs, al lograr su tercera clasificación a la final en sus tres campañas iniciales como entrenador jefe.
Entonces, ¿Cavaliers o Warriors? ¿Cleveland o Golden State? ¿LeBron o el cuarteto mágico de Curry, Durant, Thompson y Green? ¿Lue o Kerr? ¿La Conferencia Este o la Oeste? ¿California u Ohio?
Acomódense en sus asientos. Desde este jueves y hasta el 17 de junio –de ser necesario los siete juegos– rodará otra vez la película más vista y gustada de los últimos años en la NBA y en todo el baloncesto mundial. El show va a comenzar.