Montesquieu introdujo el término “terror” en el vocabulario político y lo consideró “la característica definitoria del principio rector del despotismo”. El concepto adquirió su resonancia histórica hasta el presente a raíz de la Revolución Francesa.
Sin embargo, el terror es una política muchísimo más amplia, e intrincadamente “escondida”. La Inquisición, la esclavitud —solo el barco de esclavos era ya un dispositivo de terror—, el fascismo y las “dictaduras de seguridad nacional”, la política del estado de Israel sobre la población palestina, no suelen ser tratados como facetas del concepto de “terror”, y este queda solo para la imagen de la guillotina.
El terror durante la revolución francesa fue, primero, la respuesta contrarrevolucionaria a la acción colectiva, el lenguaje de la burguesía reaccionaria y del poder colonial a los levantamientos populares y antiesclavistas. El terror, otra vez Montesquieu, es el principio del despotismo.
En contrario, Juan de Mariana, al afirmar el principio de la soberanía popular, sostuvo la necesidad de que el pueblo infunda “temor y aun terror” a los príncipes, y defendió “con refinados argumentos filosóficos la legitimidad del regicidio cuando el príncipe traicionase la confianza del pueblo”.
En sentido opuesto a Mariana, Hobbes (el muy antirrepublicano y antidemócrata de Hobbes) creyó necesario todo lo contrario: que fuese el monarca absoluto quien infundiese “terror” al pueblo.
Kant se preguntó por el rechazo que causarían los costos “demasiado horribles” de la violencia de la Revolución en Francia, pero entendía que ella se encontraba en los “corazones de sus espectadores”.
Hegel vio el reino del terror como un precio necesario para la transición a una constitución “establecida en armonía con el concepto de derecho” que serviría como “fundamento para toda la legislación futura”.
Marx consideró el Terror francés, por su lado radical, como “un procedimiento plebeyo”, para ajustar las cuentas a los enemigos de la burguesía: el absolutismo, el feudalismo y la pequeña burguesía. Por otro lado, lo consideró como “debilidad y susto” de la burguesía, allí donde los acontecimientos políticos superaron la disposición social y económica para un cambio radical.
Cuando Jeremy Bentham, en la lógica de Hobbes, aseguraba que los derechos naturales eran un “lenguaje terrorista” que conducía al Terror jacobino, se hacía eco de una acepción del Terror que se encuentra en documentos de la época revolucionaria: la que asegura que la Declaración de derechos es sinónimo de terror.
“Terror” es el término que emplean figuras comprometidas con el régimen colonial francés desde Saint Domingue (Haití): “Nuestra circunspección en ver a los estados generales transformarse en Asamblea Nacional se ha transformado en una especie de terror cuando hemos visto la Declaración de los Derechos del Hombre poner como base de la Constitución la igualdad absoluta, la identidad de los derechos y la libertad de todos los individuos”.
Esto es, los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fueron considerados como el terror entre los defensores de la esclavitud y “los prejuicios de color”.
David Walker decía en 1829 que Haití era “la gloria de los negros y el terror de los tiranos”. El “miedo a Haití” fue uno de los nombres que recibió el terror como sinónimo de revolución.
La canción interpretada por Gojira durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 fue “Ça ira”. Es una canción revolucionaria francesa. Para historiadores, es una dulce venganza contra la tradición de lectura conservadora de la Revolución Francesa, que François Furet impulsó y modernizó, justo en su bicentenario.
La actuación de Gojira, ubicada en la Conciergerie de París —donde fue encarcelada Marie-Antoinette antes de su ejecución—, es un poderoso recordatorio del legado de la revolución, y del legado del republicanismo, ideal sobre el que se han erigido numerosas mentiras, con poderosos vacíos, con fementidas traiciones, pero que recuerda siempre que la república es el camino del “Ça ira”: la esperanza popular contra la extrema derecha, contra la aristocracia (“Les aristocrates à la lanterne!” (¡Los aristócratas a la lámpara!) y “Les aristócratas, on les pendra!” (¡Colgaremos a los aristócratas), contra la desigualdad, contra el racismo, que recuerda que la dignidad es sinónimo de fraternidad, cuando aspira, y demanda, reciprocidad en la libertad.
La actuación de Gojira, y la elección de ese tema, con ese simbolismo, es una enorme lección a la cultura política mercenaria contemporánea, que solo ve violencia en los actos de los desesperados, mientras clama por un humanismo y un pacifismo que eternizan la injusticia, el principio primero del despotismo.
Nota:
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