Desde inicios de la colonización española de Cuba el abastecimiento de agua fue uno de los problemas más acuciantes que confrontaron los primeros pobladores de la Isla.
En cuanto a La Habana, los sucesivos traslados de su asentamiento tuvieron, entre otras motivaciones, la solución de este problema. Durante los primeros años de su ubicación definitiva, sus habitantes se abastecían de pozos situados en el entorno, cuyo subsuelo era rico en aguas subterráneas que se encontraban a poca profundidad. Otras fuentes aprovechadas fueron las del río Luyanó, que desemboca en la bahía, y las del río La Chorrera (hoy Almendares), que desemboca diez kilómetros al oeste de la ciudad. Las del primero tenían el inconveniente de su escasez en la temporada seca y su pobre calidad y las del segundo, su lejanía, pues se obtenían de un pozo situado dos kilómetros río arriba y había luego que transportarlas en toneles a bordo de pequeñas embarcaciones que navegaban a lo largo de la costa o en botijas a lomo de mulo por caminos difíciles.
Desde 1592, La Habana se surtió de agua a través de la Zanja Real, un canal abierto de unos diez kilómetros, y más tarde del Acueducto de Fernando VII, terminado en 1835. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, este sistema no podía satisfacer las demandas crecientes de una ciudad que ya tenía cerca de cien mil habitantes.
Fue por ello, que se encomendó al coronel de Ingenieros Francisco de Albear y Fernández de Lara la elaboración de un proyecto de conducción a La Habana de aguas de los manantiales de Vento, situados al suroeste de la ciudad. Albear presentó, en 1855, una Memoria de su Proyecto en la cual exponía el resultado de sus estudios que comprendía los antecedentes, las posibilidades de aprovechamiento de los acueductos anteriores, el cálculo de abastecimiento de agua a la ciudad, una valoración de las dificultades de captación de las aguas y una proposición del trazado del canal hasta un gran depósito. Este Proyecto fue aprobado en 1858 y las obras comenzaron en 1861.
Teniendo en cuenta la complejidad de los trabajos y las dificultades para su ejecución en el convulso período de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), Albear elaboró otros dos proyectos que complementaban el anterior, los cuales presentó en 1876: Proyecto del Depósito de Recepción y Distribución de las Aguas del Canal de Vento y Proyecto de la Distribución de Vento en La Habana.
El Proyecto de Conducción a La Habana de las aguas de los manantiales de Vento fue premiado con medalla en la Exposición Universal de Filadelfia en 1876 y, en la Exposición Universal de París de 1878, Francisco de Albear obtuvo medalla de oro, acompañada de la siguiente mención honorífica: “Como premio a su trabajo, digno de estudio hasta en sus menores detalles, y que puede ser considerado como una Obra Maestra”.
La inauguración del Acueducto de Albear, denominado así en honor a su creador fallecido el 22 de octubre de 1887, tuvo lugar el 23 de enero de 1893. El abastecimiento de agua a la ciudad de La Habana pudo entonces compararse ventajosamente con el de ciudades tan importantes como Londres, París, Nueva York, Berlín y Viena. Entre sus muchos méritos, los especialistas han señalado que se trata de una obra con un alto grado de actualización que la situaba al nivel de las más avanzadas del momento, con un enfoque ingeniero integral y coherente que abarcó armónicamente el rigor del proyecto con los aspectos económicos, ecológicos, éticos, estéticos, sanitarios y legales. Baste señalar, a manera de ejemplo de ello, que el acueducto diseñado por Albear lograba un costo por metro cúbico de agua suministrada muy inferior al que se obtenía en las ciudades mencionadas; que además, no consume energía, pues la conducción del agua se hace por gravedad sin necesidad de bombas; que todo el proyecto se realizó sin dañar el medio ambiente y cuidando no perjudicar la belleza del entorno y que el agua que suministraba era de excelente calidad.
En virtud de lo anterior, el Acueducto de Albear es considerado, una de las Siete Maravillas de la Ingeniería Civil Cubana. Le suministra a La Habana, aún hoy en día, cerca de una quinta parte del agua que recibe.
De lo que significaba esa obra para Albear, dejó constancia en los versos que conforman el soneto (inédito) que este autor copió del original escrito de su puño y letra gracias a la amabilidad de su biznieta, Doña Veneranda, que lo conserva en un marco, en su residencia de Madrid, situada en el ático de la Real Academia de la Historia:
Si la fortuna se empeñara un día
En reunir sobre mí todos sus dones
Y me dijera: es fuerza que abandones
En cambio ese canal que es tu agonía
Ni un instante, señor vacilaría
En despreciar su gracia y sus millones
Con tal de conservar mis ilusiones
Y terminar con bien esta obra mía.
Sé la lucha, la angustia sin consuelo
Que nos cuesta hallar la más pequeña gloria
Sé cuánto es esta pasajera y vana
Y con todo, es mi afán, mi solo anhelo
Que a mis hijos les deje esta memoria
De mi pobre paso por la vida humana