Fotos: Amauris Betancourt
Gibara, la Villa Blanca o Villa de los Cangrejos, es un pueblo lleno de magia y de sabiduría, donde el arte y las tradiciones se juntan con leyendas e historias que la distinguen como una ciudad de singular evolución y belleza, situada dentro de los asientos fundados en el antiguo departamento oriental de Cuba.
Ubicada entre los municipios de Rafael Freyre y Calixto García y con límites bien definidos al oeste con la provincia de Las Tunas, Gibara posee una extensión de 630 kilómetros cuadrados a los pies del océano Atlántico y muy cerca del municipio cabecera de Holguín, desde el que se llegaba antaño por medio del ferrocarril, cuyas estaciones de salida y arribo han sobrevivido el paso de los años en la inmediaciones de ambas poblaciones.
Declarada Monumento Nacional en 2004, la villa luce entre sus monumentos arquitectónicos de mayor valor la Batería Fernando VII, testimonio colonial de lo que fue la segunda ciudad más amurallada de la Isla, y que señala la fecha de partida de la historia fundacional, enmarcada según cronistas e investigadores a partir del 16 de enero de 1817.
Orgullosos, los habitantes describen la noche en que Isadora Duncan bailó en el Teatro de Gibara, considerado en su momento uno de los mejores del país, sin tener la posibilidad de precisar fecha alguna, aunque se asegura que todo fue obra de la casualidad y la rotura de la goleta en que viajaba, felizmente recalada en la costa de la villa.
Las fechas que sí pueden apuntar los gibareños hoy, son las relacionadas con las visitas permanentes del Premio Nacional de Cine Humberto Solás, quien tras filmar una y otra vez en Gibara, diseñó desde el interior de sus fortalezas lo que mundialmente se conoce como Festival Internacional de Cine Pobre, para desacentuar el abismo de los países menos desarrollados y diversificar las identidades nacionales.
Una de las locaciones más impresionantes de Gibara, filmada hasta la saciedad por cineastas de los cinco continentes, se encuentra ubicada en el centro de su plaza principal, llamada hoy Calixto García. Se trata de una espléndida réplica de la Estatua de la Libertad, colocada en la ciudad desde 1915, gracias a la contribución de los lugareños para disponer de un monumento que es símbolo universal y que también tiene sitio en Estados Unidos, Francia, Argentina, Austria, Alemania, Italia, China, Japón y España.
La iniciativa corrió a cargo de Enriqueta de la Torre y Delgado, quien desde un año antes librara la iniciativa para recaudar fondos. Otros nombres imprescindibles como parte de esta historia lo son el de la veterana de las guerras de independencia contra la metrópoli española Mercedes Sirvén Pérez-Puelles, encargada de develar el monumento, y el de Aurora Pérez Desdín, joven gibareña que sirvió de referencia para el rostro de la estatua.
Un gran pez aguja y un inmenso cangrejo coronan una de las plazas modernas situadas cerca de la entrada, donde se realizan importantes eventos culturales, que no descuidan las tradiciones que habitan por sí solas puertas adentro, para convertir al municipio en uno de los de mayor riqueza artesanal en la zona.
La tradición pesquera es responsable en gran medida de la imaginería de los objetos artesanales. Las grandes tarrayas empleadas para la pesca conforman una ejemplar mezcla de deshilados que emulan manualmente con los estilos milenarios de nuestro continente y con la impetuosidad industrial de la hilandería del municipio que constituye una de las más agradecidas fuentes de empleo de la villa.
Cerca de esta hilandería de leyenda se escucha el bregar constante del astillero gibareño, visitado a diario por la mirada curiosa de transeúntes y habitantes, especialmente la de los dueños de los pequeños botes que han visto pasar cientos de lunas esperando la orden de zarpar para ir de pesca, luciendo nombres e inscripciones que hablan del paso del tiempo y la tradición de las familias.
Este balneario natural de Holguín, ostenta un hermoso museo de Ciencias Naturales y otro de Artes Decorativas. En el primero, ocupan espacio prominente las especies propias de nuestra plataforma coralina; en el segundo, desde el esplendor alcanzado por la villa en cuanto al desarrollo de fachadas e interiores con énfasis en la belleza de lo utilitario, hasta un bello cuadro confeccionado a base de cabello humano y que es testimonio de un amor sufrido por una pareja disuelta infelizmente por una enfermedad mortal que se apoderó de la amada.
No por gusto, ante la situación política y el abandono de la región oriental por parte de la Corona, Gibara fue sitio, en tiempos de la colonia, de un desarrollo amparado en la necesaria supervivencia de la población, lo que patentó el actuar de todo lo bueno y lo malo que llega a las ciudades con amplia vista al mar, por lo que las narraciones relacionadas con filibusteros y contrabandistas no son ajenas a notables personajes de la oligarquía que no dudaron en enriquecerse.
Gibara conjuga en sí todos los atractivos para ser visitada una y otra vez por quienes prefieren ver transformaciones desde un sitio que al unísono parece detenido en el tiempo. En la actualidad asume un proceso de restauración de sus principales capacidades habitacionales y arquitectónicas que la convierten en destino obligado para un futuro cercano, aunque desde siempre haya tenido sus puertas abiertas para quienes en todos los tiempos prefieran lo diverso.