“Cuba es algo de lo que no he podido desprenderme nunca. Salí en el año 1993 por determinadas circunstancias –no me dieron otra opción– y fui a México, luego a Miami, pero apenas dos años de haberme ido regresé a La Habana y, desde entonces, he estado viniendo, al menos una vez cada doce meses. He participado en diversos eventos culturales como exposiciones de paisajes, he impartido charlas a estudiantes, asistí a la X Bienal de La Habana (2009) en una exposición con mis maestros –ya fallecidos, Servando Cabrera Moreno y Antonia Eiriz–, y en una muestra colectiva que organizó Kcho (Alexis Leiva Machado) en el Convento de San Francisco de Asís. Cuando vengo pinto cerámica, pero siento que, realmente, nunca me he ido de Cuba. En 1995 descubrí Costa Rica y allí me establecí”.
Estas declaraciones fueron ofrecidas, en entrevista exclusiva a OnCuba, por el reconocido pintor, grabador y escultor Tomás Sánchez, considerado el más cotizado de los artistas contemporáneos cubanos, y quien afirma con vehemencia que siempre ha sido partidario de que existe una sola cultura cubana: “donde quiera que hay un cubano haciendo arte –ya sea pintura, literatura, cine o cualquiera otra manifestación– aunque sea en el Polo Norte, eso es cultura cubana. Esa idea la sigo defendiendo y continuaré participando en la vida cultural de los Estados Unidos y en la vida cultural de Cuba. La cultura cubana es una y, a la vez, múltipley diversa, y tienen que existir diferentes puntos de vista que estén en contradicción y diálogo porque, de lo contrario, se encasilla y se quiere imponer una misma idea sobre todo el mundo, y esa postura conduce a la decadencia”.
Nacido en la centro-sur provincia cubana de Cienfuegos (Aguada de Pasajeros, 22 de mayo de 1948), Tomás Sánchez tuvo una “infancia hermosa”, según afirma, pero su salud no lo acompañó porque padecía de una “artritis y a los siete años hice crisis y estuve inválido por un largo tiempo; pasaba gran parte del día en el patio de la casa, tirado en el piso, dibujando”. Recuerda que su madre lo sensibilizó con la naturaleza y también su abuelo, quien fue jardinero de uno de los centrales propiedad del magnate azucarero Julio Lobo: “las conversaciones con mi abuelo eran sobre dos temas: España y las plantas. En las tardes mi madre se sentaba junto a mí a y mi hermano a contemplar la caída del sol: era un ritual. Ella me regaló una pared de la casa para que dibujara y cuando en ese espacio ya no cabía nada más, la pintaba de blanco para que yo pudiera continuar dibujando”.
En 1964 ingresa en la Academia de Artes de San Alejandro y, según cuenta, su llegada fue la de un campesino deslumbrado: “recibía clases en la sesión de la tarde en la que la mayoría de los alumnos eran mayores que yo y, a veces, me sentía fuera de grupo, no obstante me integré muy bien. Tuve profesores que me dieron gran afecto y los recuerdo con gran cariño; aprendí técnica, a poner color, a aplicarlos y a mezclarlos: San Alejandro me ofreció herramientas, pero me ahogaba la rigidez de la academia porque yo quería hacer arte moderno, experimentar. Un día leí en una revista Cuba un artículo sobre Antonia Eiriz y quedé absolutamente impactado”.
Confiesa Tomás Sánchez que se siente eterno deudor de Eiriz: “una persona que estimulaba la creatividad y que decía, con absoluta sinceridad, lo que pensaba. Eso me conmovió. Cuando me hablaba duro me di cuenta de que lo hacía porque me quería. Es una de las personas que más he amado en mi vida”.
La Escuela Nacional de Arte, ENA, de la que se graduó en 1971, fue una experiencia definitoria: “al llegar a Cubanacán, yo, que me consideraba un loquito, me sentí rodeado de otros, igualmente locos y me dije: ¡este es mi lugar!”. A partir de 1976, en la ENA, comienza a impartir clases y lo designan jefe de Cátedra de Grabado, experiencia que le sirvió de mucho: “me fascina compartir; soy un individuo que me encanta estar solo para meditar, y me encanta, después, compartir con todo el mundo. He sido muy solitario y muy social al mismo tiempo, es un balance entre las dos cosas. El ser profesor me hizo aprender nuevas cosas para, luego, enseñarlas y disfruté muchísimo como maestro, aunque era un reto. Con cincuenta y seis alumnos haciendo litografía, estaba ejercitándome cincuenta y seis veces. Tuve la gran suerte de encontrarme con alumnos de inmenso talento como Flavio Garciandía, Rogelio López Marín (Gory), Cosme Proenza, Moisés Finalé, Zaida del Río, Pablo Borges, Gustavo Pérez Monzón, entre otros muchos”.
El año 1980 fue decisivo en la vida de Tomás Sánchez porque, al obtener el Premio Internacional de Dibujo “Joan Miró” (XIX edición), se inicia su meteórica carrera: “fue excelente y, además, estuvo rodeada de eventos mágicos y me dio la convicción de que –a través de tantos años de meditación– estaba conectándome con algo que, a la vez, está conectado con todo. También me sirvió para sentir un respeto muy profundo por las religiones afrocubanas, aunque no practico ninguna”.
Tomás Sánchez es un artista que se mueve entre grandes cuerdas o temas: paisajes, basureros y crucifixiones, que alterna o combina y es por eso que no le parece correcto que le hablen de etapas: “las crucifixiones las asumí desde que estaba en la escuela y han sido una constante, los basureros los comencé en los ochenta y los continúo y los paisajes, tengan figura humana o no, son un reflejo de la mente en calma. No pinto paisajes sino estados de mente. No empecé representando grandes paisajes de la naturaleza sino haciendo el solar yermo más cercano, o sea la naturaleza suburbana, y no el gran paisaje que, después, fui descubriendo como la inmensa selva tropical o las grandes orillas, los ríos y lagunas. Eso fue apareciendo más tarde pero, en un principio, era la necesidad de expresar lo que estaba sintiendo. Era un culto a la naturaleza. Mi paisaje se mueve entre el todo y las partes”.
Cultor del detalle, asegura que cuando pinta siente la urgente necesidad de expresar la diversidad: “en muchas de mis pinturas vas a encontrar el contrapunteo entre los espacios totalmente blancos –sin trabajar, el papel o el lienzo absolutamente puro– y los espacios densamente elaborados en todos sus detalles. Disfruto haciendo detalles y hay un concepto filosófico detrás hasta el punto que olvido si el cuadro era para la semana que viene y dejo de participar en todo y no me importa. Para mí lo más grande de mi trabajo es el disfrute de hacerlo”.
Ratificó a OnCuba que desde el año 2005 no hace una exposición comercial, y aunque sabe que algunos críticos opinan que es el artífice de la reivindicación del paisajismo cubano, sugiere a todos los pintores que busquen dentro de sí mismos y hagan su propio paisaje y plasmen sus personales sensaciones.
Tomás Sánchez, quien gentilmente conversó por más de hora y media con OnCuba, subrayó que su más reciente visita a La Habana tiene dos propósitos esenciales: hacer una pieza con la que participará (en abril) en un proyecto colectivo denominado Alboroto quieto –que encabeza el escultor Tomás Núñez (Johny), e incluye a treinta y seis artistas que intervendrán un soporte cerámico–, y valorar la posibilidad de concretar una muestra en La Habana. “Desde hace muchos años quiero hacer una exposición personal en Cuba. Creo que eso hará reflexionar, incluso, a muchos de los seguidores de mi paisaje porque se van a dar cuenta de que no soy solo un paisajista –no discrimino que alguien sea solamente un paisajista– pues tengo muchas inquietudes que las estoy expresando a través de mi arte”.
Ojalá ese sueño de Tomás se consolide y podamos aquí, en Cuba, apreciar sus paisajes, sus esculturas, el arte-objeto que está desarrollando, sus cajas con imágenes que se multiplican en espejos, quizás hasta algunos diseños de joyas en los que esta inmerso y, seguramente, una selección de sus fotografías, arte que cultiva, también, con gran éxito. ¡Enhorabuena!
Un pintor que me emociona