Este domingo, Nayib Bukele logró una aplastante victoria en las elecciones de El Salvador que lo coloca en las puertas de un segundo mandato.
La elección fue excepcional no solo por el resultado del partido oficialista Nuevas Ideas —más del 83 % de los votos, de acuerdo con el recuento provisorio del Tribunal Supremo Electoral. También, porque Bukele fue reelecto en un país cuya Constitución prohíbe la reelección en al menos seis de sus artículos, y lo hizo con el visto bueno de los poderes que debían velar por el cumplimiento de dicha Constitución: el legislativo y el judicial.
El mismo domingo, al anunciar su triunfo, Bukele habló del “porcentaje más alto de la historia”; dijo que la democracia de El Salvador estaba rompiendo récords y anticipó que su partido había ganado la Asamblea Legislativa casi en su totalidad, dejando abierta la posibilidad de un régimen de “partido único” en el poder legislativo.
Aquí las 5 claves para entender el resultado de las elecciones en El Salvador:
1. Un país desencantado con la política
El camino de Bukele hacia el poder casi absoluto en El Salvador no ha sido lineal, aunque el terreno estaba allanado gracias al fuerte descontento que reinaba en el país por los altos índices de violencia y corrupción. Los diez años previos a su primer triunfo presidencial en 2019, tanto en la alcaldía de Nuevo Cuscatlán como en la de San Salvador, Bukele contó con el respaldo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la antigua guerrilla de izquierda que, dos décadas después de terminada la Guerra Civil, se convirtió en uno de los dos partidos mayoritarios del país.
Sin embargo, primero en 2019 y luego este domingo, Bukele decidió borrar con el codo lo que escribió con la mano, optando por explotar su figura como outsider de la política, reclamando para sí la idea de una “tercera vía” contra el bipartidismo y explotando la narrativa de David contra Goliat. ¿Por qué? Analistas aseguran que, tras varios sondeos de opinión, Bukele llegó a la conclusión de que el apoyo al FMLN y a Arena no era tan fuerte como se creía, y comenzó a hablar de sí mismo como un ciudadano “de a pie”, decidido a enfrentarse a lo que llamó “grandes maquinarias electorales”.
Cinco años más tarde, y de cara a una nueva elección, esa narrativa contra los partidos políticos y el llamado establishment continúa. Y su continuidad tiene sentido: fuera de El Salvador no son pocos los líderes que han logrado imponerse electoralmente con discursos similares, desde Donald Trump en Estados Unidos hasta Javier Milei en Argentina, pasando por Jair Bolsonaro en Brasil o incluso Geert Wilders en Países Bajos.
2. Un publicista en la Casa Presidencial
Antes de meterse en política, Bukele trabajó más de una década en la agencia de publicidad de su familia, Obermet, que en varias oportunidades estuvo a cargo campañas electorales del FMLN. Además de un contacto con la plataforma que más tarde le permitiría dar el salto, Bukele obtuvo en esos años la experiencia en comunicación política que necesitaba. Lejos de verse limitado por cuestiones ideológicas, para “el presidente millennial” esta etapa sirvió de laboratorio: pensó cómo vestir a los candidatos, pensó los colores y pensó las tipografías de los carteles que estarían pegados en la vía pública. Ensayó. Y cuando llegó su momento, supo cómo hacerlo.
Entonces, sabía que las redes sociales serían su canal de comunicación, aunque nunca improvisó: sus mensajes eran precisos, cada uno apuntaba a una audiencia específica y todos eran coherentes con su narrativa de buenos y malos, en la idea de sí mismo como el vengador de los ciudadanos comunes.
La estrategia comunicacional estaba regida por lo que para Bukele a esa altura ya era un oráculo: los sondeos de opinión. Hacía y decía lo que los sondeos le indicaban, incluso cuando éstos lo llevaban a enviar mensajes contradictorios. Por eso, los analistas indican que Bukele es un político ultra pragmático y desideologizado, lo que le ha permitido a lo largo de la campaña primero y, en la presidencia después, actuar en función de sus necesidades aun cuando eso implique ir contra su propio discurso.
3. El enviado de Dios
La dimensión divina ha tenido un peso importante tanto durante la presidencia de Bukele como en sus campañas electorales.
“Dios quiso sanar nuestro país y lo sanó”, dijo durante el discurso en el que proclamó su victoria electoral. Y siguió, apuntando contra los medios extranjeros presentes en la celebración: “Déjennos dar la gloria [a Dios] si así lo queremos. ¿En qué les afecta, en qué les molesta?”. “Tal vez les afecta el ejemplo porque tal vez las poblaciones de sus países, a los que les han metido el ateísmo, vuelvan a creer en Dios”, continuó.
Aunque Bukele proviene de una familia con tradición musulmana, él mismo ha dicho que cree en Dios “más allá de las religiones”. Además de sus propios dichos en los que ha sugerido ser un enviado y que Dios lo va a ayudar en el combate a las pandillas, en las redes sociales ha circulado un discurso entre sus seguidores que lo emparenta con Jesucristo, o que habla de él en tanto “enviado”.
Este domingo, Bukele reforzó su liderazgo mesiánico al asegurar que “gracias a Dios y gracias a este pueblo noble y unido, ustedes han visto como El Salvador [dejó] de ser el más inseguro”. Y concluyó: “Ahora, en estos próximos cinco años, esperan a ver lo que vamos hacer, porque seguiremos haciendo lo imposible y seguiremos demostrando al mundo el ejemplo de El Salvador”.
4. El milagro de Bukele
Pero si el discurso mesiánico de Bukele ha penetrado tanto entre los salvadoreños es porque muchos han sido testigos de un milagro comparable con hacer retroceder el mar o multiplicar el pan y el vino: terminar con la violencia de las pandillas en las calles.
El país que alguna vez tuvo las cifras de criminalidad más altas de Centroamérica y una de las más altas del mundo ahora presume de una reducción abrupta de las cifras de homicidios, las más bajas de su historia, de acuerdo con los números del Gobierno.
Según datos oficiales de 2024, 2023 marcó el número de homicidios más bajo de que se tenga registro en El Salvador, con un total de 154 homicidios, para una tasa de 2,4 por cada 100 mil habitantes. Los mismos datos muestran una abrupta caída en la tasa de homicidios, que era de 106,3 por cada 100 mil habitantes en 2015. Yendo más atrás en el calendario, en 1994 El Salvador reportaba nada menos que 134,78 homicidios por cada 100 mil habitantes.
El “milagro” —en el que parece haber mediado un acuerdo entre Bukele y las pandillas, según reportes periodísticos— se gestó a costa de sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas durante el llamado “régimen de excepción”, según organizaciones internacionales. De acuerdo con un reporte de 2022 de Human Rights Watch, desde que inició el estado de excepción en marzo de ese año, se llevaron a cabo “detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas y otros malos tratos en detención, así como sobre las circunstancias de las muertes bajo custodia”. Amnistía Internacional, en tanto, aseguró en un informe de diciembre de 2023 que en El Salvador se estableció una profundización de un enfoque punitivo y represivo en materia de seguridad pública, no hay un debido proceso penal debido al debilitamiento de la independencia judicial, y existe tortura y malos tratos hacia las personas privadas de libertad.
La mano dura, con todo, es celebrada aun en las comunidades afectadas por los abusos de los militares, si es a cambio de una tranquilidad en las calles que el país ya había comenzado a olvidar.
5. Una democracia que camina, pero renguea
Tras la arrasadora victoria electoral del domingo, hay interrogantes sobre el futuro de la democracia en El Salvador. Aunque los comicios parecen haber ratificado la centralidad de la democracia como la herramienta política de las mayorías, hay dudas sobre cómo se ajustarán los engranajes institucionales durante los próximos cinco años.
Hay motivos que respaldan la incertidumbre sobre el futuro, y están vinculados nada menos que con las acciones de Bukele en el pasado. Tras su llegada al poder, el presidente protagonizó un primer episodio de amedrentamiento al poder legislativo, al irrumpir en la Asamblea Legislativa con las fuerzas de seguridad y con una manifestación en la puerta. El enfrentamiento terminó cuando la Asamblea fue controlada por una mayoría oficialista, tras el triunfo del partido de Bukele en las elecciones legislativas.
Una vez que contó con el apoyo de la mayoría en el Congreso, Bukele fue por la Justicia. Destituyó al fiscal general y reemplazó a la Corte Suprema con nuevos miembros, que más tarde lo habilitarían a ir por la reelección, cuestión prohibida por la Constitución.
Así, el bukelismo tiene montado un régimen fuertemente controlado por el ejecutivo, en el que cuestiones como la disidencia y la libertad de prensa están lejos de ser garantizados. Los resultados electorales, sin embargo, podrían confirmar que una mayoría de los salvadoreños ha optado, una vez más, por “el dictador más cool del mundo”, como él mismo se ha definido en respuesta a sus detractores.