Este domingo los brasileños deciden si se van a la izquierda o siguen envueltos en la neblina religioso-populista de la derecha.
Viven en un país ferozmente polarizado, al final de la jornada van a votar contra los candidatos que más desprecian, porque a ese estado ha llegado la política brasileña. El domingo no se vota a favor sino en contra.
Por un lado, la izquierda tiene al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que exhíbe como tarjeta de presentación de su trayectoria la mejora de vida de los brasileños mientras fue presidente de 2003 a 2010 con la “bolsa familia”, por ejemplo, y se compromete a cuidarlos nuevamente.
Por el otro aparece el presidente Jair Bolsonaro, quien se opone a Lula, y hace llamados a los conservadores religiosos, algunos de corte fascista, y afirma que el regreso del expresidente al poder traería consigo el comunismo, la legalización de las drogas y el aborto.
Durante meses parecía que Lula se dirigía a una victoria fácil. Las encuestas de opinión pueden ser anticipos muy poco confiables de los resultados de las elecciones, sobre todo en una nación enorme y en expansión como Brasil. Pero analistas y políticos coinciden en que la carrera se ha vuelto reñida.
En su agresiva campaña, llena de fake news y mensajes engañosos en Facebook y Twitter, Bolsonaro ha llegado al punto de criticar a los jueces de la Corte Suprema, incluso a los que nombró, y de acusarlos de complicidad con su contrincante. Y ha puesto en duda con insistencia la confiabilidad del sistema de votación electrónica de la nación, lo cual, según han advertido muchos analistas, constituye una señal clara de que podría rechazar los resultados de las elecciones, como lo hizo el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, a quien admira.
El presidente brasileño, que dice odiar el socialismo, ha tenido pocos problemas a la hora de gastar grandes sumas de dinero en los pobres en el período previo a la segunda vuelta. Incluso en los últimos días la prensa brasileña ha hablado de compra de votos en el noroeste, donde en la primera ronda Lula sacó a su núcleo duro electoral.
Bolsonaro, sin embargo, amplió el programa de asistencia social más grande de Brasil, otorgó vales de gas para cocinar a brasileños de bajos ingresos, entregó 500 millones de dólares a taxistas y camioneros, y anunció un programa para perdonar hasta el 90% de las deudas bancarias estatales a unos 4 millones de personas.
Desde julio se han sumado 3 millones de familias adicionales al programa insignia de asistencia social. Costó 12 700 millones durante los primeros diez meses del año, según datos del Ministerio de la Ciudadanía.
“Nunca se ha arrojado esta cantidad de dinero a la gente al mismo tiempo, y nunca nadie ha utilizado la maquinaria de una manera tan audaz como lo está haciendo Bolsonaro”, dijo a la agencia AP el analista político independiente Thomas Traumann.
El Partido de los Trabajadores de Da Silva, que tradicionalmente obtiene el apoyo de los pobres, además de alertar sobre el desenfrenado incremento de la deuda pública, subestimó cómo Bolsonaro usaría los entresijos del poder, enfatizó Traumann.
Por otro lado, los analistas sostienen que Lula ha actuado en ocasiones como si la victoria estuviera asegurada, como si simplemente se le acabara el tiempo. La primera vuelta electoral del 2 de octubre fue una llamada de atención: Bolsonaro superó significativamente las encuestas que él y sus aliados descartaron durante mucho tiempo por considerar que subestimaron su apoyo. Algunas indicaron a Lula por delante por dos dígitos; Bolsonaro terminó cinco puntos abajo. Más de lo proyectado.
Aun así, el expresidente se ha centrado en encender la nostalgia por su mandato, cuando Brasil se convirtió en la “B” en el grupo BRICS de naciones emergentes y decenas de millones de personas ascendían a la clase media, comían bien y viajaban. Brasil llegó a ser la sexta economía del mundo. El hombre universalmente conocido como Lula ha prometido un regreso a esos días de gloria, pero sin detallar planes acerca de cómo los llevará a cabo.
“La campaña de Lula es sobre el pasado; esa es su mayor fortaleza y su mayor debilidad”, dijo Brian Winter, vicepresidente de políticas de America’s Society-Council of the Americas. “Lo que hace que la gente quiera votar por él es el recuerdo de los años de auge de la década de 2000. Pero su falta de voluntad o incapacidad para articular nuevas ideas y traer caras nuevas lo ha dejado algo indefenso mientras Bolsonaro cierra la brecha”.
La mayoría de las encuestas muestran ahora al expresidente con una estrecha ventaja. El 22 de octubre su partido, el PT, publicó un video en el que dice que solo ganará si todos votan. Traumann señaló que el tono marcaba un claro desvío del exceso de confianza anterior.
Años después de la revelación de la corrupción masiva del Partido de los Trabajadores, algunos votantes se tapan la nariz y respaldan a Bolsonaro, incluso quienes no están de acuerdo con su cruzada cultural-guerrera o lo culpan por muchas de las casi 70 000 muertes por la COVID-19 en Brasil, y la peor deforestación de la selva tropical en la Amazonía en quince años.
“Esta es una elección de rechazo, no una elección de elegir quién representa mejor los ideales de uno”, puntualizó dijo Thiago de Aragão, director de estrategia de Arko Advice. “La mayoría de los partidarios de Bolsonaro no necesariamente aman a Bolsonaro o lo respaldan, pero odian más a Lula. Y viceversa. Son dos de los políticos más rechazados en la historia de Brasil”.
En abril Lula sorprendió a electores y analistas cuando nombró al centroderechista Geraldo Alckmin, un antiguo rival, como su compañero de fórmula, parte de un esfuerzo por crear un frente amplio a favor de la democracia para contrarrestar a Bolsonaro.