Estaba celebrando el día de los padres fuera de casa cuando me avisaron de que “esto ya se cocinó” con una imagen mostrando a Gustavo Petro con el 51,07% de los votos y a Rodolfo Hernández con 46,68%. Eran casi las cinco de la tarde en México, a esa hora la diferencia en el conteo de votos era casi imposible de remontar. Llamé a mis compas colombianas y todas me respondieron lo mismo: “¡Ganamos, ganamos!”.
Se me hizo un nudo en la garganta entre la emoción y el llanto contenido. Buscando noticias o imágenes que lo corroboraran, me envían una de la tele en Colombia que daba por ganadora la fórmula del Pacto Histórico en segunda vuelta, Petro como presidente y Francia Elena Márquez Mina como vicepresidenta. Pensaba en ella, qué estaría sintiendo, cómo estaría en esos instantes de triunfo electoral.
Por primera vez una mujer negra, periférica y subalterna sería Vicepresidenta de un país con una altísima conflictividad social y política, y con una historia lacayista ante poderes imperiales y corporativos. A pesar de que muchas agencias de noticia solo mencionen al exguerrillero y anterior senador y gobernador de Bogotá, Gustavo Petro, esta victoria no hubiese sido posible sin el empuje y el capital político de la gran Francia Márquez.
Al contrario de lo que muchos pretenden instaurar para borrarla de esta victoria, la también líder medioambiental tiene su programa político llegando a ser la tercera candidata más votada en las preliminares. No es ningún simbolismo maniqueo, eso es lo que quieren hacer creer las fuerzas hegemónicas racistas, misóginas y clasistas.
Su irrupción en la política no es reciente. Dada su fuerte oposición a la explotación minera indiscriminada y a la entrega fraudulenta de títulos mineros a multinacionales sin consulta previa, que provocaba el desplazamiento forzado de las comunidades negras y el impacto negativo contra el medio ambiente y el ecosistema hidrográfico del Valle del Cauca, fue nombrada representante legal del Consejo Comunitario del corregimiento de La Toma de Suárez entre 2002 y 2007.
Así, interpuso una acción de tutela con base en la violación del otorgamiento de título inconsultos y en la defensa del territorio de una comunidad ancestral como La Toma, impidiendo las órdenes de desalojo también mediante acciones movilizativas.
Asimismo, mediante la Asociación de Consejos comunitarios del Norte del Cauca ha exigido la garantía de los derechos humanos del pueblo afrocolombiano, no solo de esa región, sino también de todo el país. Siendo integrante de la Organización Proceso de Comunidades Negras, fortaleció los procesos organizativos de las comunidades negras para la resistencia contra la minería y sus actividades ilegales, mediante la creación de espacios de vida digna.
Estas actividades la llevaron a ser presidenta de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes de Yolombó, con la que organizó la Marcha de los Turbantes de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios ancestrales. La movilización llegó hasta Bogotá, logrando en el 2011 el reconocimiento como sujetos de reparación colectiva a 27 consejos comunitarios del Norte del Cauca.
Para el 2015 fue nombrada Defensora del año recibiendo el Premio Nacional por la defensa de los derechos humanos en Colombia, en especial por su liderazgo en “La marcha de los Turbantes”; en el 2016 participó en los diálogos para la Paz entre el gobierno de su país y las FARC-EP logrando como resultado el Capítulo Étnico para la Paz; en ese mismo año realizó el primer Encuentro de Mujeres Afrodiaspóricas por el cuidado de la vida y los territorios ancestrales con la presencia de mujeres de todos los rincones de Colombia y del extranjero también; y en el 2018 le otorgan el Premio Goldman de medio ambiente.
Este recorrido (muy sintetizado) le hizo ganar poderosos enemigos por los que ha sufrido amenazas y atentados directos contra su vida con armas de fuego, como el acontecido durante una reunión en el 2018 con la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca.
Hija de madre partera, agricultora y minera, y de padre también agrominero, Francia Márquez trabajó desde adolescente como minera de oro artesanal en su comunidad y luego como empleada doméstica en Cali. Con 16 años fue madre sola y, pasados los años, ya con su segundo hijo, logró titularse de abogada.
Desde que Márquez Mina llegara como candidata a la Cámara de Representantes del Congreso colombiano en el año 2018, sabía la importancia y potencia de las luchas colectivas, de las voces de los pueblos marginalizados a los que ella pertenecía y, sobre todo, de la vital y urgente necesidad de trasladar las experiencias de vida de estas comunidades en la proyección política del país.
Por eso se lanza a la candidatura presidencial con el movimiento llamado Soy porque somos. Frase que proviene de la palabra Ubuntu, de origen sudafricano. Ubuntu, que en zulú significa “una persona es una persona a causa de los demás” y que fuera asumida también por el icónico Nelson Mandela, ha sido la filosofía organizativa y comunal que ha modelado, no solo la irrupción electoral de Márquez Mina, sino toda su trayectoria política. “Soy un eslabón de la cadena y la cadena no se rompe aquí”, “Soy porque somos”, ha reiterado en varios pronunciamientos públicos. En efecto, su triunfo no ha sido a título personal, sino que representa el de todas las comunidades negras, rurales e indígenas de ese país.
“Yo represento a los nadies y a las nadies de Colombia” y “Es hora de que los nadies y las nadies nos pongamos de pie”, han sido de las frases más potentes de su quehacer político. Inspirada en el escrito del querido escritor uruguayo Eduardo Galeano, los nadies y las nadies son los sujetos subalternizados por la negritud, por el origen territorial periférico, por la pertenencia étnica, por ser mujeres sobre todo empobrecidas, o por no contar en las historias oficiales.
“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.”
En una de las conversaciones con Ángela Davis, y que considero un invaluable documento histórico, Francia sintetiza y a la vez ahonda en su programa político: “ocupar el Estado para ponerla al servicio de la vida”. Sobre todo, ocuparlo de mujeres negras en distintos espacios, ocuparlo de las personas subalternizadas históricamente. Dice que ese es su sueño, por más que sepa que el color de la piel no garantiza la disputa por los derechos de los y las de abajo. Sin embargo, llegar al Estado en un país altamente racista, misógino y clasista como el suyo (dicho por ella misma) es una vía fundamental para despatriarcalizar y descolonizar nuestras sociedades. Sabe, y es un ejemplo de ello, que sin las luchas de las mujeres racializadas y sin la herencia de la resistencia ancestral, la justicia antirracista y antipatriarcal no sería posible.
Márquez Mina se ha pronunciado determinantemente y sin resquemor contra el Plan Colombia, contra la implementación de las políticas antidrogas que provocan el encarcelamiento de la gente negra y empobrecida, que desplaza forzosamente a las comunidades, y ha denunciado que esos programas son impulsados por los distintos gobiernos de los Estados Unidos y sus planes prohibicionistas. “En términos de la droga no ha sido eficaz y lo que ha servido es para poner los muertos en los territorios y para dejar el dinero en los bancos”, sentencia Francia.
Y esta afirmación no la ha dejado en el terreno de lo discursivo. Cuando Kamala Harris tomó posesión de su cargo, Francia Márquez le escribió una carta en donde la interpelaba a propósito de las declaraciones de Harris sobre rescatar la moral de su país. “Recuperar la moral de los Estados Unidos, implica en primer lugar fomentar y apoyar que la paz sea una realidad, y para que la paz sea una realidad en este camino tiene que comenzar por la legalización de las drogas en Colombia que está cobrando vidas, que está desterrando a la gente, que está volviendo hoy a la gente negra en muchos territorios, a la gente indígena, a la gente campesina a vivir en condiciones similares a la esclavitud (…) También implica su compromiso real de frenar la crisis ambiental que hoy nos expulsa, que hoy permite que como pueblo vivamos las presiones de estas empresas multinacionales que despojan, que destierran y que usan la violencia armada para posicionarse en nuestros territorios”, comentó sobre su carta.
El gobierno recién electo tiene condiciones muy difíciles para aspirar a medidas radicales que reviertan los intereses de los poderes y corporaciones hegemónicas, y que desarticulen la persistente colonialidad de sus instituciones y administración. También espinoso será romper con las estructuras neoliberales que se han ido consolidando de conjunto con las siete bases militares estadounidenses en Colombia y la presencia de empresas especializadas en seguridad y defensa de ese país norteamericano. El ejército colombiano es uno de los 5 que más ha crecido en el mundo en los últimos veinte años, de ahí que en 2017 Colombia ingresara como socio global de la OTAN. Además del problema de la presencia en los territorios de grupos armados y del narcotráfico amenazando a las comunidades.
De ahí que una arista no menos importante sea la posibilidad de que Colombia se articule con la integración regional, siempre con el respeto a lo que esa izquierda, que por primera vez triunfa en las urnas, quiera y pueda desarrollar en su agenda. Sin pautas ni premisas impostadas. Es la hora de que esa nación se reconstruya de los 214 años de dolor para su pueblo y de que comiencen a sanar sus heridas intestinas.
Y ahí está Francia Elena Márquez Mina. Que no se forjó en las universidades del norte global ni se adaptó a la llamada “masculinización” de la política. Que habla con esa estirpe irreductible de los y las de abajo, que añade a su quehacer la cosmovisión de la ancestralidad africana e indígena, que impregna de dolor y esperanza su discurso. Francia, que nos habla de Vivir Sabroso como sinónimo de vivir sin tener miedo, de vivir “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Francia, que baila salsa frente a las cámaras y se viraliza en redes, desafiando el racismo misógino que se encubre contra géneros musicales de estratos populares. Francia, que se dirige en una lengua pausada pero aplastante, brillante y lúcida, que se alza en una voz colectiva de mujer negra, campesina y minera. Ahí está ella representando la negritud y la subalternidad afrodiaspórica tal y como se han reconocido en ella las niñeces y juventudes racializadas y preteridas, saltando las fronteras de su país y desperdigando la esperanza en todas, todos y todes quienes también nos reconocimos en su lucha y su garganta.
Ella está ahí junto a su pueblo diciéndonos que ya ha sido un logro tremendo. Lo que venga después no dependerá solamente de su persona, sino del acompañamiento colectivo. Por eso será preciso recordar siempre el Ubuntu. Al menos ya se erigió “el gobierno de la gente de las manos callosas, el gobierno de la gente de a pie, el gobierno de los nadies y las nadies de Colombia”.