Entre otras cosas, Miami es una ciudad de características sociales un poco silvestres. Por ejemplo, cada vez que el presidente mexicano Manuel López Obrador elogia algo relacionado con el gobierno cubano o recibe a su homólgo de la Isla Miguel Díaz-Canel, alguien llama a una radio de la calle Ocho y exige un boicot a los productos mexicanos. Nunca se sabe el resultado, pero no afecta mucho la vida en la ciudad.
Ahora con el conflicto ucraniano la cosa no tenía como ser diferente. Siguiendo el ejemplo de otras ciudades del país, varias tiendas de licores se están negando a vender vodka ruso. En esos establecimientos sí siguen vendiendo otros vodkas, de Suecia, Polonia y hasta de Canadá, Japón y Estados Unidos.
Este miércoles el empleado de una licorería recibió un cliente conocido con la siguiente bienvenida: “Mis amigo, hoy no va a poder comprar el Stoli (una popular marca de vodka ruso). Estamos en boicot en solidaridad con los ucranianos”. Pero cuando el mismo empleado se enteró que el Stoli que se vende en Florida y otros estados es hecho en Estados Unidos y un boicot pudiera promover más desempleo, su expresión cambió: “¡No fastidies!”.
Todo este ambiente también se ha extendido a la radio, donde el apoyo a Ucrania es abrumador y la condena a Rusia abismal. En las emisiones radiales llegan a escucharse argumentos alucinantes como aquel de que las tropas rusas avanzan con tanques, cañones y… crematorios portátiles, porque Putin “quiere esconder las bajas que está sufriendo”.
En Miami vive una nutrida comunidad rusa e ucraniana. Se llevan bien y hasta ahora no ha habido problemas entre ellas. Pero en las escuelas secundarias de Miami Beach, donde el número de emigrados es mayor y donde viven tranquilamente muchos oligarcas que hicieron inversiones inmobiliarias y abrieron cuentas bancarias, la directora de una escuela orientó a los profesores que vigilen de cerca la interacción entre los alumnos rusos y ucranianos para que no haya incidentes, según la prensa local.
En el barrio Surfside hay varias tiendas de productos y enseres rusos. Ekaterina y Viktor son los dueños de un establecimiento de miscelanias. Tanto te venden un balalaika, una muñeca rusa, o comida enlatada, especies y dulces. Dice el marido que todavía no han sentido un “bloqueo” a sus productos, pero que “si terminan cerrando será por el cabrón de Putin”. Su mujer cree que pueden resistir, pero teme que los ucranianos dejaran de aparecer por su tienda debido a lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia.
“Esta lucha es una lucha muy emocional para nosotros. Yo tengo un sobrino que lo mandaron a Ucrania a combatir. El no quiere. Me dijo por WhatsApp que piensa desertar y que tiene muchos camaradas pensando así. A lo mejor uno de estos días se me aparece por acá”, comentó la mujer.
Los dos insisten en que no han detectado aversión entre rusos e ucranianos. “El problema es entre las élites, los oligarcas y Putin… esa tradición violenta y rivalidad que hay entre los dos países”, explica Viktor, quien termina confirmando una curiosidad en este conflicto.
Que él sepa todavía no hay un boicot al caviar.