Leí que Vangelis murió a los 79 años. Lo leí varias veces y volví a interrogarme sobre la muerte. Me pregunté cuál sería el nervio de la palabra exacta para atestiguar la muerte de un músico como Vangelis. Para definir el significado de la ausencia definitiva de un hombre del espacio. ¿Por qué una frase, una palabra y no otra?. Me pregunté cómo podía hablarse de esa manera de un artista que mientras más estaba en este mundo más se alejaba. Me pareció, en la herida de la palabra, que Vangelis había abandonado hacía mucho tiempo el ámbito físico. Que había partido definitivamente un tiempo atrás para instalarse en esa dimensión espiritual y espacial que él creó para sí mismo y luego para nosotros, simples mortales. Una dimensión con la que estableció un diálogo hasta el dolor para mostrarnos la entrada a mundos que permanecieron desconocidos hasta su arribo.
La elección era nuestra. Te arriesgas o te quedas en el umbral. La píldora roja o la azul . Pero los que dimos el paso atraídos por el simple placer de la aventura conocimos la certeza de que no había posibilidad de regreso.
La decisión dio frutos en nuestra mente, en la forma en que, con unos pocos años, uno cree que está aprendiendo a descifrar la realidad, cuando la realidad es el verdugo que realmente se encarga de uno. El universo de Vangelis nos hizo a muchos perder la cabeza de los hombros y correr por una autopista de evocaciones que siempre concluían en el mismo sitio, en esa conmoción tremenda del espíritu. El resultado era el mismo, pero el recorrido variaba radicalmente cada vez. La conversación sobre el significado del peso de la vida no difería, pero sí la búsqueda de esos espacios siderales a los que Vangelis nos trasladó finalmente en un viaje sin regreso.
De la carrera de Evángelos Odysséas Papathanassíou, su verdadero nombre, los medios han colocado tras su nueva deriva las luces en sus momentos más brillantes. En sus Carrozas de Fuego, en Blade Runner, y algunos más especializados han hablado de su relación con con Yes, de su estancia en la cima del New Age y de sus más diversos y adelantados proyectos. La carrera del griego es destellante, pero no me interesan ahora ni la carne ni el herrumbe de la biografía, sino el destello de la vida. Con Vangelis me interesa recordar cómo nos ayudó a perdernos en ese viaje que, a fuerza de voluntad, uno trata de que no termine nunca —aunque la realidad te tome de la mano y te haga mirar de frente al abismo del suelo.
Tras su muerte, el ritual. El repaso de sus músicas, de sus discos, de su carrera. Pero, a diferencia de aquellos años del descubrimiento, ya soy otra víctima del terror que produce volver sobre los documentos sonoros de los años de la expansión sin la certeza de que vuelvan a provocar los mismos estremecimientos del espíritu. El terror a escuchar y no oír nada. A no volver a sentir la opresión en el pecho. A sentir la conmoción de la verdadera muerte.
Al volver sobre Conquest of Paradise, Alpha, Mutiny of the Bounty o Missing y otras obras menos célebres del griego, al menos tuve la seguridad de que la mayoría de las piezas de aquella persona que fui permanecían más o menos en su lugar. Había grietas, rupturas, y daños sepultados en la piel y en el rostro. Sin embargo, el abrigo del espíritu no había sufrido el mismo quebranto del tiempo. Volví a padecer la alegría de la soledad de esa vida inmaterial que en sus momentos de mayor gloria nos regaló Vangelis para que pusiéramos a descansar el cuerpo, para permitirle crecer a la mente, y para que pudiéramos divisar a la persona que éramos desde arriba, desde ese mundo sideral que abrió de par en par el griego.
Y lo hizo para toda la vida.
Hay una imagen de Vangelis que no olvido. El músico está al piano interpretando la banda sonora de Carrozas de fuego. Tiene un cigarro en la mano y mira las escenas sonoras una de sus obras maestras. Las volutas de humo lo envuelven y él parece que puede desaparecer en cualquier momento entre la bruma y la madeja de sonidos. Los atletas siguen corriendo en la pantalla y Vangelis está en el piano, pero ya en sus ojos se percibe que había desaparecido para transformarse en la materia expresiva de su música. Como si con él en ese momento se confirmara aquella leyenda de que luego de la muerte el alma se desprende del cuerpo. Pero en Vangelis ese proceso era habitual. Era el hombre que vivía entre dos mundos, a los que nos invitó y nos demostró que podíamos hacer turismo sobre la ola de ese otro universo que nos permitía alejarnos de nosotros mismos, en una experiencia vital que cada cual la asumía con la libertad que quisiera.
El recorrido de Vangelis es un trayecto de apertura; radicalmente transformador. Edificó nuevas pautas para la música electrónica en el mercado y la música popular, sin descuidar ese hálito muy personal que nunca dejó de identificar a su obra, atravesada indudablemente por una galería de hitos. Vangelis ya había adelantado al músico que vendría con el estreno de su primer disco, Earth, un álbum en el que ya se avizoran las principales claves de su obra: la admiración por los ambientes cósmicos, la experimentación, y las expresiones musicales de las vanguardias. Antes había integrado el trío de pop experimental Aphrodite’s Child, y en ese intervalo de tiempo que cubre la senda de los 70 a los 80 rechazó tentadoras invitaciones a formar parte de otros proyectos. Una de las más conocidas fue cuando declinó sustituir al bueno de Rick Wakeman en el teclado de Yes. En esos años grabó icónicos álbumes, como Heaven and Hell, Albedo 0.39 o Spiral, que lo ubicaron en el centro de atención mundial, un lugar en el que parecía sentirse cómodo en ocasiones, pero que a un músico de su estirpe le exige mucho para permanecer.
En esos tiempos de consagración presentó otros discos con los que ahondó en sus experimentos sonoros y con los que también vio el rechazo de una franja del público. Para muchos de sus primeros seguidores no fue un buen viaje, por ejemplo, someterse a la escucha del radical Beaubourg, publicado a fines de la década del 70, en la que la experimentación, de tanto llevarla al límite, se convirtió para muchos artistas en una herida de bala o en una habitación sin ventanas, con todas las puertas cerradas. El disco, como otros de su trayectoria, parecía estar hecho para él mismo, para las propias exigencias con las que afrontaba la música, si bien su manera de relacionarse con las vanguardias está muy explícita en ese álbum, como en otros tantos de su copiosa carrera.
https://www.youtube.com/watch?v=GOwuniIgYXM
Con el tiempo es muy difícil que los interesados en el New Age no hayan tenido los temas de Vangelis en su lista de reproducción. Esa experiencia era uno de los destinos más envidiados en la música alejada del mainstream. Si bien esa categoría fue mirada por encima del hombro en un tiempo en que la música de Vangelis se resistía a las etiquetas, ahí permanece un rosario de las búsquedas más profundas y hasta dolorosas de los melómanos de décadas atrás.
En el corredor de los 70 Vangelis era un músico que sabía que el tiempo humano era limitado, aunque ya él había construido el decursar de su propio tiempo. De ahí que todavía sorprenda el resultado de su unión con el vocalista de Yes, Jon Anderson, en un dúo que se hizo llamar Jon & Vangelis. El andamiaje era muy parecido al resto de su obra anterior, pero ahora los experimentos tenían el lustre de la inconfundible voz de Anderson, quien por aquellos años se había tomado unas vacaciones de su banda de rock progresivo. La comunión fue muy reconocible y permanece como una de las uniones más originales de la música guiada por la innovación, y el trazo de esos paisajes rítmicos que te llevan a creer que existe realmente esa luz cuando todo se acaba. The Friends of Mr. Cairo fue una de las joyas de la corona de esa prolífica relación que entregó nuevas formas de expresión al universo de la música.
https://www.youtube.com/watch?v=skiNUaOS3mg&t=17s
Ayer un amigo se preguntaba qué hubiera sido Blade Runner sin la banda sonora de Vangelis. Es una interrogante sustancial. La película de Scott, de 1982, es un documento extraordinario, y eso creo muy pocos lo dudan. Pero el griego le insufló otra magnífica forma de trasladar a las personas ese descollante testimonio fílmico. La pregunta para mí es otra. ¿Habría existido otro músico en ese momento que dialogara de forma tan expansiva con la película? Quizás Jean-Michel Jarre u otro de los colosos de los 80. La respuesta nunca la tendremos en este mundo. Lo que sí nos queda es esa trasformación que produce en el espíritu la hechura del filme y ese otro viaje que es Love Theme en la música de la banda sonora.
Vangelis es, desde la noche de los tiempos, un paisaje perenne en la memoria. No importa que apenas se mencione, a pesar a su regreso en 2021 con Juno to Jupiter. No importa que para muchos su nombre se pierda en la niebla o se confunda con el de otros compositores que han tenido entre sus influencias de cabecera la obra del griego. Tampoco importa que en Cuba su despedida sea una nota al pie del éter informativo. Vangelis pertenece a esa rara estirpe de músicos que al morir renacen. Digo esto como si hablara conmigo mismo. Lo escribo tras volver a escucharlo y sentir que aquella persona que fui más o menos permanece sobre sus pies. Regreso a aquella imagen de Vangelis interpretando desde el piano las Carrozas de Fuego. Y desde la distancia lo lo percibo, convencido de que la vida no es más que una simple voluta de humo.
Genial y excelente, se fue a la otra dimensión donde siempre estuvo, era mi favorito y después En ya…Dios lo acoja por siempre y brille aun mas la luz inmensa que siempre lo acompaño…la luz brother …la luz….!!!