Esta crónica me trae recuerdos excelentes. También horribles. Depende del lado que miremos. Hará más de un año ya, quizás dos, hice un texto sobre un establecimiento que estaba justo en este lugar, donde hoy encontramos otro taller de fotocopias e impresiones artesanales. Aquel logo —Color Cuba si no recuerdo mal— es uno de los peores que vi en mi vida. Ejemplo perfecto de todo lo que no puede hacerse en el terreno de la representación. El actual es mucho mejor, pero también puede resultar simpático.
El taller se llama a sí mismo AKM. Unas siglas potentísimas, rotundas e impresionantes. Suenan en mi oído a metralla, gloria, países lejanos, soldados sucios y barbados que cargan ideales y rencores al cinto.
El Automat Kalashnikova Modelo 1947, conocido por el acrónimo AK-47, es probablemente el fusil de asalto más popular y reconocido del mundo. Vigente todavía ha sido, sin dudas, el más producido y en pleno uso dondequiera que se desarrolle una diferencia de opinión algo exaltada. Los que peinamos canas hemos escuchado de sus prestaciones y rendimiento infinidad de veces. Es el fusil o metralleta que utiliza nuestro ejército. Protagonista de cientos de anécdotas en las guerras africanas y en muchas otras. Recuerdo perfectamente su peso bobo en alguna práctica militar, de las poquísimas que hice. Lo sostenía como lo haría con una serpiente anestesiada. Un lustroso instrumento de muerte.
Cuando leo AKM en el cartel de las fotocopias algo me hace saltar las alarmas y me pregunto cómo fue que llegaron hasta el nombre. Conociendo como conozco al emprendedor promedio nacional pudiera aventurar como primera opción que el dueño se llama Aníbal Kamane Moliner. Tendría lógica. Sería una confluencia singularísima pero posible. Conociendo como conozco a nuestros creativos pudiera aventurar, como segunda opción, que el tableteo de la ametralladora reproduce de alguna torcida manera la cascada de hojas impresas cayendo en las trémulas manos del cliente sorprendido. Sinónimo de velocidad, de eficiencia. También pudiera ser una manera de decir que aunque su parque tecnológico es viejo, también es seguro, sólido, operativo bajo cualquier circunstancia. O que el diseñador es un apasionado del armamento de guerra, o que la novia del administrador es un cañón. Cualquier cosa. Porque no hay muchas maneras de conectar AKM con un servicio de fotocopias.
A menudo las grandes marcas proponen logos inverosímiles, más bien conceptos. Pero por lo general tienen detrás una poderosa conceptualización que lleva al receptor a sintonizar plenamente con su espíritu y el del producto o el servicio. Cuando utilizamos combinaciones de letras, sonidos o imágenes asociadas firmemente a un concepto establecido corremos el riesgo —y la colisión es inevitable— de que incorporemos a nuestro reclamo los atributos simbólicos y las resonancias culturales que el otro ya trae consigo.
Para tener una idea de cómo este pasillo atrae las energías más oscuras, vamos al siguiente taller, justo al lado. Este se proyecta más coloquial, campechano, popular. “LLEGATEA G”. Un nombre que se las trae porque es casi un pregón. Su proyección toda es inocentona. Espero que su modelo de negocios esté mejor orientado. Si AKM resultaba un nombre en exceso peculiar para esa clase de emprendimiento, LlégateA G me parece un nombre deshabitado de significado. Es sólo una invitación bastante impertinente y una manera algo inadecuada de abordar un cliente. Un diálogo entre muchachones, en son de pachanga.
Construyeron la letra G sobre o a partir de una placa antediluviana de micro computadora. Imagino que con esto pretendieron validar la vigencia de su tecnología. Y con ello se distinguen del AKM historicista y marcial. Nos muestran en la lona las joyas de la corona. Un par de printers domésticos y una máquina de engargolar en espiral tesis de grado de estudiantes de medicina. Los tienen al doblar de la esquina. Un detalle curioso es que el cartel se haya concebido en blanco y negro. Una austeridad inusual para un negocio de impresión.
Del texto anterior concluimos, por sus diferencias, que tratamos con clientes cautivos. Que todo está bien. Que no importa que sean ñatos, que lo importante es que respiren. Una cosa buena tienen los nuestros. Se dejan cautivar por aproximaciones transversales. Hacen sus guiños desde una posición de altanería. Tonta es cierto, pero digna de notar. A nuestros emprendedores no les importa tanto, no las necesitan, las ventas urgentes. Porque por poco que vendan, venden mucho. Siempre, o casi siempre, les da la cuenta. No importa cuanto suba o baje el dólar: los emprendedores cubanos la emprenden con calma. Es una fe en el equilibrio universal que da ganas de llorar y que es una de las cosas que más se extraña cuando se avanza por la jungla armados con un juego de cubiertos plásticos de cumpleaños.