Usted que piensa a Cuba como un páramo calcinado donde barbudos y papagayos graznan bajo los vapores del aguardiente. Donde el único nombre propio que es capaz de recordar es “She Gubera”, no ha visto nada todavía.
Vea este establecimiento por ejemplo, huérfano de signos identitarios y reconocible solo por nativos, cerrado al visitante como un borroso poema sumerio. Es una pescadería, aunque no lo crea. Su producto estrella es la croqueta de harina. Ocasionalmente perfumada con los extractos de pollo y esturión báltico que aún se conservan desde el tiempo de los soviets. Se cuentan que en los fugaces períodos que se daban —y que aún se dan— entre las “grandes carencias” y sus “insólitos remedios” se podían ver parroquianos salir con filetes de tenca y claria. Géneros harto improbables de encontrar en mesas de mantel de hilo, pero consumidos por nacionales y otrora por los famélicos chinos de la Gran Hambruna. El óxido es el elemento más cercano que podrá encontrar asociado al reino de Neptuno.
Un “ser” con un enorme y mohoso corazón —a quien conoceremos enseguida—decoró uno de los muros adyacentes a la pescadería con un espléndido surtido de “Frutti di Mare”. En singular analogía con vapores marineros, dispuso de izquierda a derecha una peluda mazorca, un pimiento y un limón turgente. A continuación una piña, un mamey abierto en canal, dos melocotones y un plátano rijoso sobre las piernas en alto de una yuca cortesana. Cierra la sensual capilla la reina absoluta del caney, la ingente papaya.
Conocí a Filomeno en el 2019, el artista naturalmente. Un centenario campesino nacido en Artemisa, que administró la pescadería entre el 2018 y el 2020. De los pocos administrativos que vi jamás en los puros huesos. Podrá imaginar que nadie prospera a base de croquetas. Al menos, de las croquetas concebidas en el Ministerio de las Calorías para los Ciudadanos de la Resistencia. Filomeno tenía tres amores: el arte, la caligrafía y su bicicleta.
Una bodega cercana le encargaba cada mes su tablero promocional. Filomeno lo dejaba listo en media hora y seguía camino en su adorada bicicleta hasta la pescadería. Le gustaba encerrarse en las primeras horas de la mañana y dar gracias a Dios por la fructífera vida que le había sido regalada. En la penumbra, rodeado de restos de croquetas respiraba agitado y contento hasta que sus ojos se adaptaban y podía empezar a contar las moscas.
Ohhh ….quedé esperando crítica artística-social de la goma delantera de la bicicleta y de la !! pizarra ! !