El otro día Paco por poco me jode el negocio. Tenía que ir de compras y decidí que me acompañara porque Paco, cuando quiere, es tremendo compañero. Pero a veces –como sucedió– puede ser un real pain in the ass.
Lo que sucedió fue simple. Como es un bebé, tuve que sentarlo detrás, pero durante la parada en un semáforo él saltó hacia adelante y se quiso incorporar para ver el paisaje a través del cristal delantero y, de paso, estar más cerca de la salida del aire acondicionado, porque a Paco le encanta el aire acondicionado.
¿Qué fue lo que hizo?, se preguntará el amable lector. Es muy sencillo, cuando la luz cambió de rojo a verde y di un acelerón, el Paco se desequilibró, resbaló y con las uñas delanteras me rayó el tablier.
La cosa quedó fea y eso es una complicación porque se supone que el carro que se usa para uberear tiene que estar impecable en todo.
No le di un grito porque –ya se habrán dado cuenta– Paco es mi perro Schnauzer. Tiene siete meses; es un bebé y uno no les grita a los bebés.
En Portugal decimos que si uno tiene miedo, que se busque un perro. Yo no tengo miedo, pero me lo busqué, con dos meses de nacido, y desde entonces me parece que ha estado en casa desde siempre.
Uno se puede preguntar por qué y cómo un taxista aficionado se busca un perro que termina quedándose solo en casa la mayor parte del día. Hay varias razones.
En primer lugar, el Paco también tiene derecho a su privacidad y uno se la respeta. Pero un perro en casa, amén de la compañía, también lo responsabiliza a uno en la vida. Desde que tengo a Paco la vida ha cambiado. Uno se vuelve más disciplinado, establece sus horarios, escribe más, tiene otras y productivas ocurrencias pero, sobre todo, sabe que, pase lo que pase, el Paco siempre va a estar allí.
Cuando regreso a casa ya sé que por lo menos durante media hora tenemos que jugar porque el Paco no para de saltar de alegría, y si no jugamos se pone triste. Yo lo consiento porque también me divierto. Pero lo que más me gusta es que él entiende cuando estoy cansado y no estoy mucho para juegos. Cuando esto sucede él tiene un truco, se lo ha inventado solo. Se queda quieto, espera un rato hasta que me tranquilizo, y entonces comienza el juego.
El juego ha evolucionado. Comenzó con el tira y recoge la pelota y ahora estamos en la etapa del esconde-esconde. O sea, el Paco se “esconde” debajo de la cama. Yo comienzo a buscarlo para sacarlo a pasear, lo llamo y él no contesta. Solo cuando lo “encuentro” es que ladra y sale de su escondite. Lo hacemos todos los días y no falla. También se ha vuelto un perro anticigarro: me ha escondido la pipa dos veces y ya lo he visto jugando con la fosforera.
El Paco se ha habituado a los diferentes horarios de comer. No se queja, pero come bastante. Está creciendo, tiene mucha energía y se ha vuelto culto. Me explico. A Paco le gustan los libros. Su forma de consumirlos es morderlos, pero es selectivo. Comenzó con los clásicos (tal vez porque estaban en uno de los estantes más bajos), creo que su preferido es El rojo y el negro de Stendhal (no dejó página por leer), también consumió Moby Dick, de Melville, pero no parece haber sido mucho de su agrado (lo dejó a la mitad), ha pasado por los cómics (aunque no tocó a ningún Tintín, si no ya estaría en la cárcel) y ahora la cosa anda por la enciclopedia.
Aparentemente cree que le puede dar una buena y amplia educación aunque yo sospecho que es a causa del sabor de la goma del lomo. Para él debe ser algo así como lo es un buen bistec de lomo para mí.
Pero lo que más me preocupa en el día a día, aunque los libros son importantes, es el periódico. Es que todas las mañana cuando abro la puerta para recoger el diario, que me han dejado allí de madrugada (los viejos hábitos no se pierden y yo me moriré con las botas puestas), si no presto atención, y casi siempre estoy todavía medio dormido porque no he ni siquiera olido el café, el Paco sale disparado rumbo a la jaba azul del The New York Times, lo recoge “en persona” y vuelve corriendo para su escondite debajo de la cama. Si no me apuro se lo “lee” completo de punta a cabo y esa mañana me veo tomando el café leyéndolo en Internet.
De hecho, el Paco tiene un espíritu autocrítico. Cuando, de repente, sin ton ni son se desaparece o sale disparado para debajo de la cama, ya yo sé que tenemos lío. Él mismo se denuncia y se atribuye el castigo, casi siempre un par de horas allí, sin “ir al baño” o comer, y después sale tan campante, como si nada y yo –¿qué hacer?, como decía Vladimir– se lo perdono. No hago la revolución.
El Paco es famoso en el mundo académico. Lo constaté hace unas semana durante una conferencia en una universidad de Miami. Al entrar al recinto tres eminentes profesores y académicos no se interesaron por mí, mi salud, mi vida, ni siquiera “hey Rui ¿cómo va la cosa?”. Nada de eso. El asunto era apenas, “¿Y Paco cómo anda?”.
A veces es frustrante. En la librería Books & Books todas las chicas se meten con Paco. A mí me ignoran. Le dan mimos, lo cargan y él se deja mimar y cargar. Le traen agua, una que otra galletita. A mí no me dan nada, soy el mero acompañante de mi perro. Tanto que, cuando nos vamos, el asunto es sencillo: “Adiós Paco”.
Pero yo, después de todo, lo quiero. Creo que tiene un gran futuro que es vivir a cuenta de mi salario. Aunque estoy pensando que el muy cabrón bien pudiera montar un negocio estilo Uber pero solo para perros. Al menos contribuiría al peculio familiar. Y pagaría impuestos también.