A principios de los 70, gracias a la labor del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (GES), bajo la tutela de Alfredo Guevara y Leo Brouwer, mi generación comenzó a relacionarse con la obra de compositores y cantantes brasileños cuyo rasgo distintivo consistió en la fusión de dos de las más poderosas tradiciones musicales del mundo: la de su propio país y la estadounidense, con sus componentes africanos respectivos.
En efecto, Pablo, Silvio, Sara y Noel nos mostraron en sus voces las excelencias de los integrantes de un movimiento musical llamado tropicalismo, iniciado por un grupo de músicos bahianos, en particular Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Tom Zé y el poeta Torquato Neto. Los mismos que pocos años antes de aquel concierto en la Cinemateca de Cuba (1972) aparecieron en el disco Tropicália: ou Panis et Circencis (1968), de hecho un manifiesto y un posicionamiento ante la música, la cultura y la política brasileña de entonces. El nuevo fenómeno cultural estaba impregnado, entre otras cosas, de bossa nova, un género que Antonio Carlos “Tom” Jobim había logrado internacionalizar gracias a su popularidad en los Estados Unidos y a su dueto con Frank Sinatra en “The Girl of Ipanema“. La letra del original en portugués era de un poeta llamado Vinicius de Moraes (1913-1980).
María da Graça Costa Penna Burgos, más conocida como Gal Costa (1945-2022), vino al mundo un 26 de septiembre en Bahía, el estado del noreste brasileño cuna también de Gilberto Gil, Caetano Veloso, María Bethania y Tom Zé. En 1968 fue una cantante centralísima en el disco-manifiesto aludido al inicio. Y ya desde entonces supo poner su sello distintivo en “Baby”, canción que se convertiría en su tarjeta de presentación, como ocurrió un poco más tarde con “Mi nombre es Gal”.
Estampó su talento en una serie de álbumes lanzados en rápida sucesión: el LP Domingo, con Caetano Veloso (1967), en su primer disco en solitario Gal Costa (1969) y, luego en Gal, también de 1969. El último de estos tres LPs constituye una verdadera mixtura de música pop brasileña, rock psicodélico y vanguardia. Es lo que más nos impresionó cuando lo escuchamos por primera vez en un apartamento de 21 y 6, procedente de la colección particular de un fundador del Icaic.
En los 70 Gal Costa impulsó el movimiento contracultural en un contexto en que sus compañeros de ruta se vieron obligados a huir de Brasil debido al régimen militar. Y cantó sus canciones enviadas desde el exilio. “No fue una cuestión de coraje”, le dijo a The New York Times en 1985. “Yo pertenecía a ese movimiento y ellos eran mis amigos”. En 1973 dio a conocer su álbum India, otro portento de eclecticismo musical. La portada era un manifiesto contracultural, esta vez de distinto tipo: un primer plano de las caderas de Gal en un bikini rojo. Terminó censurada por el Gobierno.
En los 80, con el LP Vaca profana (1984), cuando la democracia estaba recuperando terreno en Brasil, Gal se definió contra las muchas contradicciones sociales heredadas de la historia y los militares, sobre todo contra las relaciones de poder asimétricas y el machismo dominante. Cantó y promovió entonces la rebelión de las mujeres. “Las mujeres que se destacan, que se empoderan, naturalmente ya hacen feminismo”, dijo una vez.
Pero fue en paralelo y sobre todo una cantante con una voz asombrosa y una audacia fuera de toda discusión que supo incursionar en los distintos géneros en los que decidió involucrarse. En una palabra, una diva que en su madurez retomó los códigos de sus orígenes, a los que en el fondo nunca había renunciado. De 1999 es un concierto suyo dedicado a la música de Tom Jobim, una de esas joyas que uno no se cansa de ver y escuchar ante la presencia de una artista que estampa la huella de su gran talento en cada una de las canciones del afamado compositor, todas y cada una clásicas.
Gal Costa colaboró con superestrellas mundiales de la cancionística y el jazz. En 2011 recibió un Grammy por la obra de toda la vida. Su arte fue sorprendente, singular, al punto de haber renovado la música brasileña. Lo maravilloso del caso, una vez más, es que lo hizo de manera autodidacta, sin “ninguna formación profesional en absoluto”, como le dijo al Times. “No estudié música y no leo música. Yo canto sintiendo”. Creció con su portentosa tradición nacional a cuestas y con Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Ray Charles y Stevie Wonder. De todos ellos fue su hechura.
“Nunca fue redescubierta por el público más joven”, escribió un crítico ante su muerte, el 9 de noviembre de 2022, “porque no era necesario. Su presencia rara vez abandonaba la conversación cultural. Desde el momento en que entró en el panteón brasileño, adornada con lentejuelas y plumas, ahí estuvo el resto de su vida”.
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