Hace ahora 20 años entrevisté a Luis Carbonell. No conservo el texto. A veces es mejor. Con esto de Google y los otros útiles instrumentos de refrigeración de las letras, uno tiene la tentación de repetirse. Por esta vez, soy inmune a esa fea trampa de la pereza.
Sé que fue por sus 70 años; que busqué su dirección entre amigos y conocidos y resultó estar –en el verdecito barrio del Vedado- a unas pocas cuadras de donde yo vivía por entonces.
Ya a la puerta de la casa del gran artista estalla la primera anécdota. Luis Mariano –como siempre lo llamaba al contar sus ocurrencias el sabio Helio Orovio de quien sí estuve cerca durante años- estaba despidiendo a una amiga. Tuve la certeza de que aquella señora llevaba rato compartiendo con el magistral declamador un rosario de calamidades. Luis le aconseja a modo de resumen : “Mira, a ti te hace falta un médico como uno que yo conocí por allá por la calle Neptuno. Primero te tiraba los caracoles, te hacía un registro o lo que te hiciera falta en materia de Santería; después, se ponía muy serio y te preguntaba: ¿dónde me dijiste que te dolía? Y te recetaba la medicina que llevaba tu enfermedad”.
Nuestro intercambio fue largo, agradable. Carbonell insistió en el entrenamiento teatral y la dramaturgia que está detrás de un poema bien interpretado.
Tal vez en ese mismo momento en que nos adentrábamos en el arte de las tablas y mi entusiasmo se desbordaba, tocaron a la puerta.
En este caso eran tres personas las recién llegadas. Muy jóvenes, casi tímidos. Dos muchachos y una (hermosa) muchacha. El anfitrión me los presentó como pertenecientes a una familia que siempre había querido mucho. No pregunté por apellidos pero me gustó la sincera apetencia de la mirada de estos dos hermanos y la novia del mayor, que se disponían a salir al público con sus canciones y – bien aconsejados- estaban comenzando el trabajo con esta santiaguero enamorado del rigor que además de su labor para la escena y el inmenso aporte a la promoción de la Poesía, es un clásico como repertorista, palabra nada bonita que se refiere al responsable del empaste de las voces y la consolidación de las bases sonoras de un cantante o un grupo.
Cuando me despedía, quise saber el nombre que le pondrían al proyecto mis compañeros de visita en la radiante tarde de verano. Se miraron y el más alto debió mirar a los ojos de su amada antes de decir lo que ahora repite en mi memoria: “Los tres de La Habana”.
Promisorio no? … con tal maestro…