Mientras más me miras, menos me ves. No somos negros. Solo materia. Materia que llamas negra, pero que ni siquiera negra es. Dices que me ves negra, porque hay en mi cuerpo un elevado nivel de melanina. Todos contamos con el mismo grupo de biomoléculas que forman el polímero llamado melanina. Unos más, otros menos.
La cantidad de melanina que produce mi cuerpo hace que la materia que soy absorba todo el espectro de colores menos aquellos que, combinados, forman el tono carmelita más o menos oscuro que ves en mi piel. Soy la materia que refleja ese carmelita; la misma que, en esencia, te compone a ti. Lo que nos distingue no es entonces sustancial.
La diferencia es apenas una cuestión de percepción: los fotones de luz que no absorben mis átomos, que no me penetran, que reflejo, que vemos como un color carmelita y hacen que, socialmente, se me identifique como una mujer negra.
Sonrío. Con la misma sonrisa que me extraen las fotografías de mi socio Pupy, Peñita, René Peña. Y es que, si pienso en ese gran artista que es René Peña, lo primero que me viene a la mente es eso, mi socio, a quien llamamos Pupy.
Compinche a través de los veinte años que llevamos conversando, burlándonos de esto y aquello, riendo para no llorar o explotar de rabia; volviendo una y otra vez a lo que somos: padres e hijos, cubanos, itinerantes con distinta intensidad —a él le cuesta abandonar La Habana, que recorre sin pausas de punta a cabo, mientras yo salto de un continente a otro con demasiada prisa. Lo que somos, lo que dicen que somos: negros… O no.
Insisten en interpretar la obra de René Peña a partir de un discurso racial que se le imputa, pero que no es realidad dictado por el artista. Son los cuerpos de los negros y las negras ciertamente protagonistas de su producción fotográfica. Cuerpos de personas a quienes, a causa del color que vemos sobre su piel, se les llama negras, atribuyéndoseles con ello connotaciones sociales particulares.
Pero esos cuerpos no los presenta Peñita de la manera tradicional, esperada. El cuerpo —con frecuencia el del propio artista— es un cuerpo que interpela en lugar de ser interpelado. Una interpelación que, además, no ocurre a través de la palabra o la mirada. No hay un discurso ni un mensaje explícito ni implícito en sus obras. Los cuerpos representados carecen muchas veces de rostro —no podemos prendernos de su mirada o algún gesto para extraerles una expresión y tejer algún sentido. De aparecer el rostro, lleva con frecuencia los ojos cerrados o escondidos, ofreciendo un semblante impasible, inescrutable.
Las obras de Peñita dicen lo indecible, lo que no puede explicar ningún discurso ni manual de historia ni cuento ni panfleto. Permanecer frente a ellas implica el extravío. No tenemos referentes fijos ni camino seguro, hay que dejarse llevar.
Así como no me queda más remedio que dejarme llevar por la errancia de Peñita cada vez que nos reencontramos en La Habana. Hay que seguirlo por las calles para llevarnos la impresión de que de alguna manera lo comprendemos —es pura ilusión, no lo comprenderemos nunca, porque tal vez no hay nada que comprender en Peñita, solo caminar con él, siguiéndole el ritmo (si podemos).
Andariego, conversador, reidor; sin embargo, hay siempre una profunda lucidez en cada desvarío suyo. Mientras habla y camina, vive y observa la ciudad y su gente para luego devolver sus más internas dinámicas, en cifra, dentro de su obra.
No me canso de regresar a Peñita. Reconozco la misma energía centrífuga que emana cuando se le encuentra en una esquina, compartiendo un vaso de ron, parloteando con gente que pueden ser amigos viejos o totalmente desconocidos, en medio de una exposición, en la fuerza que nos impulsa dentro de esas fotografías suyas donde aparece el cuerpo de personas negras en situaciones o bajo perspectivas que solemos considerar como insólitas.
Ante el artista y su obra, nos domina el sutil pero atrapador juego echado a andar por Peñita según se pierde en las calles de la ciudad y dentro de sí mismo. Suerte de Elegguá, con una travesura por aquí y otra por allá, nos abre caminos insospechados dentro de la más peligrosa manigua: nuestro interior.
Sus obras nos arrastran hacia lo más intrincado de nuestros pensamientos y afectos. Si nos parecen chocantes las imágenes que recrea; quienes debemos interrogarnos somos nosotros, como espectadores, pues los cuerpos recreados son solo humanos. Hace años me lo dijo Peñita, “somos solo materia, la materia prima de un único proyecto, somos material humano”.
Y así hemos de entendernos. A fin de cuentas, todo lo que nos presenta es un torso, uñas, labios, dedos, manos, brazos, dientes, una lengua, vello púbico, los poros de la piel, un pezón… partes de un cuerpo que solo si queremos identificamos como negro. Pero que es en realidad, apenas, material humano.
Ya lo escribió Frantz Fanon, el negro no es más que un artificio, una invención europea. No hay pues racialización en las figuras que nos ofrece el lente de René Peña, como no sea la que fabricamos nosotros mismos. Si percibimos tal vez cierta confrontación de lo negro con lo blanco, es una construcción estructurada bajo la forma de pensamiento binario, característico de la visión del mundo eurocéntrica que domina nuestras sociedades.
El color de los cuerpos negros, en su obra, es un color más con el cual el artista invita a jugar, siempre jugar, combinando o contrastando con otros. Y en ese juego desmantela aquel pensamiento binario: es la piel negra que perturba lo mismo cuando Peñita nos la expone en juego con pantalones naranja, un balde azul o una toalla rojiblanca, con un tutú rojo como sombrero, envuelto en un blanco estampado con hojas verdes, con ojos azules bajo un paraguas negro.
A veces la pone a jugar con el blanco; y es entonces que recuerdo White Things. El juego en la serie comienza desde el título; anunciando que lo cosificado no es el cuerpo negro, primero deshumanizado y mercantilizado a través del proceso de esclavizamiento de nuestros ancestros africanos y luego consistente y sistemáticamente percibido como objeto. Por lo general, el cuerpo negro es aquel que aparece dispuesto para ser analizado, estudiado.
Pero Peñita es demasiado juguetón para permitir que continuemos haciendo lo que siempre nos han dicho que debemos hacer; pensando como nos han dicho que debemos pensar. En White Things el objeto de escrutinio no es el cuerpo negro sino los objetos blancos, exhibidos sobre los cuerpos negros o junto a ellos.
No, ni la raza ni el racismo están en el centro de la obra de René Peña. Su trabajo más bien los deconstruye, al operar desde el exterior de las categorías e ignorar la conceptualización social de lo negro.
En definitiva, eso que llaman “el tema negro” no nos importa tanto. No hay problema negro. No somos el problema. No lo creamos nosotros. No tengo que resolverlo yo; y no voy a aceptar que me impongan una responsabilidad más, una tarea más. Ya bastante trabajo y he trabajado y han trabajado mis ancestros.
Hay un problema, es cierto, pero no es negro ni es mío. El problema es de quienes frente a mi cuerpo y los cuerpos en las fotografías de René Peña, ven solo gente negra, raza. Y aquí me encojo de hombros, vuelvo a sonreír, y me dispongo a esperar mi próximo encuentro con Pupy, mi socio, en alguna calle de La Habana, por ahí.
Excelentes artículos de Odette Casamayor!!! No la conocía .Muchas Gracias!!