En su intervención en la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder popular, el ministro de Economía enunció un grupo de objetivos priorizados que reproduzco a continuación:
- Avanzar en la estabilización macroeconómica del país.
- Consolidar la reestructuración del mecanismo de asignación de divisas de la economía.
- Continuar avanzando en la recuperación de capacidades del Sistema Eléctrico Nacional y acelerar la introducción de las Fuentes Renovables de Energía.
- Avanzar en la reducción de desigualdades.
- Consolidar el proceso de descentralización de competencias a los territorios.
- Avanzar en la transformación integral de la empresa estatal socialista.
Todos, sin duda, son importantes y prácticamente decisivos en los esfuerzos por remontar la crisis que Cuba ha venido padeciendo.
Todos ponen en tensión las capacidades productivas, pero además ponen a prueba las otras capacidades, aquellas asociadas a la habilidad para desaprender y aprender, en un tiempo determinado; ponen a prueba el mecanismo de coordinación de políticas, esencial para lograr esos propósitos y alcanzar la coherencia indispensable que contribuya a la recuperación de la economía, algo que ha fallado en estos años, a pesar del esfuerzo por lograrlo.
Es siempre más fácil decirlo que llevarlo a buenos términos; porque no se trata de trabajar en condiciones de laboratorio y porque el supuesto de ceteris paribus, ese del cual tanto nos servimos los economistas en la mayoría de las ocasiones es solo eso, un supuesto que por lo general no encontramos en la vida real.
El qué y el cómo
De todos los objetivos el más ambicioso a mi juicio es el primero. La necesidad de un programa de estabilización macroeconómica no resiste ninguna discusión.
Muchos de nuestros mejores economistas, dentro y fuera de la academia, no solo lo han sostenido una y otra vez, sino que han hecho propuestas concretas, en el afán de no sólo identificar los “qué” sino además de contribuir a los “cómo”.
Para los economistas, en especial para los que se formaron después de los años 90, es un concepto conocido; para otros que se formaron antes de la última década del siglo XX quizá no lo sea tanto. Para el público en general no creo que sea un concepto comúnmente manejado.
A riesgo de ser muy elemental puede asumirse la estabilidad macroeconómica como la ausencia de fluctuaciones excesivas en las variables macroeconómicas más importantes de un país, entre las cuales están el PIB, la inflación, el nivel de empleo y también se suele incorporar en definiciones variables del sector externo, como la deuda externa o la relación deuda/PIB.
Un “estado deseado” en términos de estabilidad macroeconómica sería aquel en que la inflación es baja y estable, el PIB crece de forma sostenida a tasas moderadas; el déficit fiscal en relación al PIB no rebasa el 5 %; la relación deuda externa/PIB es baja: la tasa de interés es baja y estable en el mediano y largo plazo y la moneda es estable.
En esas condiciones se genera confianza en los agentes económicos en tanto se reduce la incertidumbre presente y futura y debería crearse también un buen “ambiente de negocios”.
Ciertamente, son pocos los países que han logrado algo así por mucho tiempo. También es cierto que la situación descrita se acerca más a las condiciones de los países desarrollados que a las realidades de los subdesarrollados.
Los programas de estabilización macroeconómica responden a la necesidad de corregir aquellos desequilibrios y lograr su sostenibilidad en el tiempo. Hay una significativa producción de literatura al respecto y diferentes posiciones teóricas e ideológicas respecto a la efectividad de estos programas, a su costo social y al impacto real sobre el crecimiento de un país.
Entre los más conocidos, discutidos y criticados han estado los programas de estabilización recomendados por el Fondo Monetario Internacional desde los años 50 del pasado siglo, cuya aplicación en América Latina, casi como una receta general, consolidó el auge del neoliberalismo y generó elevados costos sociales, a la vez que promovió una especialización que impulsó la re-primarización de sus economías.
Macroeconomía y estabilidad
No obstante, parece muy evidente que una economía que exhibe fuertes desequilibrios en los comportamientos de las variables macroeconómicas más importantes poco puede hacer en términos de crecimiento. La economía cubana se encuentra en esa situación.
De una parte, exhibe un crecimiento sostenido de los precios que ha desembocado en el mayor proceso inflacionario que el país haya vivido. Por otra, el sistema productivo cubano apenas da síntomas de crecimiento, una situación que puede ser descrita como estanflación.
De ahí la necesidad de implementar un programa de estabilización macroeconómica que a la vez permita ajustar la demanda, en especial en el corto plazo, y fomentar reformas en el interior del sistema productivo que produzcan cambios estructurales.
El factor tiempo
Es un propósito de alta complejidad, primero porque la variable tiempo es decisiva; segundo porque existen restricciones externas que magnifican el costo de cualquier esfuerzo; tercero porque requerirá asumir costos altos en términos económicos, políticos y sociales y el margen de maniobra para reducir esos costos no es muy amplio.
El tiempo es decisivo porque la demora en la aplicación de un grupo de acciones puede reducir los efectos positivos del programa o incluso convertirlos en su contrario y porque existen límites temporales políticamente aceptables en términos de “tocar las mejoras” que el programa debe producir. En ese sentido la evidencia de estos años demuestra que el recurso tiempo no ha sido bien considerado.
Restricciones externas
Luego tenemos un grupo de restricciones externas sobre las cuales poco o nada Cuba puede hacer y que en el corto plazo parece no cambiarán sustancialmente. Bloqueo, guerra en Ucrania, conflictos entre grandes potencias que han conducido y conducen a guerras comerciales, volatilidad de los precios internacionales, incertidumbres sobre las tendencias del comercio mundial, etcétera.
Que el mundo y la economía mundial no anden bien no es para nada bueno para Cuba y menos aún para emprender un programa de estabilización macroeconómica. Esa combinación hace que la posibilidad de Cuba de acceder a flujos de capital externo sea muy reducida.
Las condiciones de partida también le dan otra magnitud a la tarea. Venimos de regreso o estamos inmersos en el fracaso de la Tarea Ordenamiento, algo hecho a medias y a destiempo que no produjo el ajuste microeconómico necesario a nivel empresarial y cargó, por segunda vez, los costes del ajuste sobre la población, reduciendo sustancialmente el ingreso real (salario y pensiones).
Tres tasas y una dolarización
El Ordenamiento, lejos de conseguir la unificación cambiaria y monetaria, ha “parido” tres tasas de cambio más una dolarización —nada parcial— de la economía, así como el incremento del mercado informal acompañado de un proceso inflacionario de difícil control.
Cuba sigue arrastrando además compromisos de deuda no honrados en el tiempo establecido, demoras en el pago a proveedores y esta misma semana se enfrenta en Londres, a un proceso legal difícil, frente a un fondo de inversiones que compró compromisos de pago del país en el mercado secundario de deuda.
El programa de estabilización debería atender aquellas causas de la inflación que pueden ser manejables en el corto plazo; pero a la vez debería promover reformas estructurales en el sistema productivo cubano que logren sostener en el tiempo los equilibrios deseados.
Sin cambios estructurales profundos, sin transformaciones institucionales coherentes con esos cambios, es muy probable que la situación que hoy enfrenta la economía nacional y nuestra sociedad se reproduzca con peores colores en un plazo de tiempo no muy largo.
Recortar el gasto fiscal y mejorar la eficiencia en el uso de los recursos fiscales de forma tal que una parte de los recortes se reasignen a proyectos que incrementen la productividad y la eficiencia es una de esas medidas imprescindibles. Pero los márgenes de maniobra son muy estrechos.
Reducir el gasto; reducir la burocracia estatal
El 72 % de los gastos corrientes del presupuesto están concentrados en el sector social. Recortar esos gastos sin afectar la cobertura y la calidad de esos programas es bien difícil aunque siempre hay posibilidades de modernizar y adecuar los sistemas y de reducir la burocracia asociada, parte de la cual puede ser prescindible.
Para que se tenga una idea, existen más entidades presupuestadas (2 411) que empresas estatales (1 951). ¿Acaso no es posible redimensionar ese aparato? En la administración pública, defensa y seguridad existen 882 entidades, casi tres veces las existentes en educación (269) y dos veces las existentes en salud pública (491).
Para el año 2023, a pesar del incremento de los ingresos presupuestarios en un 17 % y de planificar un déficit de 68 128 millones de pesos, menor que el del año anterior, el mismo alcanzará los dos dígitos como proporción del PIB.
Pero también es necesario someter a un profundo escrutinio al sector empresarial estatal. Este año se planifica reducir las empresas con pérdidas desde más de 400 en 2022 a apenas unas 80. ¿Constituyen medios de producción fundamentales esas 1 951 empresas?
¿Son acaso medios de producción fundamentales esas 401 empresas en el sector de comercio y reparación de efectos personales? ¿Lo son todas esas 129 empresas en hoteles y restaurantes? ¿Y las 231 empresas en servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler?
¿Son medios de producción fundamentales las 378 empresas estatales del sector de la manufactura? Redimensionar el sector empresarial será necesario si se aspira a un programa de estabilización macroeconómica que se sostenga en el largo plazo.
Pero no basta reducir el gasto corriente; se debe además convertir una parte del gasto corriente en inversión pública en sectores que contribuyan a mejorar la competitividad de la industria nacional, de toda ella, la estatal y la no estatal.
Ese ajuste de demanda, si se desea evitar impactos sociales negativos, requerirá de políticas públicas que abran nuevos espacios productivos y de servicios, que generen empleo verdadero, que faciliten la entrada de flujos de inversión foránea.
El orden y la secuencia en la adopción de las medidas serán esenciales para ese programa de estabilización macroeconómica. Quedó como evidencia en el caso de la Tarea Ordenamiento.
La tarea es grande, los márgenes son estrechos, las condiciones externas e internas no son las más convenientes. Todo ello es verdad; pero más costoso sería seguir esperando.
Muy buen análisis