Están inevitablemente en mi camino al agro de 6 y 17. Siempre a las diez de la mañana, siempre en el mismo banco del Parque Lennon, el único que se beneficia con algo de sombra a esa hora. Son tres, y deben tener entre setenta y setentaicinco años. El gordo fue puntista azucarero; el narizón, profesor de inglés en un preuniversitario; el mulato trabajó por décadas como editor de cine. Ya están jubilados.
Llegan después de haberse bebido los noticieros de la mañana. Ya auscultaron a esa hora los esqueléticos diarios del país. Y comentan, muy serios, las esperpénticas novedades.
No había reparado en ellos hasta el día que pidieron mi concurso como árbitro. Discutían de geografía. Uno decía que la capital del Reino de Tonga es Pangai, y el otro aseguraba que el centro político y administrativo de la isla es Nukualofa. Les dije que no podría ayudarlos, que no tenía la menor idea de dónde queda Tonga. El que se había mantenido callado me miró con manifiesta curiosidad: “¿Usted no sabe nada de Tonga?”, preguntó perplejo. Y siguió: “¿Y lo dice tan campante? ¿Se puede vivir sin conocer nada de Tonga?” Buscando una excusa plausible para mi desconocimiento, les pregunté por qué les interesaba tanto Tonga. El mulato respondió al tiro: “Porque en Tonga no hay racionamiento; allí uno puede comprar de todo en grandes cantidades. Bueno, ya lo dice el nombre del país.”
“Estos son unos jodedores criollos”, pensé. Quise saber debido a qué me habían escogido para dirimir su pleito. El gordo dijo que se veía a las claras que yo era un intelectual: “Compra poco”, señaló a mi bolsa trasparente, “y cosas raras: apio, coliflor, berenjena, jengibre…”
Desde entonces los saludo cada día. A veces están solos los tres; en otras ocasiones los acompaña un incauto como yo, ignorante de los asuntos de Tonga y comarcas afines, que les sirve de “punto de bonche” para su ejercicio matutino. Eso sí: siempre se les ve serios, ni siquiera sonríen cuando dicen las cosas más absurdas y tremendas.
A lo largo del tiempo nos hemos hecho amigos. Amigos de parque, aclaro; que es una categoría concomitante con otras como amigos de bar y amigos de viaje. No conozco sus nombres, ni ellos el mío. Incluso tengo la sospecha de que no se visitan entre sí, de que a la hora en que el sol a plomo los expulsa de la plaza cada uno vuelve a su órbita para sumergirse en la marea de la cotidianidad, para apertrecharse de datos e historias que sustenten el encuentro de la jornada siguiente.
Ya no espero que me llamen. Cuando tengo unos minutos me detengo a escuchar su charla sabrosa. Hablan como si no estuviera presente, a la espera de que meta la cuchareta para caerme arriba con sus frases mordaces e ingeniosas.
Una vez discutían sobre la reencarnación. Había quien quería que su alma trasmigrara a un artista famoso, otro anhelaba ser un tigre, el narizón escogió un pimiento para nueva envoltura material de su espíritu. “¿Un pimiento?”, no pude contenerme. Como si fuera la cosa más natural del mundo, el aspirante a miembro de la especie capsicum annuum (eso lo aprendí ese día), me aclaró: “Es un vegetal hermoso, que puede ponerse rojo, amarillo o verde, de acuerdo a las circunstancias, y nadie lo discrimina por el color de su piel. Y tiene una altísima autoestima. ¿No ha visto su precio en el mercado: diez cañas un pimiento distrófico? Sólo lo compran quienes lo quieren de verdad.”
No sé si lo ensayan o si les surge espontáneamente el sketch. Recuerdo uno de sabor martiano. Venía una señora cruzando el parque. El mulato dijo: “Mira, ahí va Humanidad”. El narizón intervino: “Se llama Patria”. El gordo remató: “¿Tú no sabes que Patria es Humanidad?”
A los precios topados les llaman precios tapados. De los limones dicen que pertenecen al Estado Islámico: aunque los expriman no sueltan prenda. Para ellos, los tomates tienen acné; los pepinos, escoliosis; y hay, aseguran, una epidemia de raquitismo que afecta a la población de ajos y cebollas…
Cambian letras en las palabras para alterar el sentido, también la sintaxis de las frases, sustituyen verbos en construcciones codificadas en nuestra lengua desde hace siglos: “No van lejos los de ‘alante’ si los de atrás comen bien…” Remiten a Tres Patines, primero, y luego a Cabrera Infante, que seguro es un autor que no conocen o, al menos, no majan con soltura. Y es que ese ingenio, esa rapidez de mente es un elemento idiosincrático que se ha ido formando a lo largo de centurias, y que los humoristas profesionales han sabido explotar felizmente. Recuerdo que cuando mi madre veía a una persona avispada, de humor fácil, rápida para encontrar soluciones, decía: es de las Antillas. Frase que debe haber quedado en desuso décadas atrás.
Ayer noté que sólo había dos en el banco de siempre. Los saludé de lejos. Pero a la vuelta me ganó la curiosidad, y no pude contenerme: “Eh, ¿y el mulato?” “En Maternidad de Línea. La mujer está a punto de parir…” “¿Es joven la esposa?”, pregunté. “Qué va”, dijo el gordo, “es la de toda la vida”. “¿Y qué edad tiene?” “Setenta”, respondió el narizón, y siguió: “Tienen dos hijos hombres, y andaban buscando la hembrita.”
Esta vez se me fue una carcajada.