Con la muerte en mayo del escritor y poeta Matías Montes Huidobro (Sagua La Grande, 1931- Miami, 2022) recordé una anécdota ratificada por él cuando investigaba sobre el magazine Lunes de Revolución, al cual se incorporó a las pocas semanas del primer número tras una época en la que se había desempeñado como profesor a tiempo completo, según relataba, porque “me había casado, teníamos una hija, la vida era muy difícil”. Eso me lo escribió por correo electrónico en octubre de 2007.
Su primer asomo sucedió precisamente con la publicación de Los Acosados, un fresco de aquel periodo presentado a través de dos personajes que despliegan incertidumbres y miedos en una atmósfera que se repetirá de alguna manera en la siguiente obra que publicaría el magazine, Gas en los poros, con dos personajes también, ahora una madre y una hija.
Montes Huidobro, según la propia presentación que le hace Lunes, ya “había colaborado en publicaciones como Bohemia, Nueva Generación, Prometeo, el mensuario del Ministerio de Educación, Carteles y el periódico Revolución. Era un joven de 27 años con una Mención honorifica del Concurso Prometeo por la obra Las Cuatro Brujas, a la que superó llevándose el primer premio del mismo certamen con Sobre las mismas rocas.
Su aterrizaje como ensayista, articulista, crítico de agudo ojo y segura lengua ocurriría pocos números después, y se prolongaría con más de 15 textos hasta 1961, año en el cual, después de las turbias políticas implementadas tras la reuniones en la Biblioteca Nacional, que incluyeron el cierre de Lunes de Revolución, decide exiliarse. “Empiezo a llevar artículos (sobre la enseñanza, teatro, creación), se publican y me pagan por ellos. No pertenecía a la nómina pero tuve siempre las puertas abiertas tanto en Lunes como en el periódico Revolución”, me contaba.
El primero de esos trabajos fue un estudio sobre José Antonio Ramos, de quien decía “no estaba plenamente olvidado, ni plenamente recordado del todo” en la Isla, razones por las cuales desglosó una serie de criterios paralelos como, por ejemplo, si era conveniente para el teatro que la circunstancia social determinara el movimiento interior de una obra o si, en cambio, convenían dejar en libertad a los personajes en lucha con sus acciones.
Además de desentrañar cuestiones netamente ligadas a la técnica del teatro y a la dramaturgia, Huidobro soltaba frases que destellan entre sus argumentos abriéndonos puertas de otros problemas o situaciones.
“Yo me pregunto si la deuda con los muertos es la deuda del engaño y la mentira”, escribía en “Necesidad de José Antonio Ramos” y: “hay un mundo secreto, insondable, tras la palabra de cada día, tras las discusiones, debajo del plato y junto a la lámpara. No hay que ir muy lejos”, que aparece en “Las cosas hablan: Paddy Chayefsky. Recorrido cotidiano hacia la noche”, donde acerca al lector a la obra del dramaturgo y novelista, especialmente traído a la ocasión por la lectura de su pieza Middle of the night.
Huidobro despliega ideas claras, desmenuza una obra para que entendamos por qué existe y para qué. Otra frase: “no podemos obligar a nadie a tomar nuestro vino amargo”. Esta la debemos a su crítica del libro Teatro cubano contemporáneo, compilado por Dolores Martí de Cid y tras cuya publicación por Aguilar, escribe en Lunes: “lo más seguro es que todo lector inteligente huya del teatro cubano después de esto”. Su texto “La tragedia teatral a través de un libro” le sirve para confirmar problemas reiterados en la historia cubana, pues siguiendo sus palabras: “las faltas de este teatro llamado contemporáneo que se cometió el error de reunir en un tomo, no está en los autores, sino en su circunstancia, en las limitaciones que ahogaron su expresión”.
Entre las frase tras las lecturas de estos textos suyos hay otras sugerentes: “Ahora todos tenemos algo más en común: el enemigo. Y entonces las extrañas, usuales y estúpidas a veces feroces discrepancias, se entierran, siniestramente se entierran”. “Vieja historia, lejano desconsuelo” es un desgarrador fresco de Ricardo Vigón, cuya muerte consternara a un grupo de jóvenes intelectuales, quienes llevaron este sentimiento al magazín.
“El hecho de vivir ha terminado. El hecho de morir ha terminado. Pero nosotros subsistimos aun, abrimos la boca y metemos la cuchara, alargamos la mano y tomamos el libro. La boca enferma. La mano herida. Frente a la muerte escribimos nuestras cartas, decimos nuestras palabras, apretamos los corazones”.
En 1960, me contaba, pasó a ocuparse regularmente de la crítica teatral en el periódico Revolución, porque su responsable, Rine Leal, se ausentaría por un año. Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante, a quienes le unía una amistad fraguada desde sus tiempos de estudiante en el Instituto Uno de La Habana , “tomaron esa decisión, sin que yo lo pidiera”.
Para marzo se estrenó en el Teatro Nacional, la obra La Ramera respetuosa, de Jean Paul-Sartre, quien estaba de visita en la Isla. La visita tenía una connotación oficial evidente, pues el gobierno, Fidel Castro en persona, mostraba al filósofo la mayor cantidad de realidades posibles ante su curiosidad por la entonces naciente Revolución.
En Lunes se emitieron algunos criterios sobre esa obra, se escribió: “no es ni exacta en su ambientación, ni profunda en la descripción del ambiente. Pero esto no importa, ni creemos que le importe al autor”. Sartre, por su lado, argumentó también para el magazine: “la representación es correcta. El movimiento de los actores es lento, pero mecánicamente exacto. La mise-en scene es cuidada. No está mal, sin cortesías de mi parte”.
Sin embargo, Montes Huidobro tenía sus propias opiniones: “Consideré que el montaje no servía para nada y que Morín, que era un excelente director, había hecho un trabajo pésimo, conjuntamente con Miriam Acevedo, que no estaba en papel, aunque era una actriz excelente, pero de otro carácter”.
“(Francisco) Morín me dijo que él había hecho la obra con el tono panfletario y con estereotipos porque sabía que eso era lo que querían ver los que asistieron al estreno. Como yo no dependía de ninguna agenda política, sino de mi criterio de dirección, actuación y montaje en general, así lo escribí, haciendo caso omiso de la importancia política adjudicada al estreno, que a mí me tenía sin cuidado pues no era esa mi función. Me fui para mi casa, escribí la reseña y la llevé la mañana siguiente. No me la publicaron”.
Para Matías la actitud de los directivos tanto del periódico como del magazine estuvo condicionada por el momento, creían, dijo él, que de acuerdo con las circunstancias políticas y el contexto del montaje habían quedado perfecto. Además, sumaba la idea de que Franqui era un apasionado de la gran actriz que fue Miriam Acevedo, y ese aspecto subjetivo también entraba en juego.
Pese a eso, su criterio fue firme, y al parecer se trata de la única vez que estuvo contrapuesto al magazine, al punto de parecerle inoportuno su criterio.
De sus artículos más políticos recordaba el que dedicara a Arthur Miller, en una entrevista con Rolando Morelli publicada en YouTube. En “La Jaula del hombre”, por cierto, además de su crítica a cierta sociedad capitalista, llegaba a decir cosas como: “El hombre es creador (sic) por la sociedad a su imagen y semejanza. La tragedia surge cuando es la propia sociedad quien lo rechaza y desplaza como inservible.”
“No fue impuesto, fue hecho. Ahora, si lo tuviera que escribir impuesto era diferente”, decía a Morelli.
En 2018, la editorial Hypermedia reunió el Teatro completo de Matías Montes Huidobro en una edición revisada por el autor, al cuidado de Ernesto Fundora. En las “Palabras preliminares”, escribió el dramaturgo: “Este cuerpo teatral cubano que es mi persona cubre a través del teatro el vórtice huracanado que es la historia de Cuba en un péndulo que para mí ha sido muy difícil, y que me ha recorrido de arriba abajo, en el intento de superar todas las di0cultades gracias a una voluntad férrea, que es el único modo de superar barreras y fronteras que parecen infranqueables, y tratar de hacer algo. El teatro para mí ha sido un ejercicio técnico del intelecto en contra de la adversidad de la historia”.