La estrecha relación de Joaquín Sabina con la cultura argentina está más que demostrada en su obra: referencias a lugares, usos idiomáticos del lunfardo, apropiación de melodías de tangos que recuerdan a la ciudad de Buenos Aires o a momentos enlazados a ella por sus amores argentinos, exponen una relación profunda y antigua.
La semana pasada, volvió a dar muestras de ello en su legado al Instituto Cervantes, institución que mediante su presidente, el poeta Luis García Monterero, convocó al cantautor para una actividad de la cual supimos antes porque allí estuvo también un escritor cubano.
https://twitter.com/InstCervantes/status/1445406544842174468
Sabina depositó su colección personal de la Revista Sur en lo que fuera la caja de seguridad número 1237 del antiguo Banco del Río de La Plata con sede en el madrileño Edificio de las Cariátides. “Yo no la había visto en ninguna biblioteca”, dijo antes del encuentro posterior desarrollado con público y con transmisión por el canal de YouTube.
Fue entrevistado por el poeta Benjamín Prado y la periodista Nativel Preciado. Para ellos apuntó que le interesaba “la estupenda manufactura de la revista”, aunque le había deslumbrado algo más que su visualidad e, incluso, la controversia que se arma casi siempre que se habla de ella: “casi todas las obras de Borges están publicadas antes en la revista Sur”.
“Buenos Aires era un foco importantísimo”, advirtió refiriéndose a la actividad cultural de esta ciudad cuando Victoria Ocampo comenzó en 1931 la publicación de una revista que fue referente cultural al juntar voces de todo el continente, incluidos autores de lengua inglesa, y así mismo de la península española.
Con esta donación Sabina visibilizó su interés cada vez más evidente de mostrar que a pesar de que canta y compone, de que a ello debe su fama, se trata de un hombre conmovido profundamente por la literatura: que su devoción por los libros y los escritores es tanto o mayor, al menos primero, que por la música.
“Mi principal pasión era leer, lo sigue siendo; en mi casa apenas se escucha música, y menos mía, porque la que se escucha es buena música”, dijo son sorna, y agregó algunas referencias a sus inicios, cuando rastreaba canciones en la radio para tomar el pulso de una industria en la que estaba decidido a involucrase tras su regreso de Londres, donde había pasado ocho años exiliado del franquismo:
“La falta de atención a las letras, la falta de magia y de literatura en las letras era bastante asombrosa. Esa fue una decisión antes de meterme con Javier Krahe en La Mandrágora; la de tratar de dignificar un poquito, literariamente, las letras de las canciones”.
Además de la colección de Sur, compuesta por 371 números, Joaquín Sabina entregó una primera edición de su libro Ciento volando de catorce en el cual compartiera con sus seguidores sonetos escritos antes de la depresión producida por el derrame cerebral sufrido en 2001.
Muchos recordarán que Sabina firmó cientos de ejemplares cuando fue impreso ese libro en La Habana, en 2007, y hasta los espacios de la Feria del Libro llegó para conversar con un público que desbordó el lugar no para escucharle cantar, sino leer sonetos.
De este poemario es “Puntos suspensivos”, “el soneto que más me gusta de los míos”, dijo. Le apasiona el soneto “por amor a la rima clásica y a las palabras, pero no es lo mismo la cabeza ni la mano que escribe un soneto que la que escribe una canción. En una canción siempre tienes presente una idea, o dos versos que rimen muy bien, o una especie de estribillo; un soneto no, se hace más solo y pensando en cosas más exclusivamente literarias, más que en su capacidad de transmisión a la gente que es lo que deben tener las canciones”.
Otra joya que incluye su legado al Cervantes es el manuscrito original de la canción “Que se llama soledad”, grabada para el disco Hotel, dulce hotel (1987). “Como yo escribo manuscritos con dibujos intercalaos es el manuscrito de una canción”, dijo segundos antes de meter el contenido a la caja de seguridad y antes del cual había ido a su interior uno de esos bombines que forman parte de lo que pudiera llamarse la “caricatura” más conocida de Joaquín Sabina.
Cuatro gallos de pelea y una pareja asturiana de espaldas al mar dibujadas por él mismo, así como cuatro fotos enmarcadas que recuerdan momentos con amigos escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y algunos de lo que denomina “grupo de Rota”, que integran él mismo, García Montero, Almudena Grandes, Benjamín Prado, Chus Visor, Felipe Benítez Reyes y el poeta fallecido Ángel González.
Entre las muchas secciones del antiguo banco, a su patrimonio en dejación le correspondió un lugar cercano al sitio donde Ana Belén colocó el suyo. Queda próximo al del peruano Bryce, y pared con pared al de los Les Luthiers, otra muestra de su conexión argentina. Como el resto, esta caja será abierta un día para el disfrute de la Institución y de todos. Ese día será conocido cuando así lo disponga el dador.
Tres puntos suspensivos…
Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos…
Simplemente genial este hombre. Gracias por el artículo.