Como en 2021 se conmemoran 60 años del cierre del magazine Lunes de Revolución, y el pasado 23, sumaron 62 de que fuera impreso por vez primera, un día antes de la creación del Icaic, rescato algunas ideas, muchas publicadas en un libro escrito hace algún tiempo, respecto a su trascendencia para la cultura cubana y en la formación intelectual y política de sus lectores.
Si su existencia fue una oportunidad para la generación de creadores que apenas encontraba lugar en la prensa, sus artículos de opinión o de “formación teórica, estética e ideológica” educaron a miles de cubanos que podían estar, o no, ajenos al arte y a los caminos que este iba tomando en el mundo, a la par que evolucionaba o se movía de distintas maneras en materia política.
Las opiniones salidas de sus páginas, o impulsadas por el grupo fuera de estas, dieron lugar a debates algunas veces acalorados al punto de parecer injustos, aunque evidencian la muestra del necesario ejercicio de la crítica y, a la larga, resultaron fundamentales para la formación de una política cultural cubana.
La eficacia de Lunes queda expuesta en su colección, digitalizada hace algunos años por la Biblioteca Nacional de Cuba. Ya desde los días en que un cubano podían recibirlo junto al periódico Revolución, proyecto de Carlos Franqui, de haber papel y no tener inconveniencias coyunturales que impidieran el número correspondiente, sus propios responsables se encargaron de visibilizar el criterio vertido por sus lectores sobre su gestión e importancia.
Semana tras semanas, y gracias a Cartas a Lunes, el magazine estuvo publicando fragmentos que evaluaban un trabajo visible a partir de números muchas veces especiales, unidos por un tema, un país, una cultura, un escritor o un hecho determinante para la circunstancia política de los cubanos. Sus páginas permanecían abiertas a nuevas voces a las cuales apenas le exigían “una mínima calidad, una máxima claridad, un mínimo de interés y un máximo de compromiso con la Revolución”.
De ese modo, para su primer aniversario demostraban un apoyo general proveniente de las facciones políticas más representativas del momento, algo que puede constatarse en una especie de encuesta: “¿Por qué me gusta y no me gusta Lunes?” (No.52), mediante la cual, además de intelectuales, colaboradores y obreros como algún linotipista involucrado en su tirada, reprodujeron el criterio de figuras esenciales de la Revolución, como los propios Fidel y Raúl Castro, junto al de otros provenientes del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular (PSP).
Ernesto Guevara en esa encuesta les definió como “uno de los mejores aportes a la realidad cubana”, a pesar de que a veces le parecía cargado de unos “intelectualismos divorciados de la realidad cubana”. Haydee Santamaría, ya directora de Casa de las Américas, se mostraba segura al decir que era el medio donde la nueva generación podía expresarse con “notable sinceridad” y que ese despliegue de ideas acumulado en doce meses formaba ya parte del “patrimonio del pueblo de Cuba”.
Un paréntesis para recordar que algunos de los principales responsables de Lunes fueron también los iniciadores de la revista Casa de las Américas. La labor fundadora corresponde a Antón Arrufat, Fausto Masó y Pablo Armando Fernández, subdirector del magazine. Pero, no solo las firmas se reiteraban de una publicación a la otra desde mucho antes de que le llegara el final al proyecto, sino que el grupo colaboraba en la promoción de Casa, como es el caso de los números donde se promovió el concurso literario y otros donde fueron entrevistados muchos de los escritores que visitaban la Isla para este fin.
Volviendo a la encuesta y a la representatividad y aceptación política visible en ella (siempre dentro de una corriente de izquierda), Guillermo Jiménez, director de Combate, el órgano difusor del DR-13 de marzo, alegaba que el trabajo había logrado llenar el vacío de medio siglo de intelectualismo comprometido y divorciado casi siempre de las ansias populares.
“La remunerada neutralidad de la cultura, cuyo manto se acogieron los profesionales del plattismo en nuestro mundo cultural, para medrar a costa del pueblo, ha sido en gran parte desenmascarado en cada edición semanal de Lunes. Cada ejemplar ha sido una prueba de que la actividad cultural solo es útil cuando se ejerce en función del pueblo, y manifiesta las necesidades de este mismo pueblo”, escribe Jiménez.
Otro intelectual ligado a los medios de prensa y, esta vez, figura clave dentro del PSP, Carlos Rafael Rodríguez, además de observaciones y objeciones estéticas, llamaba la atención sobre la importa del magazine como “vehículo común de los intelectuales y artistas incorporados al proceso revolucionario, aún de aquellos que no habían definido todavía para sí mismos la naturaleza de su adhesión”.
Esa intención lograda de fungir como una plataforma para el pensamiento heterogéneo, quizá no propuesta de manera explícita desde su creación, había sido subrayada desde aquella primera y famosa declaración de principios correspondiente a 1959.
Recuerde que Lunes (y con él sus responsables) ha sido, creo, el único espacio editorial cubano donde se aseveró abiertamente que no siendo comunistas tampoco dejaba de serlo, y en ello, más que ambigüedad o duda, queda la certeza de su desprecio hacia el dogmatismo estalinista que salpicaba la cúpula de los comunistas cubanos, porque el grupo se consideraba “de izquierda, tan de izquierda que a veces vemos al comunismo pasar por el lado y situarse a la derecha en muchas cuestiones de arte y de literatura” (“Una posición”. No. 3)
Su compromiso con la pluralidad dentro de la línea ideológica que defendían les hizo merecedor de esa credibilidad reflejada en algunas de las frases antes citadas, opinión a la que sumó su voz Fidel Castro, quien hubo de definirlo como “un buen esfuerzo en las necesidades de expresar tres cosas: “Revolución, pueblo y cultura”.
Los intelectuales encargados de mantener Lunes fueron así mismo esenciales en la realización del famoso encuentro entre creadores artísticos y políticos, efectuado en la Biblioteca Nacional, en junio de 1961, reunión de la cual este año también se conmemoran seis décadas. Mas, tuvo un detonante: la censura del corto PM. Y aunque tenga razón quien alegó que en el plano de la cultura y la educación muchos proyectos fructificaron después, hay que volver a PM porque ese corto de Orlando Jiménez y Sabá Cabrera encierra un dilema que no acaba de resolverse en la Isla.
Sobre la reunión entre creadores y representantes del poder político, sobre la importancia de conciliar ideas, Lunes había llamado la atención desde muy temprano. Sus colaboradores sentían la urgencia de esclarecer ciertos principios del arte y la literatura en una época marcada por el espíritu y la violencia revolucionaria. Así lo dejó saber Guillermo Cabrera Infante, que era su director y había sido por un breve tiempo la cabeza en la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, una especie de antesala del Consejo Nacional de Cultura y del Ministerio de igual rama que al fin se fundó en la década siguiente.
En ese texto, escrito pasado el el 26 de julio celebrado por primera vez en la Sierra Maestra, y a donde fueron casi todos los directivos y colaboradores del magazine, Cabrera Infante recuerda una conversación informal y casual sucedida antes del acto entre el poeta José Álvarez Baragaño y el presidente de la República Osvaldo Dorticós, a la cual se sumó. Insistieron en el interés de los intelectuales por reunirse con los dirigentes de la Revolución, ante lo cual Dorticós les aseguró que junto a Fidel ya sopesaban la posibilidad de intercambiar con todas las tendencias.
Pero, ni siquiera fue idea planteada únicamente desde Lunes, tampoco demoraron hasta 1960 para decirlo. A poco de enero del 59, los escritores, y sobre todo los intelectuales agrupados en el PSP, movían opiniones referidas a la realización de un congreso de escritores y artistas, hecho que se programaría al fin para junio del 61 y que sería postergado para agosto por los acontecimientos generados por la censura de PM, entre los que sobresale la carta que firmada por un centenar de escritores el magazine envió a los organizadores y al gobierno, alegando que, en reclamo, no participarían en dicho encuentro.
El dilema que para Lunes de Revolución representaba describir un país vecino de Estados Unidos, convulsionado por una revolución y con el auge solapado de una corriente autoritaria en las filas políticas, trascendió a cientos de novelas y cuetos, obras de teatro, poemas y artículos, así como obligó a sus miembros a interrogar a cualquiera que se hubiera visto en una situación semejante y que por tener más edad o experiencia las pudiera dar algún tipo de luz.
Así hicieron con muchos comunistas probados, como el poeta turco Nazim Hikmet o el chileno Pablo Neruda. A todos les preguntaban más o menos lo mismo y más o menos lo mismo respondían. Hikmet les dijo, por aquellos días en que estaban sucediendo las reuniones de la Biblioteca, que “para un escritor honesto no hay conflicto que no se puede tratar, es decir, no hay conflicto bueno o malo para la revolución, o bien, que no se pueda tratar.”
“Lunes” fue un buen magazine literario del periódico Revolución, dirigido por Franqui. En él colaboró la crema y nata de los escritores cubanos, y a pesar de sus conflictos (alguna que otra polémica de tipo generacional), imposible referirnos a los éxitos de la cultura cubana de la década ignorando sus aportes. He visto “PM” de Saba Cabrera y Orlando Jiménez y no comprendo sobre la base de qué argumento fue censurado. Nada hay en él que no fuera reflejo de aquella época: una visión nocturna del puerto habanero con La Habana de 1961 de fondo, los bares y formas de esparcimiento del cubano de a pie, aquel que carecía de formación suficiente como para hacer suya otra forma de vida. En “Memorias del subdesarrollo”, esa gran película de Tomás Gutiérrez Alea (basada en la novela de Edmundo Desnoes), hay imágenes de una fiesta bailable con banda sonora que lleva la música de “Pello” el Afrocán detrás, y tienen un aire mucho más marginal que el que pudiera atribuirse a “PM”. Yo creo que ambas películas -la de Saba y Orlando no es más que un corto de apenas 15 minutos realizado con la técnica del “free cinema”, muy bien concebido, por cierto- ofrecen un punto de vista sobre la herencia del subdesarrollo en nuestra tierra cubana. A menudo la censura no es otra cosa que el reflejo de un punto de vista dogmático con la consiguiente incapacidad para entender.