Algunas frases del texto leído el pasado 28 de junio por el escritor y expresidente de la Uneac, Miguel Barnet, en la Biblioteca Nacional “José Martí”, a propósito del 60 aniversario del discurso de Fidel Castro conocido como “Palabra a los intelectuales”, suscitaron en mí este comentario breve.
A Barnet lo escuché en la radio y hasta ahora no encuentro sus palabras en otro lugar para compartirlas, pero anoté algunos puntos sobre los que me interesa llamar la atención, porque, si en efecto fue un privilegiado al estar en aquellas reuniones, ¿por qué dejarse superar por las emociones dándole espacio a la memoria discriminante?
En todos estos años aquella reunión, cierre de tres encuentros entre artistas e intelectuales con representantes del gobierno en junio de 1961, ha sido analizada, recreada en la ficción, elevada a niveles de leyenda por la propaganda y la disidencia, tenida como el súmmum de la política cultural y estandarte de historiadores, curiosos, burócratas, honrados y oportunistas.
Desde hace mucho se dedican dossiers para recordar su actualidad o recuperar detalles que se van olvidando. Recuerdo una muy buena compilación en La Gaceta de Cuba donde algunos de los participantes evocaban el evento del cual, sin embargo, apenas trascienden las palabras de los intelectuales, lo dicho a los representantes del gobierno en lo que, en efecto, parece haber sido un encuentro candente pero franco.
El primer dato sintomático de esa reunión es que ninguno de los participantes reprodujo algún tipo de relatoría a la prensa. Ni los periódicos oficiales ni los que no lo eran refirieron detalles respecto a lo que pasó. Por lo visto, hubo un pacto para que no quedara evidencias de la discusión, práctica que se mantuvo como un principio en estos años: las discusiones en el arte suceden, pero cuando son conflictivas no trascienden a los medios de prensa; es decir, eso que se llama pueblo no toma parte nunca en los debates promovidos por los artistas aun cuando trascienden lo artístico.
Trato de ponerme en aquel momento y creo que en las reuniones primó la intención por llegar a un entendimiento, aunque la discusión, como dije, fue candente y sincera. Cada una de las tendencias dijo lo que pensó, y se defendió cuando fue necesario, como lo hizo de manera ejemplar el poeta Pablo Armando Fernández por el grupo que había dado pie a que al fin ese encuentro sucediera.
Recordemos que era una exigencia de los intelectuales al gobierno desde 1959 y que si se concretó antes del primer congreso donde quedaría constituida la Unión de Escritores y Artistas fue porque, convocados por Lunes de Revolución, unos cien intelectuales amenazaron con no asistir dada la censura de un corto de unos 12 minutos. PM fue el detonante. Ya lo he dicho.
Creo también que la circunstancia de tensión extrema vivida en 1961 dada la posibilidad de una invasión estadounidense, concretada en los hechos de Playa Girón, precedente de las reuniones, impuso la primera idea de que la cultura debía estar subordinada a lo político, iniciando el gran e interminable problema que parece determinar el tema de la libertad artística en la Isla.
Todos no usamos los mismos términos para referirnos a determinados acontecimientos; la realidad es múltiple, tiene decenas de aristas y depende de la manera en que la percibamos. Pero, me parce cuestionable que quien haya sido testigo de los acontecimientos, reitere clichés preestablecidos.
Por ejemplo, afirmar a estas alturas que Fidel Castro, con solo 34 años, se enfrentaba a un grupo de creadores maduros y formados es una verdad a medias. La mayoría los intelectuales que estaban allí eran tan o más jóvenes que quienes formaban parte del gobierno; el diálogo, discusión o como quiera que se llame, sucedió mayormente entre artistas con una obra en ciernes y la mayoría de ellos preocupados por el papel que habrían de jugar en una sociedad cambiante. Tal vez cuando el propio Fidel Castro decía aquello de “estamos todos aprendiendo” se refiriera, en efecto, a la juventud que predominaba entre los participantes a esta preocupación.
El otro punto sería el de ignorar entre los muchos esfuerzos culturales que pormenorizaba, el trabajo desplegado desde el periódico Revolución y por el grupo de Lunes de Revolución; algunos de cuyos colaboradores no solo pasaron a formar parte directiva de la Uneac, sino que, desde un año antes, fundaban espacios esenciales en otras instituciones como lo es la revista Casa de las Américas.
En ese lugar, aunque un día salió de allí sin que él mismo pudiera explicarse el por qué, aportó una increíble labor creativa y de organización el escritor Antón Arrufat, intelectual a quien esta semana, por cierto, el presidente cubano ha entregado la orden Félix Varela, distinción que reciben aquellos con “aportes extraordinarios realizados en favor de los valores imperecederos de la cultura nacional y universal”. Este hecho constituye un hito, pues desde su entrega en 1981 es la primera vez que alguien de aquel grupo de escritores que en un tiempo llamaron “conflictivos” la merece.
Creo que el presidente cubano Díaz-Canel ha dicho algunas frases interesantes en el acto por los 60 años de aquel encuentro entre los intelectuales y los representantes del poder político en la Biblioteca Nacional de Cuba: “Creemos firmemente que la obra de arte tiene no solo el derecho sino la misión de ser provocadora, arriesgada, desafiante, cuestionadora, también enaltecedora y emancipadora. Someterla a la censura subjetiva y cobarde es un acto de lesa cultura. La libertad de expresión en la Revolución sigue teniendo como límite el derecho de la Revolución a existir.” También esto otro: “Me honra ratificarles hoy que dentro de la Revolución sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo”.
Esa intención quedó visible en entrega de la orden Félix Varela y la Medalla Alejo Carpentier, instaurada esta última para distinguir a personas con “relevantes méritos” en cuanto “aportes a la cultura cubana”. Esta vez, ambas distinciones fueron al pecho de un grupo muy heterogéneo conformado por creadores como el cantautor Gerardo Alfonso, el periodista Pedro de la Hoz, el escritor Eduardo Heras León, la realizadora Rebeca Chávez, las actrices Isabel Santos y Corina Mestre, y el actor y humorista Osvaldo Doimeadiós, por ejemplo. Entre ellos destacan como las voces más críticas los escritores Arrufat y Leonardo Padura.
Respecto a este reconocimiento oficial aceptado en persona, Padura ha dicho sentiste sorprendido, y a la vez apunta: “Quizá implique un cambio en esta política que se ha aplicado con respecto a mi trabajo, a mi obra y a mi persona.”
Tal vez sea un cambio de política, ya iniciado hace unos años cuando ambos recibieron indistintamente el Premio Nacional de Literatura, que intenta saldar deudas con las voces discordantes de una generación que no es, sin embargo, la generación que ahora mismo parece la más conflictiva ante los ojos del gobierno. Algunos también hacen esta interpretación, pero eso significa irse a otro tema que no es el de las reuniones en la Biblioteca en junio de 1961, sus 60 años, la memoria y la desmemoria que existe al respecto.
estimado autor : quizas usted es muy joven para saber que significaba en 1961 la palabra y los gestos de Fidel Castro.Solo decirle que,el pobre Virgilio,se cago (quizas no fisicamente) !!! Pablo armando fernandez,bailo con la musica que bailaron los intelectuales de aquuella epoca,cogio la zanahoria y la disfruto,dejando el palo para los mas bobos….como otros muchos.Que poco conocen los jovenes del terror revolucionario !!!!