Definición de lo erótico

Qué rico es ir
de los pensamientos puros a una película pornográfica
y reír
del santo que vuela y la carne que suda.
Qué rico es estar contigo, poesía
de la luz
en la pierna de una mujer cansada.

J.W.

Mis escasas y dispersas lecturas labraron un estereotipo de lo erótico. La poesía masculina como una poesía que alcanzaba su cúspide en lo contemplativo, y la poesía femenina como un ejercicio de provocación. La poesía masculina como un canto henchido, óleo minucioso que repasa el cuerpo de mujer, luego de que ese cuerpo haya sido tomado por asalto, y la poesía femenina como un chispazo seductor, una previa mirada felina, la pierna entreabierta de la poetisa coqueta que parece decir ven, yo purificaré tu espíritu en la lascivia de mi sexo.

Para los adolescentes de habla hispana, ambas corrientes cobran forma en algunos poetas antiguos (la cronología de la literatura es fortuita, depende del lector. Para mí, Nogueras es anterior a Quevedo), y en varios textos de obligada lectura. Cuerpo a la vista, de Octavio Paz, o La hora, de la Ibarbourou. Más específicamente, los cubanos cuentan con el poema XLIII de los Versos Sencillos, o con Carilda Oliver, toda ella. Ambas corrientes, sin embargo, resultan erróneas si se asumen definitivas. No pasan de meros ejemplos, y en su refutación podríamos enumerar mayor cantidad de casos opuestos, o distintos.

El vasto trasiego de lo erótico admite mil posiciones y diabluras, no hay machos ni hembras, solo sombras. La tierna virilidad de Miguel Hernández confluye en lo oscuro con el trino mustio de Dulce María Loynaz, o con el amplio catálogo lorquiano en el Romancero, que si no es erótico por algunas de sus historias y decenas de sus versos, entonces lo es por su caudalosa música (Moreno de verde luna/ anda despacio y garboso. / Sus empavonados bucles/ le brillan entre los ojos.).

Yo, que he terminado por tomarme la poesía demasiado en serio, más de lo que el médico aconseja, también he terminado creyendo que el erotismo, el verdadero erotismo, no es más que filosofía sin ropa, desnuda interrogación de la noche, la lectura de los cuerpos como si los cuerpos fueran libros, como si la piel húmeda, los poros abiertos o la boca dispuesta fueran estrictamente una alegoría del mundo y su expansión.

Hagámonos, en clave socrática, una pregunta. ¿Qué distingue lo erótico de lo pornográfico, o del sexo vulgar? Yo no creo que la pornografía sea vulgar, pero sí que es estéril, como todo lo ampuloso. Un poema, o mejor, un video pornográfico, nos aburrirán, inevitablemente, a la cuarta o quinta vez. Tendríamos, tal como siempre hacemos, que copiar otras películas, y después otras películas, cada una de ellas más desenfrenada, orgiástica, exótica, y así en una cadena masturbatoria infinita.

Libramos fácilmente el examen de lo pornográfico –sus básicas apetencias y preguntas-, pero no el de lo erótico –sus hambres indefinibles y sus dardos escurridizos. Hubo, par de años atrás, una cinta de la que no pude desprenderme. Eran dos rusas en el borde de una piscina, que se besaban y se lamían los muslos y los respectivos vientres con una cadencia inusual, más despacio que de costumbre. Parecía que verdaderamente se disfrutaban. Que se besaban para ellas, no para la cámara.

Dos o tres minutos después sacaron de la chistera una fruta amarilla y jugosa y esa fruta resultó ser un mango. Aquel instrumento dulce, aquel diminuto sol, embarrando las nalgas, las caderas y los pezones en un extenuante trasiego hasta la semilla, selló el intimismo de la escena como no lo hubieran hecho una manzana o la miel. Y esto por una razón. El mango es exótico en Rusia, por tanto en Rusia es pornográfico. Pero el mango, en Cuba, es habitual.

Encontrar un mango en medio de un acto lésbico, y no en el comedor, en los gajos de la primavera, o en el patio del vecino, lugares donde normalmente nuestra experiencia lo sitúa, implica que el video tienda hacia lo erótico, porque lo erótico es justamente eso: colocar la infancia, la moral, el país y los objetos de la casa en función de una búsqueda y un placer. Excitarse es desacralizar costumbres, resemantizar los alimentos y los cubiertos, olvidar la función de las cosas.

Lo erótico es la sublevación de lo pornográfico neutralizada por el cuello, la nuca, el labio inferior, las costillas, la planta del pie y la textura de las manos. Erotizarse es perder la memoria, avanzar por intuición, tocar la piel sin saber qué hacer con ella, y que estallen nuestras excrecencias comunes. Es indagar por determinada postura, husmear cierto olor, rodar por depresiones que la cordura católica consideraría sacrílegas. Es el manto translúcido de lo humano, poetizando, no conteniendo, nuestra irrefrenable vocación animal. Ergo, lo erótico no es plenitud (si quedamos plenos, no habrá servido), es insatisfacción, no la insatisfacción prematura y degradante del fiasco, sino de admitir que hemos desenfundado todas las armas, hemos combatido para merecer un triunfo, y finalmente no hemos conquistado ningún territorio.

El sexo real parece esconder una luz, pero esa luz, como todas las luces que valen la pena, solo puede entreverse. Detrás del sexo no hay respuesta, sino una pregunta. Solo se llega a ella a través de lo erótico, el cual, como método al fin, propone la búsqueda de un conocimiento.Nicolás Guillén lo dice antes que nadie: Tu vientre sabe más que tu cabeza/ y tanto como tus muslos. / Esa/ es la fuerte gracia negra/ de tu cuerpo desnudo/. No hay, naturalmente, un idioma más antiguo, una prosodia más universal, una biblioteca más amplia. No se leen los cuerpos como si fueran libros. Se leen los libros como si fueran cuerpos.

Si dentro de mis escasas y dispersas lecturas, Guillén abre el camino de lo erótico como una ruta hacia la verdad, es Leopoldo María Panero quien lo cierra: No es tu sexo lo que en tu sexo busco/ sino ensuciar tu alma/. Panero debió haber escrito estos versos a horcajadas sobre una mujer, rabioso por su condición de hombre, esperando “sobre el surco como el arado espera.” Lo erótico nos enseña, primero que todo lo demás, que el cuerpo, como el mundo, es una cárcel si uno desafía su límite.

En ningún lugar como en tu boca he comprobado la imposibilidad de proseguir.

Salir de la versión móvil