No quise caminar desde mi casa a la avenida Monumental (más de un kilómetro bajo el sol rabioso de las dos de la tarde) y me senté a esperar la 58, pacientemente (esa es la única manera en que uno puede esperar una 58). Abrí un libro y en la primera línea apareció un señor: “Buenas tardes, disculpe que lo interrumpa. ¿Pudiera pedirle un favor muy importante?” Lo miré. Unos sesenta años, quizás más. Ropa modesta pero limpia. Rostro abatido. Le dije que sí. “Mire, necesito que me dé un peso. Tengo que completar el dinero para comprar una medicina. En realidad necesito más de un peso para completarlo, pero me atrevo solo a pedir uno”. Ya me lo imaginaba. Pasa muchas veces. Pero esta vez me conmovió. Busqué en mis bolsillos: un billete de 20 pesos y tres pesos en menudo. Reservé uno para la guagua y le di los otros dos. “Muchas gracias, todavía queda gente buena”. Y dobló la esquina. Una señora que lo había presenciado todo meneó la cabeza: “No debiste haberle dado nada. Lo conozco muy bien, no quiere el dinero para medicina. La hija lo atiende muy bien. Quiere los dos pesos para comprarse un trago de ron. La hija dice que no le paga borracheras y mira lo que hace él”. Me quedé pensando: Ojalá que, cuando tenga esa edad, no me falten dos pesos…
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Vino una guagua, pero no era la 58. Me quedé solo de nuevo en la parada. Llegó otro señor. “¿Esa que pasó era la 58?” Le respondí que no. “Menos mal. Voy a esperar la 58, aunque vivo a ocho cuadras. Pero el sol está de truco, es como si le hubieran puesto leña seca a arder”. Me dio gracia la metáfora. Sonreí. El señor se animó: “Yo considero a los que están ahora mismo cortando caña en el campo. Esos deben estar pasándola muy mal”. Quise decir que la zafra había acabado, que no había nadie cortando caña y en todo caso, que esas no eran horas para estar en medio de un cañaveral… pero decidí no decir nada. Él siguió hablando: “Cuando yo tenía más o menos tu edad, allá por los años setenta, me llevaron a cortar caña a Camagüey. Eran los años de las zafras grandes, movilizaban a medio mundo. Yo te digo con toda sinceridad: nadie se puede acostumbrar a cortar caña. Los que lo hacen, lo hacen porque no les queda más remedio, porque eso no le puede gustar a nadie. Yo lo hacía por conciencia revolucionaria. Teníamos un jefe de pelotón, un tipo que nos decía que cortando caña en ese momento estábamos garantizando el futuro. ¡En el año 2000 seríamos un país desarrollado! Y ya tú ves, 2014 y seguimos en las mismas. ¡Yo no corto caña para nadie más, te lo juro!”
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Llegó la guagua. Venía bastante llena. Y para redondear, por los altavoces sonaba un reguetón. Una señora mayor, sentada en el primer asiento después de la puerta, sufrió un ataque de histeria, de nervios, de locura… no sabría definirlo. Comenzó a gritar, a decir que se quería morir, que la vida era una mierda, que estaba cansada de todo, que ojalá que cayera una bomba y desapareciera todo, que váyanse todos para la mierda, hijos de puta… Estaba fuera de sí. Se halaba el cabello, se estrujaba la ropa, se orinó. El chofer detuvo el ómnibus. “¿Quiere que paremos en el policlínico?” La señora lo insultó: “¡No te metas en lo que no te importa! ¡Déjame tranquila! ¡Yo lo que quiero es morirme y que se mueran todos!” Era un espectáculo lamentable. Alguna gente sugirió: “Hay que bajarla de la guagua, no sabemos qué pueda hacer”. A otros les resultó gracioso (no puedo entender las reacciones de alguna gente): “¡Denle un pan con croqueta, esa lo que tiene es hambre!” El chofer decidió ignorarla y subió el volumen de la música. Por suerte, apareció una suboficial de la Policía. “Abuela, por favor, venga conmigo”. La señora sollozó: “¿Me vas a dar golpes? Todo el mundo me da golpes”. La agente fue muy dulce: “¿Cómo le voy a dar golpes? La voy a ayudar. Todos tenemos malos días”.
Muy buenas tus historias sobre todo la última. siempre leo tu columna y me gusta mucho. FELICIDADES.
Contra asere, que buena crónica sobre la vida, de la cotidianidad. Pura vivencias.
yuris siempre me asombra la sencillez con que escribes, perfecto para mi, por eso siempre q puedo te leo…Un beso
vaya… genial. Ojalá todo el mundo tuviera esa sensibilidad para lo cotidiano que no por eso es menos importante.
bellas historias. cuando escribas libros (no se si lo haces ya) les caere atras. saludos
Con lo cotidiano estremeces… ¿Y ahora qué hago yo con tanta tristeza acumulada?
Suerte con las letras. Gracias Yuris. Acá en Argentina me llevas a Cuba. Gracias.
Yuris, me vi subiendo la loma del prado de la Villa Panamericana, sentada en la parada esperando la 58 y viviendo cada una de las historias. Gracias!!
BRAVOOOOOOOOO. ESE ARTICULO ES LA VIDA MISMA. CUANDO UNO LO LEE LO VIVE DE NUEVO. GRACIAS AMIGO. DESDE VENEZUELA LO HE VIVIDO DE NUEVO GRACIAS A TI. AHORA SE QUE NACISTE PARA SER PERIODISTA. ÉXITOS Y NO DEJES DE ESCRIBIR HISTORIAS COMO ESTAS PORQUE ESO ES LA VIDA……MOMENTOS. DETALLES
La Cuba de todos los días, donde quiera q vivas. Estas escenas las conozco. Cuántas cosas no te encuetras en una parada de omnibus, incluso hasta en el mismo omnibus!!! Gracias Yuris por estas historias
hola, Yuris, conoci de ti en un programa de TV, Parentesis, y me intereso lo que hacias y lei de tu blog, y estoy suscrito y recibo las microcrónicas. Esta me ha impactado realmente, porque siento que es lo que estamos vendo en la calle, basta con montarse en una guagua, o tener que hacer una cola de cualqueir cosa, para vivir experiencias de este tipo, a mi me afectan mucho sobre todo los niños que piden dinero……………..
Copio:
años setenta, me llevaron a cortar caña a Camagüey. Eran los años de las zafras grandes, movilizaban a medio mundo. Teníamos un jefe de pelotón, un tipo que nos decía que cortando caña en ese momento estábamos garantizando el futuro.
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Je Je Yo corte cuatro meses en la historica, la de los Van Van. Y nos decian que eso lo haciamos por nuestros nietos, Hoy, la mia de una anno aca en Kendall, gracias a Dios – y al esfuerzo de sus padre nacio con una cucara en la boca