La gente sencilla

—Yo no entiendo nada de política, yo estoy tranquilita en mi casa, pero el otro día por poco me muero de la risa en una asamblea del delegado —cuenta la señora que viaja a mi lado en el tren regular, de Nuevitas a Santa Clara.

Llevamos más de tres horas detenidos en Perea, un pueblo de la línea Norte, cerca de Yaguajay. La locomotora se rompió y hay que esperar a que llegue otra de Morón. El tiempo discurre flemático, los minutos pesan y no hay nada mejor que ponerse a conversar. Eso tenemos los cubanos, gracias a Dios: aunque no nos hayamos visto nunca antes, en los momentos de la espera y el tedio confraternizamos, hacemos tertulias como si fuéramos amigos de toda la vida.

Pero la señora —más de sesenta años, pelo canoso, maletines por doquier— no conversa, monologa. Los pasajeros que nos rodean, yo mismo, la escuchamos como quien escucha la historia de una narradora oral.

—Imagínense, yo vivo en Nuevitas. Hace muchos años ese era un pueblo próspero, pero hoy es una ruina. Se está cayendo, se los digo. Eso me molesta, porque en todo Oriente hay casas construidas con el cemento que se fabricaba en Nuevitas, y a nosotros, los de ahí, lo único que nos queda es el polvo en los pulmones. A la gente de Nuevitas los conocen en toda Cuba por las radiografías de los pulmones. Los médicos las ven y dicen: usted es de Nuevitas…

“Pero bueno, me estoy apartando de mi cuento. Hicieron la reunión en mi barrio y vino gente importante del municipio y de la provincia. Gente del Partido y del Gobierno. Hasta la televisión estaba allí. Y a una mujer que vive cerca de mi casa, que está medio loca, se le ocurrió preguntar que cómo era posible que viviendo en un pueblo con mar, allí no hubiera nunca pescado.

“El delegado no sabía qué contestar. Pero no quería quedarse en ridículo delante de todos los dirigentes. Y en vez de pasarle la pregunta a los pinchos de arriba, que si estaban allí perfectamente podían responder… en vez de pasar la bola, quiso hacerse el informado.

“Respondió: Mire, compañera, estamos haciendo todo lo posible por resolver el problema de la distribución del pescado —eso es mentira, se los digo yo, lo único que están haciendo es ponerles multas a los vendedores de pescado del mercado negro—, pero tiene que tener en cuenta de que somos un municipio productor y tenemos que abastecer a la provincia. El pescado que se pesca aquí se envía para Camagüey, que es la cabeza de provincia…

“La loca se alteró: ¡¿Y nosotros qué cojones somos?!

“Les digo que aquello se acabó ahí mismo. Hubo que recoger a la gente, que se arrastraba de la risa. Hasta los dirigentes de la provincia se tuvieron que reír. El único que la pasó mal fue el delegado, que no sabía dónde esconder la cara.

“Eso está grabado por las cámaras de la televisión, pero cuando pusieron el reporte lo editaron. Claro, sería muy fuerte poner malas palabras en la televisión. Pero si hicieran un documental, eso habría que ponerlo. Porque esa es la voz de la gente sencilla, sin pelos en la lengua.

“A mí me gusta mucho la gente sencilla; claro, no tan mal hablada como mi vecina, ella está loca, ya les dije. Pero en esa reunión todo el mundo hubiera querido decir lo que dijo ella, con palabras más bonitas, por supuesto, porque no hay que perder la educación formal. Pero qué lindo sería si todo el mundo dijera lo que piensa en el lugar en el que lo tiene que decir…

“Ustedes creerán que estoy jugando, pero si la loca se presenta para las próximas elecciones, yo voto por la loca. Yo no sé nada de política, pero esa loca tiene carácter”.

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