La Gallega vino de Oriente huyendo de los terremotos. Entre otras cosas, claro; pensaba que en Ciego de Ávila encontraría un progreso que en su Santiago natal (y no Santiago ciudad, la Gallega había nacido monte adentro) se le complicaba.
—Allá no había más na que hacer, Luisita —le decía a mi abuela mientras tomaba su café, bien cargado y con poca azúcar.
Yo he hablado de la Gallega en esta columna, más de una vez. Era un personaje singular. Prácticamente analfabeta, podía recitar de principio a fin Los zapaticos de rosa, de José Martí, y se emocionaba al hacerlo. Nunca había ido a un cine, pero creía que no podía ser más lindo que ver un atardecer entre las ramas del patio. Amante de los corridos mexicanos y de las radionovelas de radio Progreso, asumía la vida ajena como un melodrama trepidante, por más que la suya propia fuera tantas veces un auténtico drama. Ya no deben quedar en Cuba muchas mujeres como la Gallega.
Les otorgaba a muchos de sus sueños el don de la premonición. Y una noche, allá en el caserío donde había nacido y vivido durante sesenta años, soñó que un terremoto echaba abajo su casa, con toda la familia dentro.
—Ahí fue que me decidí, Luisita; vivir pobre podía pasar, pero quedarme sin casita o quedarme muertecita, eso sí que no. Vendí allá y compré aquí.
Mi abuela le aseguraba que en sus muchos años no había sentido nunca la menor sacudida de la tierra.
—Eso es aquí, en Camagüey, que la tierra es mansa. Pero allá en Oriente es malcriada. Una vez, cuando niña, estaba de visita en casa de un tía en Santiago y de repente comenzaron a caerse los platos al suelo. ¡Yo pensé que se iba a abrir el piso!
Por más que mi abuelo le decía que los terremotos en Cuba rara vez habían sido fuertes, que no pasaban de ser temblores ligerísimos, la Gallega se mantenía en sus trece: “Yo soñé que iba a temblar fuerte; el día menos pensado se abrirá la tierra en dos”.
Murió la Gallega, murieron mis abuelos, y nunca recibieron (afortunadamente) la noticia de un terremoto de gran intensidad en Cuba.
Ahora, con los informes de la inusual actividad sísmica en Oriente, he vuelto a pensar en la Gallega. Una vez, hace ya unos cuantos años, informaron de un sismo perceptible en Santiago. La Gallega vino corriendo a contarle a mi abuela.
—¿Viste Luisita? Tembló en Santiago, mi sueño se hizo realidad.
Mi abuela sonrió:
—Ay Gallega, pero si no se cayó ni una sola casa.
—Mi casa seguro que se caía. Te juro que esa no se mantenía en pie.
LINDO, YURIS, HERMOSO… ESCRIBES CON UNA SENSIBILIDAD TAL, QUE TERMINAS POR EMOCIONAR… SALUDOS…
Estimado Yuri,¡me encantan tus crónicas!,éxitos mi niño
pues ahora la Gallega estaría asustadísima… pues tiembla bastante y a veces, solo a veces, una piensa que se va a abrir la tierra. Buen día.