A inicios de 2018, llamó la atención que Un traductor, película cubana dirigida por los hermanos Sebastián y Rodrigo Barriuso, residentes fuera de Cuba, tuviera su estreno mundial en Sundance, más tarde se presentara en el concurso oficial de Guadalajara, y luego recibiera el galardón a la Mejor Dirección en la 21ra. edición del Festival Internanacional de Cine de Shanghai.
Un traductor está protagonizada por el actor brasileño Rodrigo Santoro y está inspirada en hechos reales. Se ambienta en Cuba durante finales de la década de 1980 e inicios de los 90. Cuenta la historia de un profesor de Literatura rusa que deberá trabajar como traductor para los niños víctimas de Chernóbil que reciben tratamiento en la Isla.
Los hermanos Barriuso viven en Canadá, pero toda su carrera ha estado vinculada a Cuba. Rodrigo mereció el máximo premio de la Muestra Joven ICAIC en la categoría de ficción en 2012 por el corto For Dorian. Mientras que Sebastián, entre otras realizaciones, produjo los largos Vedado (Asori Soto, Magdiel Aspillaga) y La piscina (Carlos Machado Quintela).
A propósito de su exhibición en La Habana esta semana dentro del concurso de operas primas del Festival de Cine, entablamos este diálogo a seis manos.
¿Cómo se iniciaron en el mundo del cine y cuáles fueron sus primeras experiencias?
Rodrigo: La idea de hacer cine llegó muy temprano. Creo que tenía alrededor de 13 años cuando me propuse estudiar en la escuela de medios audiovisuales del ISA, donde fui aceptado, pero donde nunca estudié. Por vueltas que da la vida, terminé realizando estudios de dirección y guion en Toronto y Londres.
Ambos crecimos influenciados por las carreras de nuestros padres. Nuestra madre, Magda González-Mora, es curadora de arte contemporáneo y fue fundadora de la Bienal de La Habana. Nuestro padre, Manuel Barriuso, es profesor de literatura y lengua y enseñó durante muchos años en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana. Pienso que ambos contribuyeron a darle forma a nuestra sensibilidad artística, y a nuestro deseo por contar historias.
Los primeros pasos como realizadores fueron a través de los cortometrajes que hacíamos mientras estudiábamos cine. Fue un espacio seguro donde paradójicamente podíamos tomar riesgos y donde ambos nos dimos la oportunidad de tratar diferentes mecanismos que poco a poco dieron inicio a la construcción de nuestro propio lenguaje audiovisual; un lenguaje que, obviamente, continúa forjándose.
Sebastián: Si bien yo nunca tuve como meta querer estudiar o hacer cine, sí fue un interés cultural bien marcado. Nosotros crecimos en una familia donde el arte y la literatura estaban por todos lados. Eso nos marcó mucho a mi hermano y a mí.
Luego me gradué en el Instituto Superior de Arte en 2009, en FAMCA, en el perfil de Producción. Si bien el programa de FAMCA es más sobre estudios de cine que un plan metódico de cómo hacer una película y/o escribir guiones –como es por ejemplo la EICTV– sí te pone en contacto directo con muchas mentes/personalidades que piensan/sienten de manera muy similar. Y te expone a una fuente de conocimiento muy específico sobre el arte del cual nutrirse.
Ahí conocí a Carlos M. Quintela, Vanessa Portieles, Jessica Rodríguez, Abel Arcos y a Daniel Massip, por ejemplo, con quienes empecé a colaborar casi de inmediato. Fueron unos años súper lindos y muy interesantes.
Estando en FAMCA, comencé a trabajar como asistente de producción en diferentes proyectos. Hice comerciales, cortos y conciertos para artistas conocidos, marcas y compañías muy prestigiosas. Con cada trabajo vas desarrollando contactos, recursos y nuevos métodos. Y tu habilidad como productor depende mucho de esas tres cosas. Y comienzas a ver y a hacer cosas de distintas maneras, por experimentar.
¿Qué tan dedicados al cine están?
Rodrigo: Ambos estamos dedicados al cine a tiempo completo. En lo particular, tengo una maestría en Historia del Arte Contemporáneo y hasta hace poco era manager de una galería de arte en Toronto, donde tuve la oportunidad de curar varias exhibiciones. Aún colaboro ocasionalmente con galerías y me involucro con proyectos curatoriales, pero a mi pesar, es algo que hago cada vez con menos frecuencia.
Sebastián: A Canadá llegamos en 2006, como familia. Yo estaba en el ISA en segundo año en ese momento. Y decidí terminar mi carrera antes de instalarme en Toronto de forma permanente. El cambio fue brusquísimo. Yo venía de La Habana, y ya había producido dos largos de ficción. Cuando llegue a allá tuve que empezar de nuevo, como todo el mundo. Desde abajo. El trabajo ha sido duro, no ha dejado de serlo, pero ha valido la pena. Es lo que toca hacer. Es lo que hay.
En Toronto siempre he estado vinculado al cine. De una forma u otra. Aprendí cómo funciona y se organiza una producción en Norteamérica y en Europa y las distintas dinámicas de trabajo. Todo lo que implica convivir en una sociedad como la que tiene una ciudad como Toronto, que es gigante. El nivel de competitividad es muy grande y los fondos (aunque existentes de distintas formas) son escasos. Eso lo único que hace es “ponerte en talla”. O te pones pa’las cosas, o te quedas atrás, y en un momento eres irrelevante y tienes que reinventarte desde cero. Lo otro bueno es que siempre tienes esa posibilidad si eso pasa.
Para esta opera prima se apoyaron en una anécdota personal de su propia familia, así que se trata de un relato con una cuota autobiográfica alta. ¿Por qué deciden contar esta historia?
Rodrigo: Nunca nos propusimos hacer una película autobiográfica. Como cineastas, para ambos es una prioridad abordar historias con un carácter social marcado y que, ante todo, no se hayan contado. Cuando Sebastián recordó esta historia, nos pareció que sería lindo hacer una película usándola como conflicto central, independientemente de que estuviera relacionada con nuestra familia. Decidimos titular la película Un traductor en lugar de El traductor precisamente porque reconocemos que nuestro padre fue uno de los tantos profesionales que fueron llamados para desarrollar esta labor.
José Martí hablaba de la memoria de los pueblos. Creemos en la necesidad de cultivar la memoria colectiva, nuestra memoria como nación, y en la necesidad de recordar nuestros logros, incluso si significa tener que recordar los errores que hemos cometido. Siempre nos resulta increíble cómo muchos, incluso cubanos, no saben que 25.000 víctimas de Chernóbil fueron atendidas en Cuba.
Mientras conceptualizábamos la película, veíamos reportes de la crisis migratoria en Europa. Frecuentemente nos hallábamos pensando en el compromiso que tenemos, o debemos tener, para con otros países como miembros de la comunidad internacional. Decidimos contar esta historia, en parte, porque a pesar de que tiene lugar en 1989, habla de cómo podemos contribuir más allá de la inestabilidad económica y social que nos aflija.
Sebastián: La idea vino en el escenario menos probable imaginable. A raíz de ese momento y una vez que teníamos clara la historia que queríamos contar, los motivos aparecían solos:
1: iban a cumplirse 30 años de la explosion de Chernóbil, y de eso todo el mundo sabía, pero de la perspectiva que estábamos contando nosotros poco o nada se había contado.
2: la crisis de migración del pueblo sirio a raíz del estallido de la guerra allí y las reacciones de los distintos países europeos y Canadá fue decisiva también. Una de las bases de esta historia para mí era la necesidad de crear un paralelo con esa situación. No importa cuán jodido estés, siempre hay uno más jodido que tú. Y a ese hay que ayudarlo, siempre. Eso fue lo que hizo el verdadero Malin, y todas las demás personas que estuvieron en una situación similar a la de nuestro personaje, como por ejemplo las personas que se estaban graduando de escuelas de arte en ese momento y como parte de su servicio social fueron enviadas a Tarará a entretener a esos niños.
3: la posibilidad de contar una historia universal en un contexto tan específico, donde el detalle, el localismo, añade valor visual y semántico a la obra, pero en un segundo plano, porque los elementos que la hacen universal son más relevantes. Eso para nosotros fue muy importante. Hay muchas obras que son más intimistas, y por ende el público es más limitado.
Hay mucho de ustedes en Un traductor, de su propia memoria. ¿Cómo negociaron la distancia desde el guion mismo entre la necesidad de representar una historia de ficción y el vínculo que como directores tenían con la anécdota detrás de la película?
Rodrigo: Hubo un número de factores que facilitaron nuestro trabajo como directores narrando una historia personal. El primero y el más notable es que contamos con la invaluable colaboración y el gran talento de la guionista y coproductora de la película, Lindsay Gossling, quien nos permitió distanciarnos del material original. El proceso de ficcionalización de la historia fue intrínsecamente colaborativo, y ambos nos cercioramos en todo momento de que la historia resonaba verdadera con la identidad cubana. Pero el profesionalismo y la comprensión de los conflictos centrales que mostró Lindsay fue algo que nos alentó a tomar un paso atrás y dejar que otros contribuyeran al modo en el que íbamos a contar esta historia.
Otro elemento que facilitó nuestro trabajo es que nuestros padres no son figuras públicas. No tuvimos que enfrascarnos en un proceso de caracterización que hiciera justicia a quienes son como individuos. En su lugar, pusimos sobre la mesa rasgos de sus personalidades, fragmentos de la historia, anécdotas concretas, y tomamos lo que creíamos era necesario.
Por último, ambos éramos muy pequeños cuando aquello tuvo lugar. Creo que esto propició un distanciamiento emocional orgánico que nos permitió apreciar la historia con la perspectiva de cineastas, en lugar de como hijos. Algo que sí tuvimos presente fue la idea de que estábamos contando la historia traumática no solo de nuestra familia, sino también de los pacientes, sus familiares y el personal médico que estuvo involucrado en esta misión humanitaria. Para nosotros siempre fue importante el contar la historia desde una perspectiva que honrase a estas personas, y no una que los forzara a revivir su trauma.
Sebastián: Creo que lo principal era evitar la contaminación, justo por la familiaridad, la cercanía con la historia. Al escribir Lindsay una historia ajena, le aportó mucha frescura. Ella nunca había venido a Cuba, no conocía a muchos otros cubanos. Y escribir esto desde el invierno en Toronto no es lo mismo que escribirlo con la cercanía del mar.
¿Cómo llega Rodrigo Santoro al proyecto?
Rodrigo: Cuando empezamos a buscar a un actor que interpretara el personaje protagónico, sabíamos que teníamos un gran reto, dado que la mitad de la película es en español y la otra mitad en ruso. Sabíamos que iba a ser difícil encontrar a un actor que hablara ambas lenguas, así que nos enfocamos en buscar a un actor que tuviera la sensibilidad que buscábamos y que tuviera la capacidad para aprender lenguas de modo fonético. Le ofrecimos el papel a un brasileño; es una de las decisiones más arriesgadas que tomamos durante todo el proceso, pero también, sin duda, una de las más acertadas.
Cuando le ofrecimos el papel a Santoro, él estaba listo para irse de vacaciones a surfear. Se enamoró del guion de tal modo que canceló las vacaciones y vino por dos meses a La Habana, con su esposa embarazada, a rodar la película.
Sebastian: Un día vimos una entrevista de Rodrigo hablando en español, y nos pareció a ambos que Malin estaba ahí. Escondido, esperando que nosotros lo sacáramos. El proceso de casting estuvo dividido por regiones. El de Rodrigo fue posiblemente el más fácil. Este ha sido un proyecto de tantas primeras veces.
Para Rodrigo [Santoro] también fue una primera vez de muchas maneras. Tuvo que aprender español (con acento cubano de un profesor universitario, que no es igual al mío, por ejemplo); tuvo que aprenderse todos los parlamentos en ruso en un tiempo increíblemente corto… ¡Y estaba esperando a su primera hija! Trabajar con él fue una delicia, la verdad. Sobre todo porque uno no se siente solo nunca. Estás dirigiendo actores de ese calibre, y sientes que tienes apoyo.
¿Cómo fue hacer Un traductor en La Habana?
R&S: Hacer cine es difícil en cualquier sitio, con cualquier cantidad de recursos. El contexto cubano tiene sus propias características. En el plano creativo, por ejemplo, la falta de internet se hace sentir. Muchas veces te viene una idea y quieres mostrarle un referente visual al director de fotografía, o a la diseñadora de vestuario… Entonces te toca ir al parque en busca de wifi. En medio del rodaje hubo una penetración del mar fuera de temporada ciclónica. Fidel Castro falleció y Cuba observó nueve días de duelo oficial que retrasaron el inicio del rodaje. Perdimos el apoyo de los niños rusos con los que contábamos y nuestra directora de casting en La Habana, Libia Batista, tuvo que buscar los niños cubanos más rubios que se han visto… La lista es interminable. También lo es la bondad, el profesionalismo y la buena voluntad de todos los que contribuyeron a este rodaje; desde los funcionarios del ICAIC hasta la vecina que nos prestó su portal para que nos refugiáramos del sol.
El trabajo de recreación de una época tan peculiar como el brusco tránsito de los 80 a los 90 imagino que haya sido de lo más trabajoso. ¿Cómo resolvieron la dirección de arte y la recreación en general del periodo?
R&S: El que lográramos recrear este período de modo tan convincente se debe al trabajo de personas que pusieron horas interminables de investigación para ejecutar una visión que construimos todos. Los directores de arte, Zazu Myers y Juan Carlos Sánchez Lezcano; la diseñadora de vestuario, Samanta Chijona; y la maquillista, Catalina Moreno, trabajaron estrechamente para crear un estilo homogéneo, pero dentro del cual existían otros micromundos y estilos para cada personaje.
Los 80 tuvieron una estética muy específica, marcada por el color y la textura, elementos que, como todo en Cuba, son exacerbados por la alegría tropical. Fue un reto divertido encontrar los estampados de la época y ciertos objetos que eran imprescindibles en los hogares cubanos en aquellos años: los muebles de los 50, las tazas ámbar Duralex, fragmentos de “Arcoiris musical”…
¿Qué tan difícil fue estrenarse como directores de largometraje con tantas complejidades de producción, además abordando la historia familiar?
Rodrigo: Cada experiencia es única y es difícil imaginarse las vicisitudes de cualquier otro cineasta haciendo su primera película. Basada en la historia personal o no, toda opera prima es sumamente personal y un encuentro con la vulnerabilidad propia; uno nunca sabe si una película va a quedar bien. La opera prima es el acto consciente de pararse frente al mundo y mostrarle quién eres. Todas las películas son difíciles en su propia manera, pero esto es en gran medida lo que alienta y dan ganas de seguir adelante. Sin reto no hay diversión.
Sebastian: Chico, la verdad yo tenía tremendas ganas de hacer esta película. Desde el momento en que comenzamos a gestar la idea. Yo creo que estoy más nervioso por la segunda que por esta. Hubo un momento en que solamente hablábamos de eso, todo el tiempo. La idea de dirigir un proyecto de época, en La Habana, con tu hermano, con las complejidades de producción que implica ese periodo se me hacía súper interesante. Yo tenía experiencia filmando aquí y sabía a lo que potencialmente nos íbamos a enfrentar. Entonces estar siempre alerta para encontrar una solución creativa a un problema logístico, básico, se convierte en un ejercicio mental super desafiante. También es estresante y agobiante a ratos. Creo que esa fue una de las cosas que siempre nos tuvo de una manera, distanciados. Estar pensando en cómo vestir o iluminar un set cuando es basado en una historia real no es lo mismo que vestir la historia real.
¿Qué esperan de la exhibición de la película en Cuba?
Rodrigo: Luego de la premier mundial, es sin duda la proyección más anticipada. Hemos tenido la suerte de viajar alrededor del mundo con esta película y hemos sido testigos del carácter universal de la historia que cuenta. La gente se conmueve en Estados Unidos, Suiza, China, India, México… Pero por así decirlo, ahora estamos yendo a bailar a casa del trompo. Ahora traemos la película a su público natural, un público que no necesita contexto ni explicaciones. Cuba vivió esta historia. Esta es su historia. Ambos estamos ansiosos e ilusionados por tener este encuentro, más aún en el marco del Festival de Cine de La Habana, un evento que también contribuyó a forjarnos como cineastas. Esperamos que Cuba nos acoja con entusiasmo y que haga esta película suya. A nuestro modo de ver, siempre lo ha sido.
Sebastián: ¡Locura y alboroto! Que la película llegue a tantas personas como sea posible (evitando la piratería, por favor). Queremos ver la reacción de la gente. Nosotros pusimos un montón de recuerdos que no son solo personales, sino que ilustran a la generación de nosotros (early millennials).
El público ha reaccionado de una manera muy linda en los países en que hemos mostrado la película. Es muy simpático ver cómo las distintas audiencias reaccionan a la misma escena, y dónde hay fragmentos que logran hacer sonreír a la gente, no importa de dónde sean. Esa otra reacción, inmediata, también nos da mucha curiosidad. Ojalá que sea especial para la mayoría. En esto de Tarará trabajaron miles de personas, La mayoría en Cuba no sabe de nuestra película. Eso puede hacer que la gente se sorprenda un poco y revivan esos recuerdos tan lindos.
¿Trabajan en algún nuevo proyecto?
Rodrigo: Actualmente desarrollamos varios proyectos de modo independiente. Mi próxima idea de largometraje cuenta la historia de Carmen, una mujer transgénero de 75 años que vive con Alzheimer en un hogar de ancianos donde se halla rodeada de homofobia y desamor. Su autodeterminación e identidad son puestos a prueba cuando la memoria a corto plazo se desvanece y Carmen comienza a regresar al hombre del cual transicionó, siendo incapaz de reconocerse a sí misma en el espejo.
Sebastián: Yo estoy desarrollando varios proyectos, entre ellos uno con Asori Soto nuevamente. Hay tantas historias que necesitan contarse, el chiste es a quién se la cuentas y cómo. Hay varias películas, y conceptos de series de TV, que estamos desarrollando. Igual también estoy abierto a leer material que no sea nuestro.
No dejen de ver esta pelicula. La vi antes de estar pulida y me encanto y emociono mucho.
El martes ire al Acapulco para volverla a ver sin falta! Felicidades a los talentosos hermanos Barriuso!