La primera vez que vi a Mario Bellatin fue en la Casa de las Américas, hará unos diez años. No puedo decir que lo conociera bien. Yo había leído una novela suya, Salón de belleza (Tusquest, 1999), que algún crítico imbécil había despachado diciendo que se trataba de una especie de Kafka latinoamericano. (Cada continente tiene al Kafka que se merece y ahí estaba Mario Bellatin —con su cabeza rapada, su antepasado Inca y su focomelia—cubriendo todos los casilleros disponibles para el puesto en América Latina.) Y luego estaba su maldito brazo mecánico. Las cosas que pueden excitar a una mujer cubana son increíbles, pero yo no estaba preparado para esta. Resulta que a las periodistas made in Cuba las seducía más que nada esa sensación de ciencia-ficción low budget, de robótica, de sentirse cyborg peruano-mexicano que al parecer el tipo transpiraba con la prótesis puesta. Metal pheromonal. El equipo de prensa de la Casa de las Américas estaba definitivamente interesado en eso.
Recuerdo haber salido del diálogo con Bellatin pensando: “Pero en materia de cyborg, el inglés Kevin Warwick es mucho más cool. Un tipo que se injertó un GPS en su cuerpo, un chip de memoria con puerto USB, y que no cesa en su intención de convertirse en el primer hombre 2.0”.
La chica con la que fui a la Casa de las Américas no paraba de hablar de Mario Bellatin. Mal. Pero no puedo asegurar qué era lo que en verdad pensaba —si paladeaba la frialdad y concisión y, sí, belleza de la novela (que más tarde terminaría filmada por un equipo de cineastas menores de 18 años, recién salidos de una foto de Diane Arbus) o aborrecía simplemente la extravagancia de su prótesis diestra, confeccionada por algún artista mexicano—. Nunca se sabe lo que las mujeres piensan de los hombres.
Total que llegué a casa y agarré Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción (Sudamericana, 2001): la biografía de un tipo con una nariz tan sobrehumana (16 centímetros) que “hizo que fuera considerado un personaje de ficción”. Un libro apócrifo con la potencia de una investigación. Como aquellos falsos documentales que trastornaron a los espectadores más competentes —Zelig, de Woody Allen, por ejemplo—, el libro de Bellatin tiene ese efecto verosímil: una bibliografía mínima, un vasto archivo fotográfico, postales, recortes de diario, grabados, mapas y dos relatos, uno anónimo y el otro de Rynosuke Akutagawa, dan fe de la existencia real de Nagaoka. Un libro que pretende probar que un personaje de ficción “no es un personaje de ficción” (o viceversa). Porque el Shiki Nagaoka de Mario Bellatin es un transformer de Arthur Rimbaud, Franz Kafka, Yukio Mishima y Samuel Beckett. Un personaje Molotov. Un Leonard Zelig japonés. Y hay en su biografía una lección interesante, algo que Bellatin nunca, hasta el día de hoy, ha olvidado y que yo no sé si está en la literatura cubana: la certeza de que la Historia es una variante contemporánea de la ficción. O del complot, al decir de Ricardo Piglia. En un país donde el pasado está domesticado, Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción es un elefante en la cristalería de la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana.
Pero me distraigo. Lo que más me interesa de Mario Bellatin —aparte de su prosa blindada— son sus performances editoriales. Hay una razón sencilla: a estas alturas, en el momento exacto en que un montón de artistas cubanos “retoza” con los libros a las puertas de la 12 Bienal de La Habana, vale la pena repasar algunos proyectos del cyborg:
1) Proyecto “El libro fantasma”: “Es una idea que le propuse a la editorial Sexto piso”, comenta Bellatin, “el libro fantasma es que, aparte de la edición normal, tradicional, haya una edición muy primitiva que no tenga ningún ornamento, que sea una transmisión de información pura. Que no haya ni autor ni foto ni toda la parafernalia. Información. Desde el principio del frente hasta el final de la contratapa, el texto. La idea es que sea en paralelo al libro original y que saquen, por ejemplo, 400 ejemplares. Tú tienes que tener la opción de pedirlo. Llegas a una librería, preguntas por el libro de Bellatin, te dicen cuánto cuesta pero que, si tú quieres leerlo realmente, no solamente ‘tenerlo’, puedes llamar a ese teléfono y recoger tu libro fantasma”. (Imaginen lo que sería la expo “Libros sin dominio”, curada por Elvia Rosa Castro, si cada uno de los artistas convocados —Elizabeth Cerviño, Glenda León, Yornel Martínez, Flavia Fuente, Miler Lagos, Adonis Ferro, Leonardo Roque, Rafael Domenech, Julio César Llópiz, Reynier Leyva Novo, Sandra Ceballos, Eduardo Ponjuán, Yerande González, Nelson Barrera— renunciara al narcisismo de crear su libro-objeto y financiara un libro impublicable. Imaginen el ambiente controlado, desguarnecido y casi sonámbulo de la Fayad Jamís —una librería donde el stand de la literatura cubana contemporánea coincide con la ubicación del baño en las películas norteamericanas: arriba y a la izquierda, en el pasillo— repoblado por libros que, a los efectos legales cubanos, no existen. Libros fantasmas de Severo Sarduy y Antonio José Ponte, de Rafael Rojas e Iván de la Nuez, de Duanel Díaz, Gustavo Pérez Firmat y Guillermo Cabrera Infante. Libros como granadas y no como búcaros. Porque, a fin de cuentas, qué es un libro “donde el contenido (…) queda omitido en favor del diseño o de su `arquitectura´”, sino un jarrón terriblemente bello.
2) Escuela Dinámica de Escritores: Un taller literario con una sola prohibición: la de escribir. Un taller tántrico. Y para aquellos que quieran ir más lejos, ahí está El arte de enseñar a escribir (FCE, 2006): una suerte de kamasutra literario con cuarenta “posturas” o testimonios de profesores de la Escuela —Sergio Pitol, Jorge Volpi, la psicoanalista Laura Benetti, el escultor Aldo Chaparro, entre otros— para hinchar textículos. Y, ya es ciencia: entre el 25 y el 40% de los hombres que sufren de eyaculación precoz también experimentan una disfunción escritural, esto es: una falta de control en el reflejo literario.
3) Proyecto “Los cien mil libros de Mario Bellatin”: Una especie de autobiografía en cien libros uniformados, en donde no figura más que el título del texto, la huella digital de Bellatin y un número de serie. Todos con la advertencia: “este libro no es gratuito”. Pero lo más interesante es que los cien temas han sido establecidos y numerados previamente. Examinemos, casi al azar, algunos ejemplos. Libro 13: “Los animales —mis perros incluidos— caen en estados extraños durante el sueño. Algunos quedan estáticos y con los ojos abiertos”. Libro 17: “Explicar la importancia del perro sin pata trasera en la existencia de Mario Bellatin”. Libro 29: “Ver quiénes eran los dobles de los escritores que se presentaron en una galería de arte en París”. Libro 30: “El crítico de teatro y las dos profesoras de la universidad disertaron durante largas horas sobre una obra de teatro que nunca se llevó a cabo”. Libro 74: “La muerte de un canario puede ser producida por un infarto al prender de pronto la luz”. Libro 97: “Perros dejados a disecar que nunca fueron recogidos por sus amos”. De cada uno se imprimirán 1000 ejemplares. (Algo parecido, pero con signo y polaridad inversos a lo que anuncia Bellatin ocurre en Notas sin texto, de Bobi Bazlen: “Yo creo que ya no se pueden escribir libros. Por lo tanto, no escribo más libros. Casi todos los libros no son más que notas de pie de página, infladas hasta convertirse en volúmenes. Por eso escribo solo notas a pie de página”. Bellatin arranca en el punto exacto en que Bazlen abandonó la escena. Mario como práctica y Bobi como teoría.)
4) Obra reunida (Alfaguara, 2013): “Ahora lo que quiero hacer, en lenguas donde aún no he sido traducido, es pasar esta `Obra reunida´ como si fuera un solo libro en el que cada novela, por medio del diseño, aparezca como un capítulo de una novela extensa y estrambótica”. Es comprensible: hay fragmentos exactos de Perros héroes (2003) en Disecado (2011); tinta de Poeta ciego (1998) manchando Lecciones para una liebre muerta (2005). Técnicas de Shiki Nagaoka… (2001) en la Biografía ilustrada de Mishima (2009). Libros que provocan la extraña sensación del dejà lu (“lo ya leído”). Y si tuviera que resumir, en un personaje cinematográfico, cómo es la literatura de Mario Bellatin, la mejor respuesta sin duda sería: como aquel Terminator T-1000 115 de metal líquido que emergía repulsivamente del suelo de baldosas ajedrezadas, atravesando con la cabeza fundida el parabrisas del helicóptero o bien congelándose con el nitrógeno líquido y luego estallando en mil pedazos.
Mutilaciones. Galgos. Morideros. Peces que se dejan de alimentar por días para que se devoren a sí mismos. Metamorfosis. Sueños extraños. De todo eso y mucho más nos habla Mario Bellatin. Sus libros optan por la literatura como una ciencia exacta, superficcional, del horror. Él es nuestro Terminator T-1000 115. Una especie de cyborg que, dándole a la palanquita de la ficción, ha cambiado de exterminar a escribir.
Interesante la personalidad de ese creador…me agrada tu colomna cuando presentas gente extraña como él, nos permite confirmar que el mundo es más rico de lo que creemos. Salu2
Me gustaría ahondar en la obra de este escritor… y no, para nada considero llamativo su brazo metálico. Like al artículo.
Ja Ja, Tiene que estar completamente “quemado” para andar por ahi con ese aditamento en el brazo
¡Bellatin es uno de los buenos! Hace poco se publicó en Casa de las Américas sus Relatos salvajes, tres novelas que desconciertan muchísimo (Salon de belleza; Flores y, si la memoria no me falla, El gran vidrio). Excelente texto. Gracias, Padilla, por compartirnos tus lecturas de miércoles