Notas al total

 

Creo que fue a Richard Ford al que le escuché decir que un escritor debe intentar, por encima de todo, contar al lector algo que no sabía acerca de un tema que le interesa, y que una vez que lo conoce, se vuelve esencial. Una manera perfecta de describir el efecto que me causó Notas al total (Bokeh, 2015), de Gerardo Fernández Fe. No hay nada más extraño que comentar un texto –como Notas…, por ejemplo– que probablemente sea el mejor libro publicado por un cubano en el año 2015. (Recuerdo la euforia del Graham Greene que recomienda Lolita, de Nabokov, al gran público inglés del Sunday Times a fines de 1958.) Hay días en que pienso que el futuro de la ficción cubana está en el non-fiction y Notas al total es el libro perfecto para tomar dicha decisión.

Los ejemplares que tengo de Gerardo Fernández Fe (GFF, a partir de este punto) los conseguí gracias a extrañas maniobras. El primero, La falacia (Unión, 1999), una novelita infrecuente en nuestro panorama narrativo (su descripción del paisaje habanero es el reverso de la mirada realista-sucia-subtropical de Pedro Juan Gutiérrez & Cía.), llegó a mis manos exactamente quince años después de su publicación. ¿Dónde diablos estaba yo en 1999? Escuchando pésimos cassettes con música de Ace of Base, supongo. Da pudor. Da cosa. Las palabras pedestres (Unión, 1996) y El último día del estornino (Madrid, 2011) se los canjeé a un tipo obeso y de espinillas por los libros de Luisa Campuzano.

Cuerpo a diario (Buenos Aires, 2007) me lo envió una amiga desde Estados Unidos en un operativo que involucró, incluso, a un monocorde Premio Nacional de Literatura. Recuerdo haber encontrado oportuna la idea de escribir un diario íntimo de lecturas, digamos, elevado a la segunda potencia, esto es: un diario de diarios; pero también inquietante. En mi opinión, GFF se ha dado cuenta de que hay vida más allá de la novela. Vida extraterrestre. Una variante de la ficción más multiforme y ambigua: el ensayo. Esa es quizá la razón de que haya probado suerte en textos tan al límite –entre ficción y biografía, entre invención y documento– como Cuerpo a diario y Notas al total. Este último me lo envió el propio Gerardo, recién salido del horno de Bokeh. Sin desfasaje. El libro olía a Mónica Bellucci.

En mi opinión, GFF está en el Salón de la Fama del ensayo cubano. Con una obra que admite su condición mutante y que trabaja desde sus propios aciertos –una tendencia al disenso y a cierta explosión egomaníaca–, Gerardo indaga en zonas a las que a muchos escritores cubanos no les interesa demasiado tocar: el ilusionismo literario. “Reacio a las summas, a los tratados, a las tesis universitarias, tan redondos ellos, o tan cuadrados –según se mire–, siempre he preferido los libros heterodoxos, los desiguales. Por eso quizás lleve años leyendo diarios, libros de cartas (¡con fotos!), crónicas de viaje o simplemente ensayos fragmentados, llenos de alusiones personales, de espacios de ficción” –escribe en la “Primera nota” del libro. Por lo general, sus ensayos aspiran a darnos algo grande, pero en una valiosa parquedad de tiempo y espacio. Son el número del equilibrista de la literatura nacional, el del hombre capaz de mantener todos esos platos girando sobre delgadísimos palillos. Mientras los otros envejecen, GFF rejuvenece con una literatura hecha de relaciones, epifanías, reveladora casi siempre, que se lee como una batalla de otros géneros –el periodismo, la historia, el testimonio, etc.– contra el nirvana de las formas tradicionales; una guerra donde se esboza la pregunta de cuál es el futuro –¿o el presente?– de la ensayística literaria cubana.

Así, Notas al total parece una novela fantástica –más que un libro de ensayos– sobre los espectros que habitan la mente de Gerardo Fernández Fe: fotógrafos famosos, una temporada en Quito, la sombra de Sergio Pitol, el fantasma de Roland Barthes, la belleza siniestra y fría de Piñera y Baudelaire, las cartas de Bulgákov, las disonancias de Kozer, la poesía de Friol, etc. Con todos ellos salda cuentas. Hay un detalle impactante en Notas al total que recuerda la dinámica del diario kafkiano: la tendencia a mezclar en el mismo párrafo lo tremendamente serio con lo ridículamente baladí, la enfermedad terrible de un gran escritor con el apunte sobre un bicitaxi, lo que trae a la memoria la célebre entrada en el diario de Kafka: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación”. No es un estilo mandarín, sino verdaderamente exploratorio. GFF cultiva un ensayo cubano en peligro de extinción mientras los tiempos que corren piden salidas fáciles, humor rápido y emociones ligeras como un yogurt.

Pero en Notas… Gerardo funciona (más que ensayista bien entrenado) como forense o detective privado intentando dilucidar mitos impenetrables, objetos de escritura. Metido en esa guerrilla de la lucidez, GFF recuerda al narrador sin nombre de Las vírgenes suicidas, aquella novela mítica de Jeffrey Eugenides. Se parece a ese narrador anónimo que contempla extasiado los recuerdos que dejaron cinco adolescentes hermanas y muertas: objetos empacados y numerados como piezas policiales en una vieja casa en un árbol. Ese narrador desconocido escribe para que la literatura devore al tiempo, supere a la muerte, restaure la belleza y desplace por algún momento el horror vacui. Por supuesto, es un esfuerzo fútil. Eugenides y Gerardo no se parecen en nada, pero cuando leo Notas al total no puedo dejar de pensar en todas esos fetiches secretos que son pistas del enigma y la tragedia de Eugenides. Porque puede que tal vez el relatar y ensayar no sean más que sistemas complementarios donde el pasado y el presente terminan también por adquirir sentido. Nota: GFF no sufre la incontinencia de la mayoría de los ensayistas cubanos, incapaces de escribir un sustantivo sin agregarle al menos dos adjetivos. (Me incluyo.)

Y hablaba de ilusionismo literario, sí, porque Gerardo –mediante el lenguaje– crea tensiones que provisionalmente subordinan nuestros intereses a los suyos y –en la medida en que nos sentimos inducidos a leerlo–, nos aleja de lo que pensamos para acercarnos a lo que él piensa. A los orígenes de su geometría propia. En ese sentido, la prosa de GFF recuerda aquellos antiguos dibujos de Disney, que representaban escenas de bosques aparentemente vacíos y pedían al espectador “busca la vaca escondida en el dibujo”. Al principio no encuentras ninguna vaca. Después encuentras una vaca que te devuelve enigmáticamente la mirada. Pero no mucho después encuentras vacas, más vacas, solamente vacas, y ya no puedes volver a ver bosque. La verdad es que hay ensayos en Notas al total que hacen vibrar las ventanas. (“Moleskine Sergio Pitol”, por ejemplo.) Y mientras a José Massip le tomó una película horrible (Páginas del diario de José Martí) y un libro de 174 páginas (Martí ante sus diarios de guerra) tratar de emocionarnos, a GFF le toma apenas 23 cuartillas (“Fragmentos de Martí”).

Cuán equivocado estaba Richard Ford, en 2007, cuando afirmó que los críticos eran los pálidos héroes de lo extraliterario. Ford debería leer Notas al total.

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