“Este estudio es, de algún modo, una ficción”, así comienza Los nuevos paradigmas. Prólogo narrativo al siglo XXI (Letras Cubanas, 2006), de Jorge Fornet. Y es muy probable que sea cierto: mientras el panorama editorial cubano es casi una novela de terror, el libro de Fornet es algo así como un cuento de hadas latinoamericano. Y, ahí dentro, la literatura cubana es la princesa durmiente y azul. Porque una cosa es segura: ni uno solo de los narradores que integran la familia de frikis que analiza Fornet —César Aira, Roberto Bolaño, Alan Pauls, Jorge Volpi, Rodrigo Fresán, Santiago Gamboa, Héctor Abad Faciolince, entre otros— está publicado en Cuba. Mal augurio.
Pero la cosa se pone verdaderamente inquietante cuando un amigo te informa en plan top-secret que “hoy, ocho años después de la publicación de Los nuevos paradigmas…, la leucemia editorial cubana es exactamente la misma. ¿Te das cuenta? Ocho años después persiste el cáncer”. Y uno tiene ganas de ponerse a contar las plaquetas de la editorial Arte y Literatura, y no sabe si su amigo es un genio o un alucinado. Y entonces llega una pregunta como la más exacta e implacable de las ciencias: “¿Y nuestras editoriales qué hacen?” La respuesta es una caja de Pandora.
Pensaba en todo esto mientras leía “15 000 latas de atún y no tenemos cómo abrirlas”, un relato de Jorge Enrique Lage —se recomienda que se abstengan de entrar en él los funcionarios del Instituto Cubano del Libro con problemas de salud— que utiliza nuestra continua abulia editorial como espoleta:
Cuando terminé mi primera novela la llevé a la editorial Letras Cubanas (oigan cómo suena: Letras Cubanas) y allí me dijeron que no estaban recibiendo originales. Más exactamente: que no estaban publicando libros.
Visité otras editoriales: Unión, Abril, Zona Franca, Extramuros, Beri-Beri, Unicornio, Sed de Belleza, La Ratonera, y en todas recibí la misma negativa: ¿Libros? No, ya no tenemos nada que ver con eso. […]
Ya me iba cuando la vi entrar. […] Le dije:
—De todas formas, aquí no se publicaba lo que yo quería leer.
Me miró, sorprendida o leyéndome como se lee un manifiesto, y miró el manuscrito bajo mi brazo. La sonrisa esperada. Una voz suave que dijo: Pobrecito.
Yo seguí: ¿Cuándo hubiéramos tocado esos libros de los que todos hablan y que hace 5, 10, 20 años, pasaron por las manos del resto del mundo? ¿Dónde están los libros de tus contemporáneos, todo lo que se está escribiendo ahora mismo fuera de aquí? El verdadero sistema editorial nos queda lejos, y nos queda grande.
—Ese sistema editorial es un negocio —atacó ella—. El 90% de lo que se imprime hoy en el mundo, es mierda.
—Claro. También el 90% de lo que se imprimía aquí.
Ondeemos la frase. Porque si hay algo realmente desconcertante en este país, ese algo es la ética editorial. Y el misterio es el siguiente: el Instituto Cubano del Libro (ICL) insiste en eso de ser la única institución made in Cuba que dice no a la piratería. ¡WTF! Y mientras su alguna vez adorable primo lejano, el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), ha devenido en algo así como en un demente adicto a las drogas (el ICRT, se sabe, es una especie de paraíso hippie: se consumen dosis gigantescas de películas ilegales; se esnifan miniseries completas de HBO, al menos dos veces al día, y se tragan cucharadas enormes de documentales hackeados a cualquier televisora. Por supuesto, en realidad, no son documentales, son algún tipo de transmisión hipnótica dirigida a una parte diferente —a una parte que no se había utilizado hasta ahora— del cerebro cubano), el ICL es una comunidad de budistas tibetanos. Para decirlo de otro modo: ellos son la Familia Ingalls mientras el ICRT es Sin tetas no hay paraíso.
Otro amigo —tal vez influenciado por la reciente lectura de 1984 —me dice que esto es culpa de que “el ICL esté infectado de miembros de la “Policía del Pensamiento” y que “para evitar que los lectores deseen o experimenten la sensación de actualidad, eliminan ciertos autores del catálogo, de forma tal que el propio concepto de literatura contemporánea deje de existir en la mente de los lectores cubanos”. Y que cuando se les pregunta por qué no piratear los libros de Álvaro Bisama o Denis Johnson, por ejemplo, responden —haciendo un uso un tanto demencial de las estadísticas y de la lealtad— que “lo mejor de la literatura universal, no solo latinoamericana, ya está publicado en la Isla”, y que “Cuba siente un profundo respeto por los derechos morales y patrimoniales que la ley concede a los autores extranjeros”.
Palabras, palabras, palabras… Mientras escribo esta columna, hojeo un ejemplar pirata del Tratado de semiótica general, de Umberto Eco, publicado por una editorial “anónima” del Ministerio de Educación Superior. Un libro blanco. Sin créditos: nada de copyright, lugar de impresión, cantidad de ejemplares, año, etc. El propio autor está desterrado. Un volumen que, a los efectos legales, no existe. Así que imaginen que una de estas mañanas Umberto Eco abre —por error, claro está— la web de OnCuba. Y de pronto lee ahí, en la sección cultural, que una editorial cubana decidió publicar hace unos años una edición delincuencial de su Tratado de semiótica general. Y a Eco la noticia no le causa ninguna gracia y llama a su abogado porque, claro, jamás autorizó derivado alguno de su obra y unos figlios di puttana metieron sus cubanas manos en el libro.
Pero para mí lo más interesante de todo el asunto son dos cosas. La primera es la idea del inevitable y casi automático reflejo del ¿cómo sigue la historia? y ¿cómo queda el autodenominado ascético ICL? La segunda es la supuesta integridad de un código ético que parece un poema de Nicolás Guillén: “¡Tun, tun! / ¿Quién es? / El Tratado de semiótica general… / ¡Abre la muralla! / ¡Tun, tun! / ¿Quién es? / La literatura nazi en América… / ¡Cierra la muralla!”. Unos libros sí, otros no. Da la impresión de una ruleta rusa. Pero no nos engañemos: hay funcionarios que consultan muy bien las entrañas de las aves para escoger los próximos títulos a publicar. Nada de azar. Una caja de Pandora, ya les dije.
En cualquier caso, la semana pasada, un lector me decía: “¿Qué pasa Padilla? Deja ya los problemas, hermano, busquemos soluciones”. (Recuerdo que pensé: ¿existe algo que el ICL pueda hacer para mejorar el catálogo editorial cubano? IMPORTANTE: la opción de la piratería está descartada) Lo que sigue es producto del delirio, de la fiebre de la solución.
¿Y por qué el ICL no se dedica, literalmente, a invitar solo autores alucinógenos como si fuera un gran “todo incluido”? Es decir, ya saben: invitar, “premiar” y publicar. Y a repetir los pasos de la Casa de las Américas como turoperador de All Inclusive Vacations.
Prueba absoluta y perfecta moraleja de todo esto es lo que ocurre en la Casa de las Américas durante la llamada Semana de Autor(a), excelente programa de intercambio organizado por su Centro de Investigaciones Literarias (CIL), que funciona como un reloj suizo. Como resultado de la labor de Jorge Fornet, su director, se han reportado avistamientos en La Habana de Ricardo Piglia, Rubem Fonseca, Pedro Lemebel, Sergio Pitol, Luis López Nieves, Juan Villoro, etc. La invitación está aderezada, casi siempre, con un Premio Honorífico (Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada, de poesía José Lezama Lima y de narrativa José María Arguedas), pero lo más importante es su rastro de libros: Respiración artificial, Blanco nocturno, El gran arte, Tengo miedo torero, Nocturno de Bujara, Seva, Espejo retrovisor, Arrecife, etc. Y ahí está el ojo de Fornet como lector adelantado. (Las teorías conspirativas dicen que Fornet ha utilizado el CIL para traer, uno por uno, a los autores que no pudo encontrar en ninguna librería cubana mientras escribía Los nuevos paradigmas…)
Recuerdo que en una de esas Semanas de Autor(a), conocí a una editora argentina que después de un número impar de cervezas Heinekens decía amar profundamente la literatura cubana y conocer a un montón de escritores. “Che, yo tengo los contactos de Alan Pauls”, me dijo, “¿querés que le platique? ¿Podés preparar algo?”. (“Qué extraña forma de ligar” —gritaban las paredes a mi alrededor.) Y acto seguido suelta: “Igual, si te interesa lo mejor de la literatura argentina contemporánea, te pongo al habla con Hernán Vanoli”. (¿Vanoli es lo mejor de literatura argentina contemporánea?) Recuerdo que pensé en meter a Hernán Vanoli en el corazón de Varadero y Habana maravillosa. Hacerlo protagonista de sus propios y aburridos relatos sobre Cuba. Comprendí que si le decía algo al respecto, nunca más la volvería a ver, además de arriesgarme a entrar en una discusión que se podía prolongar hasta altas horas de la noche. Dije que sí por pura inercia. A lo que voy: esta chica era una agenda abierta de contactos. Recuerdo que a los pocos minutos me extendió su teléfono. Era un número largo (el número de Mario Bellatin). Al otro lado, la mujer que me contestó me dijo con toda naturalidad que hacía solo unas horas Mario Bellatin había tomado un vuelo a La Habana. Y añadió: “¿Quién pregunta por él?”
Recuerdo que colgué aterrado.
¿Y el ICL qué hace? Bueno el ICL, tal vez sea, después del MINREX, la mayor destiladora de agua del país, a juzgar por la cantidad de aires acondicionados.
Propoongo a este chico, Presidente del Instituto Cubano del Libro (abajo Zuleyka). El tiene los contactos… al fin escribe algo con cuchilla. Excelente articulo. Felicidades.
En Cuba Podrían escribir un ” manual para justificar lo injustificable” la Isla está ” llena ” de autores Cubanos y Venezuelanos bien entrenados, aun los mejores escriben para el burò politico de el PCC….. y estan muy ocupados, pero qué làstima con la experiencia que han adquirido en los últimos 50 años, iban a vender millones de copias…!!!…jajajaja
Sin interés en defender al ICL, pero… El “Manual de Semiótica General” lo publicó una “editorial” universitaria, el ICL nada tuvo que ver con ello. Y dejaron de piratear porque empezaron a piratearnos afuera lo poco pirateable que teníamos: Carpentier, Virgilio, Lezama et al. Esa fue la razón por la que se dejaron de fusilar libros, todo el mundo lo sabe. O todo el mundo que tiene más de 25 años al menos. El ICRT no tiene ese problema. ¿Quién querría robarse algo de lo que producen? Sí, en el ICL son uno inútiles y tienen mal gusto (aunque no publicar a Lage sea prueba de lo contrario, ese muchacho no sabe escribir el final de cuento ni aunque le vaya la vida en ello), pero también tienen las manos bastante atadas. Todo hay que decirlo.
Me parece bastante descarnado, crudo, justo, como dosis exacta.