América Latina es un hervidero de protesta popular. Y no sólo América Latina. En las últimas semanas y meses ha habido emergencias populares, por ejemplo, en Hong Kong, Grecia, Cataluña, el Líbano. También podrían sumarse los territorios que permanecen en resistencia, para los cuales la acción popular organizada no es ninguna novedad.
En la misma Latinoamérica, incontables actores populares han estado por demasiado tiempo protagonizando luchas de alta intensidad y resistiendo en sus territorios las prácticas extractivas de recursos naturales y vida, la precarización, la violencia estatal y de grupos organizados alrededor del narco, la guerra, la trata y tráfico de personas, la desposesión, desigualación, exclusión. Entonces, el momento previo a este no era de armonía. Dicho eso, es cierto que esta coyuntura muestra un inédito nivel de expansión del conflicto y la crispación social.
Las agendas
Las agendas que se construyen en las protestas pueden dimensionarse en cuatro campos.
Primero, hay demandas relacionadas con la “chispa” que encendió la protesta. En el caso de Ecuador fue el Decreto 883, en Chile el alza de la tarifa del metro, en Uruguay la reforma de seguridad, en Haití la gestión del presidente y la escasez de alimentos y combustible, en Colombia la financiación de la educación, la corrupción en las universidades y la violencia estructural. Esos están siendo los territorios con protestas de mayor envergadura y publicidad, pero hay otros.
En Perú los campesinos llamaron a Paro. En Panamá hubo huelga bananera este mismo mes por derechos laborales y sindicatos y estudiantes mantienen acciones de protesta contra posibles reformas constitucionales. Y la Federación Nacional Campesina en Paraguay llamó a movilización por los desalojos, la represión y la inatención a demandas históricas.
En segundo lugar, y esto es más importante, esa agenda más acotada está siendo rápidamente superada por otra más general y comprehensiva, que exige la salida del Fondo Monetario Internacional, el cambio del orden del Estado y de la gestión de los gobiernos. Es una agenda contra el Estado empresarial y neoliberal, en todo lo que ello implica.
Uno de los denominadores comunes de la acción popular latinoamericana es ese, que la agenda se descentra (no con la misma fuerza en todos los países) del detonante de las protestas, y expresa una inconformidad popular con el orden social, económico y político; con las relaciones globales desiguales que asfixian a la región, con la deuda, con la participación del FMI en la vida doméstica de las naciones.
En tercer lugar, observamos la demanda de remoción de figuras políticas (no en todos los casos del presidente, pero sí siempre de figuras políticas de alto nivel) que corporeizan la corrupción y sórdida gestión de la política institucional en beneficio de unos pocos: las cámaras empresariales, los actores internacionales encargados de mantener y profundizar la condición de subordinación de los territorios del Sur.
Que en América Latina se gobierna para unos pocos, es un hecho reconocido por amplias mayorías. Las protestas son contra esa forma de gobierno y contra los programas políticos que la conducen; contra el neoliberalismo y sus consecuencias; contra los gobiernos empresariales. La reacción por la falta de garantías sociales es, también, la reacción contra la inoperancia de la democracia formal. Ambas cosas son transversales a las protestas actuales.
En cuarto lugar, el rechazo al uso de la fuerza policial y militar contra el pueblo se ha incorporado rápidamente a la agenda. Si algo está evidenciando la coyuntura regional, es el uso intensivo y brutal de la fuerza uniformada. Hay registro suficiente de la descarnada actuación de policías y militares, con el autorizo y el beneplácito presidencial y de las élites políticas. El terror estatal y el uso de los aparatos militares y policiales, están siendo la norma.
El hervidero popular latinoamericano muestra el hartazgo con todo ello.
Los fantasmas
El pasado 24 de octubre la Organización de Estados Americanos (OEA) insistió en la responsabilidad de Cuba y Venezuela en la “desestabilización” regional. Lo mismo han dicho el presidente ecuatoriano Lenín Moreno, la derecha el chilena y colombiana.
La letanía de que lo que pasa en América Latina es responsabilidad de Venezuela, o del castro-chavismo, o de cuanto fantasma quieran abanderar, intenta deslegitimar los actores nacionales, borrar de un tajo las raíces y matrices de las demandas populares, crear pánico social por la expansión del “comunismo” con el trillado estilo de Guerra Fría.
Defender que lo que pasa en América Latina es a causa de “conspiración” extranjera no sólo es falso e irresponsable; es, sobre todo, interesadamente ignorante.
En el comunicado del 24 de octubre, el secretario de la OEA Luis Almagro insistió en la existencia de un “patrón” de desestabilización: “los intentos que hemos visto documentados en Ecuador y Colombia, vemos hoy repetido ese patrón en Chile”.
En efecto, hay un patrón, pero no es el que Almagro formula. El patrón es el de la desigualdad, la insustancialidad de los gobiernos para atender necesidades sociales, la persistencia y profundización del neoliberalismo, el gobierno de los pocos para los pocos.
¿Hartazgo de la política?
En América Latina no hay indicio de desafección por la política ni por las instituciones políticas (que no es lo mismo que por los políticos).
El grueso de las protestas no se está articulando entorno al dispositivo izquierda vs derecha, pero eso no significa que sus contenidos no estén altamente politizados.
Los y las manifestantes denuncian la corrupción de la política democrática y la falsedad de la democracia formal que funciona solo como atrezzo. Las protestas no son contra la democracia, ni contra los Estados. Son contra los Estados neoliberales, los gobiernos empresariales, el Estado burocrático que emula el despotismo monárquico y la represión militar y policial furibunda contra los pueblos.
Estos pueblos en rebeldía –con las diferencias internas entre actores, con sus conflictos y las imperfecciones de su organización– no se están desmarcando de la política en general ni de la política institucional. Piden deposiciones de figuras políticas, transformación de la institucionalidad, garantías de derechos, en algunos casos piden elecciones anticipadas, asambleas constituyentes. Además, los pueblos están ejercitando formas de organización política desde abajo: asambleas populares, cabildos ciudadanos, alianzas entre distintos actores, medios alternativos de comunicación que desmantelan los cercos oficialistas y empresariales.
Los pueblos en rebelión saben que hacen política y la están haciendo en un ejercicio poderoso: recordando que ellos son los mandantes y los gobiernos son agentes de ese mandato, recordando que el pueblo tiene –y debe tener– la capacidad para deponer a la autoridad política cuando ha perdido la confianza en ella.
Los resultados son inciertos y quizás no sean mucho más claros cuando pasen los episodios agudos, insostenibles en el mediano plazo. La eliminación del Decreto 883 en Ecuador desencadenó un nuevo momento de disputa política muy fuerte que ha implicado la persecución del gobierno a la oposición y a líderes sociales. La retirada del alza de la tarifa de los pasajes en Chile, y los intentos del presidente de bajar la tensión, no ha disminuido la presión social ni la represión policial, que cada día se intenta camuflar más y mejor.
Pero el descontento popular se está expresando también en las urnas. El domingo pasado el uribismo perdió estrepitosamente en las elecciones regionales de Colombia. Y en Argentina finalizó el ciclo Macri.
Pero no todo es tan claro, en Uruguay volvió a ganar cuantitativamente el Frente Amplio pero no la tiene fácil, habrá que ir segunda vuelta y la derecha armará bloque. En Bolivia, Evo Morales ganó, pero tendrá que gobernar contra la mitad del país, que no le votó.
No parece que la tensión vaya a bajar en el mediano plazo. Pero los pueblos latinoamericanos están gozando hoy de buena salud política. Como ha recordado Chile, lo que está en juego no son “treinta pesos”, sea eso lo que signifique en cada contexto. Es mucho más.
Es necesitario saccar todos!
Como no van a protestar si los gobiernos solo se ocupan de las élites y de mantenerse en el poder. Y unos barnices para las clases de abajo.
Y en Cuba no se protesta por el miedo, porque la gente ha perdido todo interés y porque los que tienen “chispa” para eso ya están, todos, bien lejos.
Por suerte, la represión en los países que menciona la autora no ha sido como en Venezuela y Nicaragua