“Los activismos y las instituciones deben estar dispuestos al diálogo”. Una entrevista a Lidia Romero Moreno

Jurista y activista por los derechos humanos de las personas LGBTIQ y de las mujeres

Lidia Romero. Foto: cortesía de la entrevistada.

A Lidia Romero, los amigos le llamamos Yiya. Su bondad, tranquilidad, energía y la sonrisa perpetua en su cara son rasgos que no olvido de ella. La conocí cuando éramos estudiantes de Derecho en La Habana y después solo la he visto cuando nos hemos cruzado en la calle y cuando hemos compartido trabajo y sueños, porque sus sueños también son los míos. Graduada de Licenciatura en Derecho por la Universidad de la Habana en 1997, Lidia ha cursado estudios en temas de género y derechos humanos en varias universidades en el extranjero. Es activista por los derechos humanos de las personas LGBTIQ y de las mujeres. En el año 2017 coordinó la creación en Facebook de la campaña “Acepto”, a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Junto a otro(a)s activistas ha realizado acciones de incidencia política como la Agenda por los Derechos de las Personas LGBTIQ (#AcciónLGBTIQba), entre otras. Forma parte de la Plataforma 11M, colectivo plural por la defensa de los derechos de las personas con sexualidades no hetoronormativas. Igualmente, trabaja con varias organizaciones independientes los temas de género y derechos de las mujeres.

Eres jurista de profesión. ¿En qué momento y por qué razones decidiste dejar la comodidad del ejercicio del derecho para dedicarte al activismo social por los derechos de las personas LGBTIQ y por los derechos de las mujeres?

En 1998 o 1999, no recuerdo la fecha con exactitud, comienzo a estudiar la Maestría en Criminología coordinada por la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana. Trabajaba en la Oficina del Programa Martiano como asesora jurídica y uno de los requisitos de la maestría era estar vinculada a un tema de investigación o a una institución del derecho. Siendo así, paso a trabajar al Centro de Estudios sobre la Juventud, vinculado en aquellos años a la Unión de Jóvenes Comunistas. Mi tutora era la Dra. Margarita Viera. Ella fue quien me despertó la inquietud por la criminología, mi vocación como investigadora y futura profesora en la facultad. La muerte la sorprendió y con ella se esfumaron mis sueños. Toqué varias puertas, pero realmente nadie estaba en condiciones para asumirme. Todos los candidatos ya estaban de tutores de uno o más de mis compañeros. Me animaron a realizar el ejercicio sola y lo hice. No pude y, como digo, me desinflé en el camino. Tenía la posibilidad de volver durante los cinco años lectivos siguientes, pero me dejé derrotar por mí misma y es una de mis enseñanzas más duras. Aún no la supero. Nunca más pensé en ejercer como profesional del derecho.

El activismo me llegó muchos años después. Recuerdo haber participado en dos o tres reuniones convocadas por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) para dialogar con mujeres lesbianas y bisexuales. Fueron encuentros muy fuertes. Había mucha confusión y las discusiones alcanzaban un clima bastante violento. Cuando se creó finalmente Oremis, grupo de mujeres lesbianas y bisexuales, una de las redes del Centro, participé en dos peñas literarias o algo similar que el grupo organizaba, pero no quedé atrapada. Quizás no comprendí aquellos inicios. Años más tarde, Juana Mora Cedeño, una de las fundadoras de aquel grupo, me llama y me presenta el Proyecto Manos LGBTI de Cuba. Tenía una carga fuerte en temas de derechos humanos. Básicamente, a través de la impartición de talleres. Su grupo era muy sólido y por primera vez conocí a activistas de varias provincias, incluyendo a mujeres trans. 

Aprendí más con ellos y ellas que lo leído en la teoría y las convenciones de derechos humanos. Conocí y sufrí sus temores, violaciones a sus derechos desde lo policial, lo institucional, lo cultural, lo familiar, etc., agravadas por todas las interseccionalidades. La mayoría de las mujeres trans que conocí eran de provincia. Estaban alquiladas en lugares precarizados que visité. Muchas, contagiadas por VIH y con autoestima muy baja… viviendo del trabajo sexual y acosadas por la policía, igual de día que de noche. Condiciones de vida muy duras. Recuerdo salir de aquellos espacios y de los sitios de encuentro y decirle a Juana que no podía. Toda esa energía me acompañaba por días. Juana me enseñó a canalizarlo con mucho rigor y trabajo.

Lidia transitó de la academia al activismo. Foto: cortesía de la entrevistada.

¿Cómo es la vida cotidiana de una mujer activista por los derechos de las personas LGBTIQ y por los derechos de las mujeres en Cuba? ¿Te sientes apoyada, comprendida, tolerada, empoderada, optimista o todo lo contrario?

Soy una mujer alegre y pienso que, por momentos, desmedidamente optimista. Una soñadora. Una convencida de que, de lo que haga hoy, quizás no vea los resultados, pero quedará algo para las generaciones futuras. Cada mañana salgo cargada de energía positiva. Consciente de que algo puede (muy a menudo pasa) cambiarlo todo. La dinámica en mi trabajo es enfrentarme minuto a minuto con los problemas de esta Cuba “de lo real maravilloso”. La familia y los amigos que están lejos pesan mucho, porque es un cordón que no se rompe. A la familia y los amigos en Cuba a veces los descuido por ponerle más a mi trabajo como activista, básicamente en las redes. No es una vida extraordinaria, pero es mi vida y le pongo toda la pasión posible.

El trabajo del activismo requiere entrega, compromiso, preparación en temas de derechos humanos y su relación con las normas subjetivas, e información diaria de lo que acontece en Cuba y el mundo porque estamos muy interconectados. Es indispensable conocer cómo funcionan las estructuras de gobierno, establecer alianzas con los activismos que apuestan por una sociedad más justa. Es importante entender que las opresiones, las diferentes manifestaciones de discriminación, tienen una raíz común y desde esa visión debemos intentar establecer puntos de encuentro.  Ello permitiría definir audiencias sobre las que influir, metas y tácticas aterrizadas que permitan vislumbrar resultados. Todo esto está bien, pero no basta.

Es clave buscar el diálogo con las instituciones encargadas de impulsar políticas públicas, campañas de bien público, etc. Pienso que tanto los activismos como las instituciones deben estar dispuestos al diálogo. Esto nos falta en Cuba. A veces siento que nuestras instituciones son paternalistas. Les cuesta entender que las personas tenemos derecho a defender nuestros derechos individuales y colectivos; que ejercer presión es intentar visibilizar violaciones a estos derechos para hacerlos respetar y producir cambios favorables a las ciudadanas y los ciudadanos. Los derechos están para ser ejercidos, pero las instituciones de gobierno en Cuba, con demasiada frecuencia, lo interpretan como desafíos a su gestión de gobierno. En este punto comenzamos a ser leídos como mercenarios, personas confundidas, manipulables, etc., y sabemos la carga política de estas etiquetas.

¿Qué derechos consideras que necesitamos garantizar urgentemente al colectivo LGBTIQ y a las mujeres en Cuba?

Los derechos de las personas LGBTIQ y los derechos de las mujeres van de la mano. Su interconexión es tan fuerte que el avance o retroceso de los derechos de un grupo repercute en el otro. Están marcados por un enemigo común, de dos cabezas y múltiples dimensiones: los fundamentalismos y el patriarcado. Es indispensable entenderlo, conocer la historia de estas luchas contra estructuras opresoras de larga data, muy bien organizadas y diseñadas para el control y la opresión de nuestros cuerpos y nuestras sexualidades. Si miramos atrás, se constata que en muchas sociedades la heteronorma sirvió para disciplinar aquellas expresiones fuera de los patrones heterosexuales. Ese orden de cosas apenas se ha movido. Interseccionalizar las luchas es reconocer, además, otros sistemas de opresiones como el racismo y el clasismo, porque estos acompañan la identidad de las personas y sin dudas alteran las vivencias con el género. El feminismo debe acompañar la lucha de las personas LGBTIQ porque la homofobia y la transfobia son manifestaciones de la violencia de género.

Trabajar en conjunto para lograr incorporar en el Código de las Familias el matrimonio entre personas del mismo género, y su aprobación sin referéndum, es mover los cimientos de la masculinidad hegemónica y el patriarcado. Debemos realizar advocacy para incorporar los derechos a la adopción, a la reproducción asistida, al aborto, la tipificación del feminicidio y los crímenes de odio dentro de las normas sustantivas incorporadas en el cronograma legislativo. Es necesario continuar exigiendo la incorporación dentro de este cronograma de las leyes contra la violencia de género y la identidad de género.  Son retos que nos hermanan.

¿Qué país, qué instituciones, qué cultura ciudadana, qué garantías jurídicas y políticas y qué sueños, en fin, quieres que se hagan realidad en el futuro más cercano?

Sueño un país con un estado de derecho sólido, que permita el ejercicio efectivo de los derechos fundamentales reconocidos en la nueva Constitución. Que esos derechos se materialicen mediante leyes de desarrollo, que puedan ser invocados ante los tribunales, y en caso de comprobarse su violación, los acompañe la debida reparación. Esto, con programas de educación sexual integrales, basados en los derechos humanos para todas las edades. Me gustaría que las ciudadanas y los ciudadanos podamos disentir sin que desde lo estatal se nos intente callar con un solo discurso. Sueño con leyes sobre violencia de género e identidad de género, con matrimonio entre personas del mismo sexo, etc. Este no es el país que quiero, así que queda mucho trabajo por hacer. Sería muy reconfortante si todas y todos pudiéramos ser parte del cambio.

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