La calma se entristece en la cuarentena. Le dicen aislamiento social al encierro. Las imágenes del caracol gigante han sido sustituidas por las del virus microscópico. Los aplausos de las nueve de la noche se oyen distantes en mi casa, pero Alma aplaude en la terraza como si fuera el cumpleaños de la luna.
Dos puentes y dos túneles me separan de mi hijo, de mi madre, de mi hermana, mis sobrinos, mis cuñados. La disciplina indica quedarse en casa. El corazón indica pasar el río y llevar unos dulces a José Julián, para aplacar con azúcar la falta de él.
La Covid-19 mata personas por doquier y congela los corazones de los que aman y extrañan.
Alma me salva y Lily toca un punto en mi frente que me ayuda a olvidar mi presión encumbrada.
Siento pánico de morir y ser un número. No aspiro a que me hagan homenajes, más bien espero a que llegue el momento de recordar con cantos y rumbas a Juan Padrón y al bueno de Aute.
Pero morir sin familia es más triste que la soledad en vida. Algunos dicen que no importa cómo se muera, que no importa si se vela al muerto, si se entierra con dignidad, si se incinera con luto. Pero no. No estoy de acuerdo. La muerte nos importa a todas las culturas humanas desde que somos sociedad. Y hace miles de años que no dejamos a nuestros muertos abandonados ni extraviados en tumbas sin flores.
Es muy triste escuchar que los muertos por el nuevo coronavirus son números. Como han sido números por décadas los que fallecen fuera del foco de la cámara, alejados de las portadas de las revistas glamorosas, en África, en América Latina, en Asia, en las mismas calles del primer mundo.
No quiero ser un número si muero. Prefiero que me pongan nombre de roca, de flor, de paisaje, de sentimiento, pero que no me cuenten como si estuvieran sumando hasta llenar la fosa gigantesca de la vida.
Prefiero ser el muerto granito, girasol ha muerto, mogote tapado por una nube ha sucumbido, morriña dejó de respirar, pero un número no.
Quítate virus, que voy a salir a ver a mi hijo. Mi madre me espera con un poco de detergente para seguir aparentando que estamos limpios. Quítate virus, no voy a temer a algo que no me da la cara, que solo asoma su corona, a mí que desprecio las coronas, que festejo las fechas en que las coronas se convirtieron en gorros frigios.
Quítate virus. He estado enfermo toda la vida. No te temo, no sabes cuántas veces he muerto y cuántas he resucitado. En esta Semana Santa, respeta virus, aunque sea a Jesús. Déjalo entrar en su burro a mi ciudad, no asustes a los transeúntes ni a los discípulos. Déjalo vivir su última semana cerca de nosotros y no me hagas recordar que el martirio de Cristo comenzó en forma de corona.
Voy a cruzar el río, virus, mejor quítate. Qué me importa jadear, dejar de respirar, si mi hijo está solo al pasar el río. Te prometo que lo veré a través de la verja. Lo tocaré solo con palabras. No pondré a nadie en peligro con mis besos y abrazos.
No sé qué es peor, si morir sin aire, o si morir sin un último beso.
Esto es arte. Felicidades Julio!
Más que hermoso esto que acabo de leer Julio. Una vez más llenas nuestros corazones de todas esas cosas lindas que tienes y nos dejas pensando lo que realmente es importante…. Más que nada gracias.