Hacer la tarea del antirracismo en Cuba

En pleno siglo XXI no es posible plantearse un mundo mejor sin que el pensamiento colonial sea desmontado. Reflexionar sobre la apropiación cultural es parte de esa tarea de deconstrucción.

En esta imagen del 3 de junio de 2020, manifestantes protestan de forma pacífica para que se ponga fin al racismo y la brutalidad policíaca, en Portland, Maine. Foto: Robert F. Bukaty / AP

Hace unos días, el intelectual cubano Roberto Zurbano en un conversatorio virtual mencionaba que en Cuba «África somos nosotros», la gente negra.

Sin duda alguna, dicha aseveración es tan cierta que espanta. La misma viene a incomodar las «creativas» iniciativas cubanas para celebrar el Día de África, como es el caso del challenge o «reto africano». El mismo fue lanzado por una funcionaria de la embajada cubana en Senegal, y derivó en una polémica cuyos temas fundamentales fueron la apropiación cultural y el amor a la cultura negra/africana, pero no necesariamente a la gente negra/africana.

Zurbano puso el dedo en la llaga situando el debate, trayéndolo a casa, al país donde a los jóvenes negros les cuesta atravesar una calle en la noche sin ser abordados por la policía o donde una periodista publica en el periódico de su provincia una loa a la blanquitud.

Amar lo negro sin amar al negro

En pleno siglo XXI no es posible plantearse un mundo mejor sin que el pensamiento colonial sea desmontado. Reflexionar sobre la apropiación cultural es parte de esa tarea de deconstrucción.

En Cuba ese debate está por llegar. De antemano se vislumbra la intensidad que tomará. Habrá mucha gente que tendrá que salirse de su zona de confort y privilegio. El mestizaje ha sido por mucho tiempo la estrategia de blanqueamiento nacional; el «ajiaco», el «color cubano», «el que no tiene de congo tiene de carabalí» y otras aseveraciones de este tipo dan cuenta de ello.

Celebrar a África con traposque intentan imitar turbantes y black faces es parte de la imagen colonial que se tiene sobre el continente madre, más cuando sabemos que ni siquiera todos los pueblos, de los tan numerosos y diversos que habitan aquellas tierras, tienen dicha prenda en su vestuario tradicional. La fetichización y el folclorismo son inventos coloniales y exponen además una profunda ignorancia sobre historia de aquel continente y nuestra propia historia como nación. 

¿Sabes lo que significa ponerse un turbante?

Los turbantes son parte además de la resistencia africana ante la colonización y la esclavitud. Si nunca se han llevado, hacerlo como parte de un reto es una caricaturización.

Por su parte, el black face y sus tantas modalidades ha sido usado tanto en el arte —recordemos al teatro Bufo—  como en la vida cotidiana  —disfraces, cabello afro, dread locks, etc—  y conlleva no solo a la burla de la negritud sino también contribuye a la precarización de las personas negras en determinadas actividades o espacios: por cada actor blanco que se pinta el rostro en el teatro o actriz a quien le oscurecen la piel en un filme, hay un actor o actriz negra que está perdiendo la posibilidad de trabajar. Por suerte, el rechazo al black face es cada día más frecuente.

Por demás, hablar del amor a África en abstracto y homogéneamente, como si no fuera la tierra diversa y multicultural de donde fueron arrancadas a la fuerza personas que luego serían esclavizadas, constituye una nueva versión de «amo a la cultura africana o negra pero no amo a la gente negra».

En la foto: la autora del texto

Hace tan solo 134 años que fue abolida la esclavitud en Cuba (1886). En mi familia son tan solo tres generaciones, contando desde mí hacia atrás. Ver cómo no se habla de esa África que Occidente expolia y saquea hasta el día de hoy, demanda el grito. El silencio nos hace cómplices. El trapo en la cabeza se torna entonces aún más insulso.

Entiendo que la celebración en Cuba del Día de África debería exponer la profundización de la lucha antirracista en el país, que pasa necesariamente por el reconocimiento de la presencia del racismo y la discriminación racial en la sociedad cubana, que afecta a personas en concreto, a determinadas comunidades formadas fundamentalmente por personas negras, las cuales sufren precariedades y no tienen resueltas necesidades básicas. Conlleva además el reconocimiento de que el racismo estructural modifica procesos particulares como, por ejemplo, el acceso a las universidades.

Se necesitan entonces estrategias individuales, colectivas, comunitarias y estatales que hagan de Cuba el mejor país para nuestra gente «africana». Se podría empezar por amar a nuestra gente negra, nuestro compañero de escuela, nuestro vecino, nuestro colega. El Estado ha de establecer políticas públicas con las cuáles el racismo estructural, aún vivito en Cuba, empiece a hacer aguas.

En el plano individual el verdadero challenge consiste es escuchar con atención lo que dicen quienes experimentan el racismo antinegro, o sea, las personas negras, sin la necesidad de sentirse personalmente confrontado.

Tener actitudes, pensamientos, ideas racistas no convierte a alguien automáticamente en una “mala persona”. Existen ignorancia y naturalizaciones sobre este problema. Usted puede saber qué es el racismo y qué la discriminación racial. Si no lo hace, está frito. Si no puede diferenciar entre racismo estructural y prejuicios y actitudes raciales ha de comenzar por aprenderlo.

De lo contrario dará bandazos de un lugar a otro y se llevará en cada intento un golpetazo dado por usted mismo. En muchas oportunidades las personas tienen conductas racistas por ignorancia; esta se cura escuchando, leyendo, dialogando.

Foto tomada durante la protesta en Berlín por Milagro Alvarez Leliebre

En estos momentos, ya no suficiente con no ser racista: es imprescindible ser antirracista, o sea, participar, acompañar activamente la lucha en ese sentido. Tampoco espere que sean las personas negras quienes lleven luz a su déficit de información sobre el tema. Haga lo suyo como ellas lo hicieron. Busque activamente. Sea responsable con su gestión de información y conocimiento. 

#Icantbreath

Mientras las redes sociales cubanas se llenaban de fotos con trapos en la cabeza, un joven negro de mi edad fallecía en una calle de Minnesota. George Floyd fue asesinado por un policía blanco, quien lo asfixió con su rodilla.

El video de su asesinato ha recorrido todos los medios de comunicación. Muchos lo han comentado. Yo me he negado a verlo. Pensar sobre lo acontecido me rompe. Quizás sea el momento de señalar que el trasiego de cuerpos negros mutilados, asesinados, torturados también legitima el racismo y expone a las personas negras a la revictimización.

Según lo que leí «zapeando» de muro en muro de mucha gente, entre ellas algunas personas que apoyaron el trapo en la cabeza, no lograron conectar un evento con el otro. Mucho menos lo hicieron con la realidad, por ejemplo, de nuestros jóvenes negros cubanos y el acoso policial al que se les somete solo por su color de piel. Es el racismo, en forma de fetiche, asesinato o persecución. La causa es sola una. El racismo antinegro es universal.

Luego, ha sobrevenido un debate aún mayor que ha tenido como centro la pregunta: la validez de la «violencia» como forma de protestar ante la discriminación racial.

Un grupo de manifestantes marcha en las calles de la ciudad de Nueva York, el sábado 6 de junio de 2020, para protestar contra el racismo y la brutalidad policial, Foto: Ragan Clark/ AP

Como ocurre frecuentemente en este tema, las personas tienden a concentrarse en tres grupos más o menos distinguibles, quienes niegan (o ignoran) la existencia del racismo estructural y de la discriminación racial. En el otro polo, se encuentran quienes confirman su existencia y entienden el origen, cómo opera y qué es el racismo. Un tercer segmento —amplio, diverso y colorido— donde es posible encontrar personas que reconocen la existencia de la discriminación racial pero que, por ejemplo, legitiman la discriminación racial con actitudes, comentarios, prejuicios, como «yo no veo colores, veo personas», «los negros son los más racistas» o hablan de un supuesto «racismo inverso».

Intentando responder, a partir de estos grandes grupos, a cómo acabar con el racismo, surge la necesidad de traspasar lo que ya es un slogan infértil y soso: «la violencia no se combate con violencia», dado que tal posicionamiento también incluye una buena dosis de racismo.

Intentaré explicarlo con un ejemplo: si cada día que Marlon, niño negro de 8 años, va al aula y sus compañeritos le pellizcan, le dicen «negro bembón», se refieren a su mamá como la «negra esa», un día puede suceder que el chico reaccione con igual o más violencia que a la que estuvo sometido por un largo periodo. Es plausible y entendible. Es más, muchos padres y madres instruyen en ese sentido a su hijes: «si te dan, da».

Ahora extrapole lo anterior al caso que nos ocupa: cuando se critica el carácter «violento» de las protestas ante la violencia original a la que están sometidos los cuerpos negros, se está siendo parte del sistema racista que espera que la víctima siga sosteniendo la opresión.

Foto tomada durante la protesta en Berlín por Milagro Alvarez Leliebre

Apelar insistentemente a la vía pacífica es desconocer que ha existido una violencia primaria por siglos, que existe un orden mundial que se basa en la subordinación de unos seres humanos, y que en tal esquema las personas negras/ afrodescendientes/africanas se ubican en la base. Este sistema está estructuralmente diseñado para perpetuar a unos en el poder y a otros en la subordinación. 

Por demás, no existe ningún medio material que sea más importante que la vida de un ser humano.

Si le es más fácil pensar sobre la violencia, sin hacerla formar parte de un análisis sistémico, piénselo, sin embargo, está perdiendo la oportunidad de hacer el tránsito hacia su propio despertar antirracista. Podemos discutir si ser racista puede o no convertirlo en una mala persona, pero es seguro que ser antirracista sí le hace ser una bella persona.

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Nota:

1 He usado con intención trapo en lugar de turbante.

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