De niño escuchaba su nombre entre los ancianos de la familia. Años más tarde, con la llegada de mi primer documental sobre música: Jazz de Cuba, lo incluía conscientemente en mi imaginario al escuchar la deliciosa anécdota de Chucho Valdés, cuando, con cierta ironía, este célebre músico comentaba sobre la ignorancia de ciertos periodistas quienes le achacaban a él, en lugar de a Arsenio, la autoría de “El guayo de Catalina”.
Ignacio Arsenio Travieso Scull, más conocido como Arsenio Rodríguez, nació en Güira de Macurijes, un pueblito de la provincia de Matanzas, el 30 de agosto de 1911.
Le decían El ciego maravilloso por sus descomunales dotes para tocar el tres, además ha pasado a la historia como uno de los músicos cubanos más relevantes de todos los tiempos, no solo por las decenas de canciones que dejó, entre boleros, guarachas y sones, sino porque innovó estructuralmente el llamado conjunto, introduciendo la tumbadora. Después de Arsenio, nadie podía hacerlo diferente.
Muchos cultores del género lo consideran El padre de la salsa. Yo creo que la expresión no solo tiene que ver con su infatigable afán innovador, sino también con ese patrimonio de temas musicales que han hecho muy famosas a agrupaciones de nombre mundial como La Sonora Ponceña o La Fania All Stars.
Otro buen amigo, que ya peina canas, me contó que cuando Arsenio tocaba en ese santuario de la música bailable cubana que es La Tropical, la gente prefería observarlo y luego bailar con su música grabada, y es que Arsenio se las arreglaba muy bien para, desde su invidencia, dirigir la banda y tocar el tres en una suerte de espectáculo irrepetible que con los años terminó por esculpir su leyenda.
Acerca de su condición de invidente, se han tejido varias fábulas, por un lado se le achaca a la coz que recibió de un caballo, en su infancia, por otro, a una rara predisposición genética familiar, debido a la cual algunos de sus miembros padecieron de retinitis pigmentosa.
Pasados los años, el azar creativo me llevó a realizar un proyecto en el que los músicos cubanos homenajearían a Arsenio Rodríguez; en este proceso, filmaríamos un documental y organizaríamos un concierto y, a la vez, toda la producción estaría inspirada en el disco diseñado por el productor, compositor y crítico Tony Pinelli, de quien había partido la idea original de estas acciones.
Indagando sobre la vida de Arsenio di con su única hija, Regla María Travieso, quien aún vive en La Habana, en uno de sus barrios periféricos, rodeada de santos y recuerdos. No solo raídas fotos y el testimonio gráfico del silencioso camposanto en Nueva York, donde reposan los restos del músico, comenzaron a aflorar en aquel hogar. Canciones, textos completos y un rosario de anécdotas tan simpáticas como tristes empezaron a modelar la vida de un hombre cuyos días terminaron en Los Ángeles, un 30 de diciembre de 1970.
Arsenio había llegado a finales de la década del 40, a Nueva York, en un intento por vencer su ceguera. Sin embargo, el diagnóstico del afamado doctor Castro-Viejo lo sentó de bruces a meditar sobre la irreversibilidad de su enfermedad. De aquella circunstancia surgió una de las letras más bellas que atesora el cancionero de la Isla: “La vida es un sueño”.
Cuarenta años más tarde pudimos llevar a Regla María a la tumba de Arsenio, como parte de las experiencias con que documentaríamos la película. Pensé allí que, en ese momento, el espíritu de Regla le daba cristiana sepultura a su padre.
Rodeándola, todos tomados de las manos y entonando una de las letras de Arsenio: una docena de músicos puertorriqueños y cubanos. Tal vez era la señal inequívoca de los lazos musicales que comunican a nuestras islas y a ellas con la Unión Americana.
*Este artículo fue escrito por Rolando Almirante (La Habana, 1967). Cineasta, productor y profesor. Con más de una veintena de documentales. Estrenó en La Habana, en semanas recientes, el documental La leyenda de Arsenio, con la producción ejecutiva del sello discográfico EGREM.