Theodore Roosevelt, el “gran Teddy” para quienes lo consideran un auténtico héroe de la guerra hispano-cubano-americana y uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos, fue alguna vez una figura simpática para los cubanos. O, al menos, para una parte influyente de la sociedad de la Isla.
Roosevelt trascendió como hombre de acción y vigorosa personalidad; alguien polémico y prolífico, entre cuyas diversas facetas tuvo las de ranchero, soldado, escritor, profesor, explorador, cazador, diplomático y político. No es un personaje que complazca a todos; por el contrario, ha dividido criterios y pasiones.
Fue el vigésimo sexto mandatario estadounidense, empuñó el “Gran Garrote” para sus relaciones internacionales, impulsó la terminación del canal de Panamá y negoció el fin de la guerra rusa-japonesa, por lo que recibió el Premio Nobel de la Paz. Murió en enero de 1919, mientras dormía, víctima de una trombosis coronaria, a la edad de 60 años.
Sin embargo, su lugar en la historia y la iconografía estadounidense trascendería su muerte. Baste decir que el suyo es uno de los cuatro rostros presidenciales esculpidos en la roca del Monte Rushmore, junto a los de Washington, Jefferson y Lincoln.
Esta idolatría tuvo también su materialización en Cuba. El 9 de enero de 1920 se constituyó en la oriental ciudad de Santiago la delegación de la Roosevelt Memorial Association, cuyo comité central radicaba en New York. Aunque en un principio se planeó erigirle la estatua en Washington, con fondos recaudados en la Isla, la comisión santiaguera optó finalmente por el emplazamiento en un punto cercano al contexto donde Teddy, en sus tiempos de coronel, había cebado su épica.
La sociedad tenía el propósito de “dedicar una ofrenda a la memoria de Theodore Roosevelt, en nombre de Cuba, por la actuación que desplegó al frente de los Rough Riders que pelearon por nuestra independencia en los históricos campos de San Juan”.
Varios políticos, veteranos mambises, miembros del Rotary Club y personalidades locales, integraron la comisión gestora “Monumento a Roosevelt”, que agrupaba además a estadounidenses, excompañeros de lucha del homenajeado y como presidente de honor nada menos que a Leonard Wood, gobernador general de Cuba en tiempos de la primera ocupación.
Una sesión del Ayuntamiento Municipal, efectuada el 6 de abril de 1923, dio luz verde al proyecto. El sitio destinado para el monumento resultó la manzana número 2, de forma triangular, justo a la puerta del reparto Vista Alegre. Entonces era este el flamante distrito residencial que se ensanchaba al extremo norte de la urbe.
No muy lejos de allí se encuentra la Loma de San Juan, escenario donde el nombre del neoyorquino se hizo famoso, como líder de los Rough Riders en una de las acciones previas a la toma de Santiago. Según esa versión, fue la unidad de vaqueros del oeste la que, con un impetuoso asalto, venció la resistencia de las tropas españolas apostadas en la cima fortificada y sin ayuda de los mambises cubanos, como siempre despojados de gloria.
En cambio, todo indica que el coronel-cowboy –al parecer mejor ranchero que militar–, fiado en su superioridad numérica y en la creencia de la poca combatividad de los hispanos, lanzó a sus hombres por columnas cerradas y sin reconocer previamente el terreno. Acabaron, apelotonados, en un callejón sin salida. Los de Castilla –137 hombres del Regimiento de Talavera– les propinaron un baño de sangre, y Roosevelt y sus “chicos duros” requirieron un auxilio providencial.
Aquel combate produjo tal consternación en las filas norteamericanas, que el propio Teddy habría escrito al senador Henry Cabot: “Diga al presidente que, por amor del cielo, nos envíe cada regimiento y, sobre todo, cada batería que sea posible. Hasta ahora hemos ganado con un alto coste, pero los españoles luchan muy duramente y estamos muy cerca de un terrible desastre militar”.
El parque
Antes de acoger la imagen del “héroe de San Juan” y recibir su nombre, el parque tuvo otras denominaciones y sucesivas reconstrucciones.
En marzo de 1909 el Ayuntamiento había decidido otorgarle el calificativo de parque Vara del Rey y emplazar un monumento del controvertido general español. La elección del lugar se debió a su ubicación al inicio del camino a El Caney, campo de batalla donde sucumbió el militar en 1898. Además, porque había estado allí el fuerte de Canosa, una de las avanzadas del sistema defensivo de la plaza durante esa contienda.
Transcurrieron quince años sin que tuviera materialización el acuerdo consistorial. En los años 20 los terrenos permanecían baldíos, por lo que se dispuso pasar página y rebautizarlo como parque de la Epopeya.
La inauguración del parque con su nuevo nombre y el monumento a Roosevelt, se celebró con solemnidad y lucidez, el domingo 14 de diciembre de 1924. Encabezadas por el presidente Alfredo Zayas, asistieron las máximas autoridades civiles y militares de la nación, la provincia y el municipio; así como veteranos de la Independencia y del ejército de Estados Unidos.
De la nación norteña llegaron el general Hartbord, en representación del presidente Calvin Coolidge; Enoch Crowder, embajador en Cuba; Henry Justin Allen, exgobernador de Kansas quien leyó una carta del general Wood; y la viuda de Roosevelt, encargada de descorrer la bandera cubana que cubría el busto.
Engalanadas para la ocasión, formaron fuerzas de caballería del ejército nacional, las tropas de desembarco del crucero estadounidense “Galveston” y de la marina cubana, con sus bandas de música; además de la infantería de la Policía Municipal. La ceremonia terminó con los himnos de ambos países.
Describe el periodista local Carlos Forment, en sus Crónicas de Santiago de Cuba, que asistió una selecta y numerosa concurrencia. Nunca antes ni después de ese día, afirma el cronista, se reunieron en un evento social en Vista Alegre personalidades de tanta jerarquía ni en tan crecido número, por lo que valora el acto como el más importante celebrado en las primeras cinco décadas de existencia del barrio burgués.
Con el paso del tiempo, el deterioro se hizo presente y el parquecito fue perdiendo su glamour. En tales condiciones, el 13 de junio de 1935 la prensa anunciaba que por iniciativa del gobernador provincial, Dr. Ángel Pérez André, había comenzado la cimentación de la carretera de San Juan y el embellecimiento de la manzana número 2. Ambas acciones pretendían realzar el entorno, a fin de conmemorar en el parque de la Epopeya el próximo Día de la Independencia de los Estados Unidos.
Se añadieron más de 200 metros cuadrados de piso, lajas en los muros externos, aceras alrededor de estos, 15 bancos de granito y otros rústicos de madera, columpios, 36 farolas de cristal esmerilado y una adecuada red eléctrica que garantizaba la iluminación en las noches. No faltaron las plantas ornamentales. Las labores se ejecutaron bajo la supervisión del señor Alfonso Menéndez, jefe de Obras Públicas.
La fiesta de reinauguración, pactada en un principio para el 4 de julio, se pospuso por razones desconocidas para el 14 del propio mes de 1935. A partir de esa fecha, pasó a llamarse parque Roosevelt. El evento se celebró en horas de la mañana, ante la presencia del cuerpo consular extranjero radicado en Santiago y de altos oficiales de la Base Naval de Guantánamo.
El sitio volvió a restaurarse cuatro años después, cuando un movimiento renovador dio nuevos aires a varios monumentos y espacios de valor cultural, por celebrarse en la capital oriental el Primer Congreso de Arte Cubano. En esa oportunidad, la reparación comprendió, principalmente, la infraestructura eléctrica, la reposición de 28 bombillos faltantes en las pérgolas y de las bombas de cristal de las farolas perimetrales.
El Zoológico
Una atracción singular cobró el parque Roosevelt en 1946, cuando acogió el primer zoológico de la ciudad. Fue algo contraproducente, pues se dice que fue otra manifestación de tributo a Teddy como experto en la caza mayor, aniquilador lo mismo de leones y leopardos que, incluso, de búfalos y elefantes.
De cualquier modo, esta sobresalió entre las numerosas obras de beneficio cívico promovidas por el alcalde Luis Casero Guillén. La iniciativa fijaba igualmente que el presupuesto para la manutención de los animales, ascendente a 400 pesos anuales, corría a cargo del Ayuntamiento.
La fauna expuesta no llegó a ser nutrida como pudiera suponerse. Se resumía a algunas aves exóticas, un puma regalado por la Standard Oil Co., y una pareja de leones.
A principios de 1955, el zoológico se mudó hacia los terrenos que ocupa actualmente en los linderos de San Juan, y a partir de ese momento el estado de abandono y destrucción del parque Roosevelt volvió a ser tan notorio, que la propia ciudadanía reclamó al alcalde hacer algo por su rescate. Aun así, la restauración demoró dos años en llegar.
Un antiguo vecino de Vista Alegre me contó que una vez escapó del zoológico el león, llamado Regalías. Ante la alarma generalizada, fue el jardinero del reparto quien logró dominar a la fiera con una manguera y encerrarla nuevamente en la jaula. Tal vez, aquel hombre alto por gusto y flaco por necesidad –comentaba el octogenario amigo– había interiorizado de manera positiva la frase de Teddy: “Sólo son dignos de la vida los que no temen a la muerte”.
El monumento
Precisamente, el pensamiento recién mencionado era el que, grabado en bajo relieve, coronaba el monumento de Roosevelt en el parque homónimo. El busto correspondió al escultor norteamericano James Earle Fraser.
El monumento estaba compuesto por un fondo o respaldo elaborado de granito, con la inscripción en su parte superior. La efigie de Roosevelt era de bronce macizo, desde medio pecho, y plantada sobre un poliedro del mismo granito. Fue donada por el coronel Breenway, del ejército estadounidense, y por varios amigos del histórico personaje.
Con piedras traídas de la Loma de San Juan se conformó el pedestal de la sobre el que descansaba la escultura. Se montó bajo la dirección del ingeniero Juan Real, quien también esbozó el plano y dirigió las obras constructivas del parque. Los alrededores se engalanaron con plantas ornamentales y árboles, de los cuales cuatro gomeros —ficus benghalensis— sobreviven.
Para financiar esos trabajos se necesitaron 5,400 pesos. Los delegados de la Roosevelt Memorial Association y los rotarios santiagueros sufragaron la mayor parte. También oficiales y alistados del ejército nacional, familiares y allegados contribuyeron a la colecta de fondos. El apoyo de estos contribuyentes se enalteció en una lápida de mármol colocada en el centro del parque, junto al asta de la bandera.
Sin embargo, el proyecto de aquellos cubanos que en una época simpatizaron con el oficial rough rider tuvo su fin en 1959. El monumento, ubicado en el lado oeste del parque, fue retirado.
Hoy, el otrora parque Roosevelt es un frecuentado sitio en la zona de Ferreiro, una de las más importantes de Santiago de Cuba. En su costado izquierdo hay una parada de ómnibus, pero ya no posee nombre oficial ni los encantos de antaño. La voz popular lo identifica como el parque de La Maison, por su proximidad a la casa de modas.
En la intersección de las avenidas Manduley, Raúl Pujols (carretera de Siboney) y Garzón, subiendo la plataforma escalonada, a la sombra de los árboles supervivientes, puede apreciarse en los mosaicos del piso una huella sospechosa, de forma cuadrada. Casi ningún transeúnte imagina lo que antes se levantó allí.
Hace unos años supe por varios testimonios que el malogrado busto de Roosevelt estaba entre el muestrario de lápidas funerarias y placas de mármol expuesto en el Callejón Bofill, el zaguán que reproduce una calle colonial al lado del Museo Bacardí. Quizás la pieza continúe allí, al fondo, arrinconada, como vestigio de su repentina retirada. Quizás no. Ese podría ser su adiós definitivo.