Hace poco tiempo, en una lejana y hermosa playa de la provincia de Pinar del Río, tuve la oportunidad de presenciar una de las escenas más bellas de la naturaleza: la salida del cascarón de las tortugas marinas. Decenas de tortugas verdes recién nacidas respirando por vez primera, moviendo sus diminutas aletas, deambulando hacia el mar… Observé cómo las tortuguitas, con asombrosa determinación, salían de sus nidos en la playa, y se arrastraban por la arena hacia el agua, enfrentando cangrejos, aves marinas y otros predadores. Mientras veía a uno de estos animalitos llegar hasta las olas, pensaba en el largo y difícil viaje que le esperaba en el mar, y le deseaba buena suerte, con la certeza de que tendría pocas probabilidades de sobrevivir: se calcula que menos del uno por ciento de esas crías llegan a la adultez. Si la tortuguita sobreviviera y se apareara, regresaría un día a esta misma playa para poner sus propios huevos, en un ciclo que, desde que se comenzó el estudio de las enigmáticas criaturas, ha intrigado a los científicos.
Coincidí allí, esa linda tarde de octubre, con unos colegas cubanos, científicos de la Universidad de La Habana que llevan 15 años estudiando la población de tortugas marinas de esas playas occidentales. Algunos habían pasado el verano entero monitoreando nidos, durmiendo en campamentos rústicos, soportando los mosquitos, el sol ardiente, y la insuficiente reserva de agua potable. Fue un premio, pues, observar cómo las tortuguitas entraban al agua.
Estábamos en las desoladas playas de la costa meridional de la Península de Guanahacabibes, uno de los parques nacionales más aislados de Cuba, que acoge espesos bosques y hermosos arrecifes de coral. Por su importancia ecológica, el parque fue designado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en los años 80 del pasado siglo. Íbamos camino a María la Gorda, para un encuentro científico con colegas de otros institutos de investigación de Cuba, Estados Unidos, Costa Rica y México, con el propósito de intercambiar resultados de estudios sobre poblaciones de tortugas marinas en el Caribe, uno de los talleres que sistemáticamente organizamos como parte del trabajo de conservación del medio ambiente de The Ocean Foundation.
Como bióloga marina de Cuba Marine Research and Conservation Program que lleva a cabo The Ocean Foundation, institución radicada en Washington D.C., me dedico a estudiar los ricos hábitats marinos de las 3 mil millas de costa cubana, en sus cercanos vínculos biológicos con los Estados Unidos. Además de los tradicionales lazos histórico-culturales, estas relaciones medioambientales son cada vez mayores en el contexto de las corrientes oceánicas. La fauna marina fluye libremente de uno a otro lado, tras la búsqueda de un hábitat saludable para la supervivencia, por supuesto ajena totalmente a límites costeros y embargos económicos.
Sabemos, por ejemplo, que la corriente del Golfo acoge a algunas de esas crías de tortugas marinas que vi desaparecer en las olas de Guanahacabibes; así como a las de peces, langostas y otros animales, y las conduce desde la costa cubana hasta las aguas de los Estados Unidos. Entre los sitios más importantes del Atlántico norte donde se asienta la tortuga marina, se cuentan Cuba y la Florida: la especie adulta busca alimentos y anida entre ambos puntos geográficos. De las siete especies de tortugas que existen en el mundo, todas en peligro de extinción, cuatro de ellas buscan alimentos, se aparean y habitan en Cuba.
Todo esto hace indispensable, como parte de un entendimiento científico común, desarrollar políticas que propicien la protección de los recursos marinos que compartimos.
Cuba, más grande que todas las otras islas del Caribe juntas, y ubicada en la confluencia del Golfo de México, el mar Caribe y el océano Atlántico, posee grandes riquezas ecológicas y algunos de los arrecifes de coral mejor preservados en la región. Además, goza de una baja densidad poblacional, acoge solo tres millones de turistas al año, y practica, en general, agricultura orgánica y a pequeña escala. (De ahí que, recientemente, el programa de televisión Nature, de la cadena PBS bautizara a la Isla como el “Edén Accidental”). Las costas cubanas no han experimentado los mismos niveles de desarrollo que el resto del Caribe (se podría comparar, por ejemplo, con la Florida, que tiene 18 millones de habitantes y acoge a unos 90 millones de turistas al año). Mas, desde principios del presente siglo, en la medida en que Cuba ha ido rompiendo su propio récord anual de turistas, aumenta también la presión sobre los recursos marinos.
Para conocer el medioambiente marino cubano y desarrollar planes adecuados de gestión, los científicos del país necesitan realizar investigaciones de campo y laboratorio sobre los hábitats marinos del archipiélago; estudios severamente limitados en las últimas décadas por escasez de recursos, circunstancia que impacta además en la adquisición de literatura especializada, la participación en congresos científicos, y en el acceso a la información actualizada mediante Internet. Desde hace medio siglo, el embargo económico contra Cuba ha obstaculizado la colaboración entre científicos norteamericanos y cubanos. Y, a pesar de ser una actividad autorizada por los Estados Unidos, y de que algunos científicos (como es mi caso) podamos viajar a Cuba con esos fines, las difíciles realidades logísticas y políticas han impedido la realización de potenciales proyectos. En última instancia, ¿cómo crear políticas marinas de conjunto si los gobiernos de ambos países no se comunican?
El Programa de Investigación y Conservación Marina que desarrolla en Cuba The Ocean Foundation responde a las necesidades de poner en práctica una alianza científica sólida entre Cuba, Estados Unidos y otros países vecinos que compartan recursos marinos; promover estudios priorizados donde se desarrollan políticas relevantes, y establecer investigaciones marinas con apoyo local para preparar las futuras generaciones de científicos marinos cubanos. Haber trabajado en Cuba desde el año 1998 (durante 15 años) –más tiempo que cualquier otra organización medioambiental norteamericana activa en el archipiélago–, nos faculta para tender puentes de aprendizaje mutuo y de cooperación legítima; puentes indispensables para el diálogo científico fraterno acerca de la conservación de las especies que compartimos a cada lado del Estrecho de La Florida.
Escrito por: Daria Siciliano, Doctora en Ciencias