Elizabeth Warren, de 69 años, es senadora federal demócrata hace apenas seis años, pero parece haber estado en el Capitolio toda la vida. Más en estos días en que ha dado a conocer su aspiración a la Casa Blanca con la formación de un comité exploratorio y, principalmente, tras una andanada de discursos durante el pasado fin de semana en Iowa, donde pudo palpar un poco su arraigo popular.
Fue una jornada intensa, cierto, pero no propiamente jugosa en términos noticiosos. Aun así, dio para tener una idea de cómo enfrenta su principal mantra político, el haberse reivindicado por ser de origen indígena estadounidense, lo que se llama un “americano nativo”.
“Así ha sido desde el día en que nací”, dijo Warren en el año 2012 a la cadena CBS, cuando se lanzó al Senado por el estado de Massachusetts, revelando que durante toda la infancia sus familiares, y en particular la tía Bea, siempre le inculcaron esa noción. Aparentemente, le dijeron que toda la familia tenia un rostro parecido a los indios estadounidenses y que ellos formaron parte de sus ancestros.
La cuestión es que Warren es una rubia de ojos azules que recuerda más a una escandinava, precisamente el origen de los primeros colonos que se asentaron en Oklahoma City, donde ella nació. Y para un político estadounidense, proclamarse de ascendencia americana nativa es siempre un tema delicado porque los verdaderos descendientes de las tribus, que una vez pulularon por Norteamérica, son muy celosos de sus raíces.
Es muy raro que uno de ellos logre alcanzar un puesto político relevante. Hasta ahora, solo hubo cinco en el Senado y 17 en la Cámara de Representantes. Todos hombres. En este momento en la cámara baja hay dos mujeres congresistas americano nativas: Debra Haaland y Sharisse Davis, electas por Nuevo México y Kansas, respectivamente.
Pocahontas y Donald Trump
Durante sus primeros años en el Senado, Elizabeth Warren mantuvo una posición discreta sin levantar grandes olas. Su elección coincidió con el momento en que los demócratas perdieron el control de la Cámara de Representantes al término del primer mandato del presidente Barack Obama.
Formó parte de varios subcomités relacionados con las Fuerzas Armadas, Salud y Educación, Banca, Vivienda y Asuntos Urbanos, con lo cual copó las principales áreas de supervisión del gobierno federal. En esos comités, la senadora demócrata desplegó paulatinamente su carácter de defensora de los postulados más liberales de la política estadounidense, siempre volcada hacia los problemas sociales y la protección de los más desfavorecidos. Al menos tangencialmente.
Aunque es una crítica feroz del proteccionismo económico republicano, colocándose como un escudo protector de las políticas internas de Obama, Warren no siempre estuvo de acuerdo con el Presidente y en al menos dos ocasiones votó en contra de los despliegues militares en ultramar.
Pero en su colimador estuvieron siempre los intentos republicanos de destrozar los avances sociales introducidos por Obama, en particular la defensa de su célebre programa de salud, el casi difunto Obamacare.
Como recordaba este fin de semana a la cadena CNN David Gargen, quien fuera asesor de cuatro presidentes de ambos partidos, “durante esos largos meses de estira y encoje la senadora Warren dio un giro inmenso en sus posiciones, se radicalizó, se transformó en una portavoz de la izquierda socialista americana. Y ahora con Donald Trump es mucho más dura”.
El rifirrafe de Warren con el actual Presidente tiene sus particularidades. Aunque dispone de todos los ingredientes para entrar a formar parte de la “cultura popular”, se ha transformado en un diferendo de profundas consecuencias políticas que puede afectar las pretensiones futuras de la senadora.
Todo comienza cuando el empresario inmobiliario gana las elecciones. Hasta ese momento el interés de Warren por el hombre siempre fue circunstancial, aunque lo había criticado en la medida en que defendió apasionadamente a la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, en su cruzada presidencial contra Trump. Un paréntesis: en 2016 Warren llegó a considerar lanzarse a las primarias demócratas, pero desistió en el intento, aparentemente disuadida por los barones demócratas.
Quizá a falta de argumentos, como suele hacer cuando es criticado, ante las críticas de Warren durante la campaña presidencial del 2016 Trump comenzó a llamarla Pocahontas, un popular personaje de la historia nativa americana, rescatando casi del olvido la reivindicación indígena de la senadora el 2012.
El término fue visto no solamente como una burla a Warren sino también como un insulto a los americanos nativos. Trump lo ha repetido tanto, que ella nunca ha logrado librarse del apodo y el asunto ha sido, desde entonces, recurrente en la política estadounidense.
El 5 de julio del 2018 el problema se calentó cuando en un mitin electoral en Montana, Trump ofreció públicamente un millón de dólares si Warren probaba tener ancestros nativo americanos. “Voy a conseguir uno de esos kits de prueba de ADN y cuando esté en un debate con ella voy a sacarlo y decir que le doy un millón si lo demuestra en ese momento. Vamos a ver qué pasa”.
President Trump comments on Elizabeth Warren's DNA test https://t.co/HdM3v0Xt6L pic.twitter.com/ESljZ50f1w
— TIME (@TIME) October 15, 2018
Para la senadora la propuesta tuvo un matiz racista, “no se me ocurre otra cosa”, dijo. Pero de momento se quedó callada. Hasta el 15 de octubre siguiente, dos semanas antes de las pasadas elecciones legislativas donde resultó reelecta, cuando al diario Boston Globe reveló que se había sometido a una prueba de ADN. Los resultados arrojaron que probablemente hubo algún nativo americano en su pasado, pero entre las sexta y la décima generación.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=53&v=RHzbdZuVyAM
Por lo demás, tiene ancestros más que previsibles. El grueso de los antepasados de Warren son europeos. Al enterarse de los resultados, Trump comentó apenas “¿a quién le importa eso?” y no volvió a hablar del millón de dólares prometido.
La controversia sigue calando
Aun así, a la senadora no le es fácil deshacerse de la polémica. El sábado pasado en un mitin en Sioux City, Iowa, un asistente le preguntó por qué decidió pasar la prueba de ADN si eso dota al Presidente de más municiones contra ella. La larga respuesta es todo un poema y ha sido repetida continuamente desde entonces por las cadenas de televisión.
Now that her claims of being of Indian heritage have turned out to be a scam and a lie, Elizabeth Warren should apologize for perpetrating this fraud against the American Public. Harvard called her “a person of color” (amazing con), and would not have taken her otherwise!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) October 16, 2018
“No soy una persona de color, no soy ciudadana de una tribu. La ciudadanía tribal es una forma muy diferente de ascendencia. Las tribus y solo las tribus, deciden la ciudadanía tribal y respeto esa diferencia. Yo crecí en Oklahoma y, tal como muchos en Oklahoma, escuchamos todo tipo de historias sobre nuestro pasado. Cuando me postulé por primera vez a un cargo oficial, los republicanos atacaron esa parte de mi historia y pensaron que podían hacer mucho daño por ahí. Hubo muchos insultos racistas, cosas muy feas. Fue entonces cuando tomé la decisión de abrirme en eso, hacerlo público, tardó un poco pero está ahí”, afirmó Warren.
El pensamiento progresista de Warren
Una de las razones de la rivalidad de la senadora demócrata con Donald Trump se encuentra en el hecho de que ella nunca tuvo piedad con él desde el momento en que el Presidente anunció que quería la Casa Blanca para sí. Warren de inmediato comenzó a atacarlo por su fortuna, al tiempo que manifestaba sospechas de que Trump jamás gobernaría “con decencia” porque “no puede desprenderse de su pasado pudiente” y, de paso, empresarial.
Cuando la campaña presidencial del 2016 estaba en sus inicios, fue Warren quien sugirió que Trump debiera presentar sus declaraciones de impuestos. Después estuvo en la vanguardia, junto al pre candidato presidencial demócrata, el también senador Bernie Sanders, de que Trump debía separarse de sus empresas y no lucrar con ellas si algún día llegaba a la Casa Blanca. Posteriormente, a finales del 2017 cuando el Congreso comenzó a discutir la reforma fiscal, Warren se opuso al aumento de los tributos a los pobres y abogó por una seria fiscalización hacia los más ricos.
En esto, la senadora se mostró inflexible y durante meses no tuvo compasión con los republicanos y aún hoy sostiene que la reforma es profundamente desigual.
El 14 de septiembre del 2011, cuando anunció su postulación al curul demócrata por Massachusetts en el Senado federal, Warren lanzó un manifiesto en un debate televisivo que, según el The New York Times, fue todo un reflejo de su pensamiento político en ese entonces.
Dijo: “Nadie en este país ha logrado ser rico por sí mismo. Nadie… las mercancías [de sus fábricas] llegan al mercado por las carreteras que todos nosotros hemos pagado. Contratan trabajadores a quienes los demás pagamos su educación. Tienen a sus fábricas seguras y protegidas por la policía y los bomberos que todos pagamos. Ni siquiera tienen que preocuparse de que se aparezcan pandillas de bandoleros que las ataquen y confisquen todo”.
Y agregó: “Pueden construir una fábrica exitosa. Que Dios los bendiga. Pero parte del contrato social que está subyacente en todo eso, consiste en que arrebatan un pedazo de todo esto y le dejan la cuenta a las futuras generaciones”.
La fortuna de Warren
Las críticas hacia la riqueza han sido siempre su obsesión, aunque según la cadena CNN su “valor global”, el valor de su riqueza y propiedades, alcanzó el 2011, el año anterior a ingresar al Senado, entre 4 millones y los 10,6 millones de dólares. O sea, Warren también pertenece al 1 por ciento de ricos que controlan la economía estadounidense.
El origen de la fortuna de Elizabeth Warren es una mezcla de inversiones inmobiliarias, compra y venta de bonos del tesoro y fondos de retiro manejadas por una empresa fiduciaria llamada TIAA-CREF, que presta servicios a universidades. Antes de ingresar a la política, la senadora fue profesora de Derecho financiero especializada en bancarrotas, en varias facultades, la última de las cuales fue la Universidad de Harvard.
Warren está casada con un colega profesor de Harvard, Bruce Mann, con quien tiene tres hijos, y toda la fortuna de la familia gira alrededor de esas inversiones comunes. Su casa, una enorme mansión victoriana de tres pisos está valuada en 2 millones de dólares, según los datos proporcionados por la Oficina de Control del Congreso, a la cual todos los legisladores federales deben informar de sus ingresos anualmente.
La inversión que la pareja tiene en los fondos de retiro, por ejemplo, es una de las más exitosas. Cada uno de ellos ha invertido allí 1 millón y con esa cantidad el fondo da tres garantías: la inversión principal nunca baja, siempre hay una tasa de interés que se recibe y así se tiene una fuente de ingresos fija de por vida. En la parte de las inversiones en acciones, bonos de tesoro e inmobiliarias, la pareja ha invertido entre 370,000 y 830,000 dólares en un conjunto de bancos a lo largo e ancho del país y reciben los intereses por ello, según el documento de la oficina del Congreso.
Waren gana en el senado 174,.000 dólares anuales y acaba de recibir más de medio millón por un libro que está escribiendo y solo el año pasado recibió otros 60,000, un dinero remanente de la venta de libros sobre finanzas y bancarrota que ha escrito en las últimas décadas pero que siguen generando ingresos, según un información de la redacción de finanzas de la cadena CNN. Cuando dio clases en Harvard el salario de Warren fue de 430,000 dólares anuales.
En agosto pasado Warren divulgó públicamente sus declaraciones de impuestos de la última década, fue cuando la prensa comenzó a sospechar que pensaba lanzarse a la presidencia porque ella ha reclamado siempre lo mismo por parte de Trump. “La senadora Warren está obligada a informar todos sus ingresos anualmente desde que tiene una responsabilidad pública. Pero ahora hemos decidido entregar al público sus declaraciones de impuestos de la última década, el tiempo que está en la política”, se puede leer en su página web.
En Estados Unidos cuando se calcula el valor financiero de una persona se tienen en cuenta dos factores básicos, el valor de sus inversiones, propiedades y cuentas bancarias y el valor potencial que esa riqueza puede generar.
Lo demás, política exterior y Cuba
Elizabeth Warren es, sin lugar a dudas, una mujer de opiniones fuertes. Pero la política exterior no ocupa muchas de sus preocupaciones. En eso se limita a lo esencial. No es un tema que haya abordado con frecuencia y la generalidad de los medios de comunicación se interesan más en sus puntos de vista internos.
En una conferencia pública en Boston, a mediados del 2015, días después de que Washington abriera su embajada en La Habana, Warren apoyó la reanudación a nivel de embajador de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Fue la última pregunta de la audiencia y la contestó con cautela.
“No estoy segura de que vaya a funcionar [la mejoría de relaciones bilaterales] pero estamos claramente en el rumbo de intentar desarrollar una relación más fuerte con el pueblo de Cuba, creo que es correcto que lo hagamos”, contestó. Es más, “me gustaría mucho visitar Cuba”. Después de eso, no hay otro registro similar.
Pero lo poco que ha dicho, se sabe que la senadora es mucho más conservadora en política exterior que en la doméstica. Apoya el acuerdo de desnuclearización con Irán firmado por la administración Obama, pero en septiembre votó a favor del multimillonario presupuesto de defensa presentado por Trump: 700,000 millones de dólares.
Aunque ha criticado algunas de las declaraciones del Presidente sobre Corea del Norte, a inicios del 2018 firmó una carta junto a varios senadores, donde instaba a Trump a no llevar a cabo una ataque preventivo contra Pyongyang sin antes obtener permiso del Congreso. No se opuso a un ataque.
Tampoco se pronuncia abiertamente a favor de la legalización de la marihuana a nivel nacional. Para Elizabeth Warren, el asunto debe ser decidido por los estados. En Massachussets, es totalmente libre.
Ahora Warren quiere llegar a la Casa Blanca. El objetivo es derrotar a su némesis: el presidente Trump. No será una tarea fácil porque tampoco el Partido Demócrata parece tener un consenso sobre una figura unificadora. Es difícil que la senadora lo sea, tendría que ceder mucho.
Por lo pronto, este balón de ensayo que fue su paso por Iowa el fin de semana pasado no parece haber sido del todo exitoso. Es difícil ir a los Estados Unidos profundos e intentar crear un movimiento de masas. Se corre el riesgo de caer en viejas trampas.
“Elizabet Warren está en Iowa vendiendo la vieja religión del populismo”, afirmó este lunes una columna de opinión firmada por Art Cullen, el editor principal del Storm Lake Times, un pequeño periódico bisemanal de Iowa que, curiosamente, se distribuye en un condado llamado Pocahontas.