Al contrario de lo que la gente piensa, el servicio de las plataformas digitales de transporte tienen un cierto sex-appeal. No es porque sea una novedad sino porque a través de ellas fluye parte de toda una industria del sexo sino porque los clientes parecen más liberados con el asunto cuando abordan un Uber o un Lyft.
La segunda cliente que yo tuve cuando iba a salir me pidió mi número de teléfono. Está prohibido eso así que quedó sin saberlo. Pero hay otros colegas que lo hacen y después vienen los problemas. En lo que va de año en Estados Unidos ha habido ya dos casos de violaciones, de ambos sexos, dentro de los carros. El asunto no es quién comienza con el jueguito sino las consecuencias, que son graves. Además de las legales se pierde el empleo y, en el caso de Estados Unidos quedas marcado para siempre.
Afortunadamente las cifras no son significativas. Como les contaba en la columna anterior, una tarde en Coconut Grove, un barrio de Miami, entró al auto una mujer con un consolador en la mano. En Coconut Grove eso no es raro porque allí se encuentra un “museo del sexo” que tiene una tienda bien surtida de todo tipo de objetos habidos y por haber. Lo mismo sucede en la sex-shop de la calle 5 de Miami Beach.
Los clientes suelen salir de esas tiendas de los más felices, se les nota en la cara y en los comentarios. Generalmente si es una mujer, como fue el caso, comienza a llamar a su pareja y a contar de que tamaño es el objeto. Se ríen mucho, intercambian secretos pero uno es lo suficientemente discreto para escuchar todo y mantener la concentración en el timón. Confieso que a veces es difícil.
Los mejores días o noches para trotar Miami en un Uber o Lyft son los jueves, viernes y sábados cuando la ciudad entra en fiesta y hay que transportar gente para todos lados a partir de media tarde. Aunque en estos días el ambiente sexual se hace evidente, especialmente a media madrugada cuando hay que regresar los clientes a casa, a una posada u hotel –la Calle Ocho está llena de posadas así como Okeechobee Road en Hialeah.
Pero el día más interesante es el domingo por la mañana, especialmente entre las 11 y 12 del mediodía. Es el momento en que la putas dejan sus clientes en los hoteles y regresan a casa. Y casi todas usan Uber o Lyft porque ahora el precio del regreso a casa está incluido en el servicio. Son interesantes estas golondrinas. Entran en el carro todas arregladas pero se les nota cansadas. No hablan mucho, prefieren el silencio o mirar los correos en el celular.
Sin embargo, cuando hablan, son de lo más entretenidas. Ellas nos tratan como si fuéramos cómplices de su faena. Y de cierta forma lo somos, su trabajo es ilegal en Florida pero tolerado en Miami. La policía raramente las molesta a menos que tenga que hacer una redada para justificar cuotas de arresto. Ellas son el eslabón frágil. Realmente las tratan mal. Una vez haciendo un reportaje sobre el tema vi cómo la “brigada del vicio”, para llamarla de algún modo, la emprendían contra las chicas. Pedían favores y si no eran correspondidos, venía la represalia. Ya sé que no es nada excepcional.
Una de ellas me contaba cuando la recogí por la mañana de un domingo en el Hotel Intercontinental, frente a la bahía de Biscayne, que una vez tuvo un cliente que era policía y, como suele suceder, se aprovechó de ella y se fue sin pagar. “Es por eso que lo mío ahora es solo con clientes de lujo. Esos pagan siempre y nos tratan bien. A mi me dan seguridad”, dice. En su cartera guarda celosamente una agenda con los nombres de la clientela fija. Claro que ningún nombre es real, son todos alias, pero ella se acuerda de todos. Estas chicas tienen una memoria prodigiosa.
Si vienen particularmente contentas, porque la cosa aunque es pagada también tiene su placer, son extremadamente generosas. Tanto que a veces me sorprendo pensando si, de cierta forma, no tenemos un trabajo parecido, porque ellas parece que piensan que lo mío es como una continuación de lo de ellas.