Serían aproximadamente las 11 de la noche cuando Uber me mandó a buscar una cliente en un barrio problemático de Miami; uno de aquellos espacios donde la policía casi no se aventura y mucho menos después del anochecer.
La carrera fue pedida por una mujer, al menos era el nombre que aparecía en pantalla. Pero al llegar a la dirección, se abrió la puerta de una casa en muy malas condiciones y salieron corriendo dos hombres rumbo a mi carro.
Como no tenían cara de buenos amigos ni lo pensé dos veces, apreté el acelerador y salí disparado. A unas cuadras de distancia cancelé el viaje.
Días después comentaba el incidente a un colega y éste me explicó que se trata de una forma muy popular de atraco a los chóferes de Uber o Lyft.
“Ellos esperan que uno no se dé cuenta sino cuando ya no es posible defenderse”, me dijo Mauricio. Me explica que es realmente fácil hacerse pasar por otra persona para solicitar un Uber, porque la plataforma realmente solo presta atención a que la tarjeta de crédito sea válida. Lo demás son detalles sin gran importancia. De hecho, la empresa tardó casi 10 años en crear una especie de botón de pánico, pero está disponible solo para los pasajeros. Si a los choferes les pasa algo, la central solo se entera cuando la policía identifica el cadáver o el conductor tiene tiempo de avisar por teléfono que está en peligro.
Aun así, la central solo dispone de una vaga noción de donde se encuentra porque el GPS que usan para localizarnos tiene un radio de 50 a 100 metros.
Mucho se ha hablado de la seguridad en las plataforma móviles. Realmente no es tan seguro como se piensa. Ha habido casos de agresiones o violaciones, de hurtos con el valor de la carrera –al llegar al destino, el chófer tiene que dar la carrera por terminada, pero algunos no lo hacen y siguen rodando después de dejar al cliente, con lo cual se le cobra más que lo que fue pactado con la empresa cuando se pidió la carrera.
Son estafas puntuales, no muy comunes porque es fácil de determinar qué sucedió.
Pero en Miami, donde todo suele ser una exageración, la estafa más popular es la del vómito.
Los fines de semana, con tantas juergas que hay en la ciudad, los Uber hacen su agosto regresando la gente a sus casas en su mejor estado etílico. Y, como era de esperar, algunas terminan vomitando en el interior del auto. Cuando esto sucede es un problema. Para el Uber representa el fin de la jornada de trabajo, y si esa carrera es una de las primeras, puede perder una suma importante. Si al día siguiente logra que alguien le limpie el auto, todo bien. Pero no todos los garajes lo hacen, y los que aceptan limpiarlo cobran entre 150 y 250 dólares.
Es un problema porque, como se sabe, no hay seguro para este tipo de incidentes etílicos. ¿Cómo se hace un seguro contra vómitos? Ni en el Loyd’s británico.
Hace como un año, Uber tomó cartas en el asunto y ha instruido al personal que cuando eso suceda deben fotografiar el vómito y mandar la imagen a la central, que ellos se encargan de reclamar el reembolso al cliente, cargándolo a su tarjeta de crédito. Normalmente la gente acepta su culpabilidad aun sin saber a ciencia cierta dónde fue que eso sucedió porque la borracheras suelen venir acompañadas de la amnesia del día siguiente.
Es aquí donde Miami se ha vuelto una capital de los vómitos en Uber. Porque resulta que algunos choferes se han aprovechado del mecanismo y han confeccionado vómitos falsos.
Hay dos formas de hacerlo, pero la de resultado más realista comienza por fotografiar un vómito genuino, se imprime la imagen en alta resolución, se plastifica… et voilà. Solo tienes que colocarla en el piso del auto después de dejar el cliente, tomar otra foto y mandarla a la central. Al día siguiente como el pobre estafado no se acuerda de nada, acepta pagarlo todo y además pide disculpas.
Este tipo de estafa por parte de colegas inescrupulosos fue descubierta cuando uno de ellos, más amnésico que el cliente, aplicó la estafa tres veces a la misma persona en igual número de fines de semana. En la central se dieron cuenta. Investigaron y ahora ha tenido que buscarse otro trabajo.
Miami es sede de muchas estafas. Sean inmobiliarias, de seguros o los programas públicos de salud. Casi todas cuantiosas. Habría que escribir un libro. Pero la del vómito, pese a ser asquerosa, nadie negarán que es muy original.