A Emilio Bacardí Moreau (Santiago de Cuba 1844-1922) se le reconoce principalmente por su impronta política e intelectual. Conspirador por la independencia cubana y primer alcalde de su ciudad natal tras el fin del dominio español, fue un incansable promotor de la cultura y la historia santiagueras.
A él se debe, por ejemplo, la fundación del primer museo y la primera biblioteca pública de la Isla –que hoy se nombran como él y como su esposa, Doña Elvira Cape–, de la Academia de Bellas Artes y de la Banda Municipal. También, el rescate de la casa natal del poeta José María Heredia, el célebre cantor del Niágara, y la celebración de la Fiesta de la Bandera cada 31 de diciembre en el Parque Céspedes.
Su obra mayor, en opinión de muchos, son sus Crónicas de Santiago de Cuba, en las que recopiló en diez tomos hechos y documentos de la capital histórica del oriente cubano desde su fundación en 1515 por el Adelantado Diego Velázquez. Pero su labor incluye también novelas históricas como Vía Crucis y Doña Guiomar, puestas de teatro, narraciones para niños, aproximaciones biográficas y una mayormente desconocida obra periodística.
Hijo del creador del célebre ron Bacardí, Emilio comenzó en el periodismo en 1865 a la edad de 21 años. Su primer texto periodístico lo firmaría con el seudónimo Enrique Enríquez y lo dedicaría a su amigo, el patriota, pedagogo y periodista Rafael María Merchant. Desde entonces no se desvincularía de la prensa, tanto de Santiago de Cuba como de otras ciudades de la Isla, una conexión que sostendría en paralelo a sus negocios y su quehacer político, a través de colaboraciones en periódicos y revistas de la época.
Aprovechando la libertad de imprenta decretada por el Capitán General Domingo Dulce en 1869 fundó y dirigió el semanario independentista El Bejuco, que tendría una vida efímera, pero marcaría el rumbo ideológico de su creador. Luego, publicaría en El Espíritu del Siglo XIX, periódico del grupo librepensador Víctor Hugo, donde vería la luz la serie “El Manto de la Virgen”, la cual motivó una polémica con otras publicaciones de entonces.
Ya durante la República, crearía la Revista Municipal en su período como alcalde, y posteriormente su labor periodística hallaría espacio en los periódicos santiagueros El Cubano Libre –continuación del fundado por Antonio Maceo en la manigua– y La Independencia. En ellos volcaría principalmente sus preocupaciones sobre Santiago de Cuba y llamaría la atención sobre situaciones que en su opinión merecían solución por parte de las autoridades locales, según detalla la periodista y realizadora radial santiaguera Dariela Gámez, autora de una tesis sobre el periodismo bacardiano.
Fuera de Santiago, textos suyos también aparecerían en importantes publicaciones cubanas, en su mayoría de La Habana, como El Fígaro, Revista Universal, Revista Bimestre Cubana, Cuba Contemporánea y Social, así como en la revista manzanillera Orto.
Por su labor dentro de la prensa y también en favor de esta, Emilio Bacardí sería reconocido como Presidente de Honor de la Asociación de Reporters de la urbe santiaguera, nombramiento que le fue entregado en 1914, ocho años antes de su fallecimiento.
Hombre multifacético y fecundo, de él diría a su muerte Don Fernando Ortiz: “Bacardí fue sapiente sin petulancia, erudito sin arideces, novelista sin espejismos, enérgico sin exhibiciones, libre pensador sin cautelas, constante sin tozudeces, paterno sin flaquezas, y cubano, siempre cubano”.
El periodismo no fue el centro de su trayectoria intelectual, pero sí una arista insoslayable de su quehacer. Como ejemplo de la misma les dejo entonces un comentario publicado en El Cubano Libre en diciembre de 1912 sobre la necesidad de decretar la libre circulación por el puerto santiaguero. En él se aprecia su estilo periodístico que apela a recursos retóricos y a un tono analítico y respetuoso, y en el que, no obstante, aflora su deseo por contribuir a la prosperidad de su querida ciudad, aquella que, con total justicia, lo reconocería como Hijo Predilecto.
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Santiago, puerto libre*
Estando en Europa y en Oriente, daba cuenta a comerciantes y a industriales de lo que era nuestra tierra, su riqueza, su desenvolvimiento, su hermosa situación geográfica, sus innumerables puertos, su clima envidiable y el porvenir incalculable que habrá de caberle con el desarrollo del movimiento comercial por la apertura del canal de Panamá. Y a esas explicaciones, llevando gráficamente al ánimo de los oyentes el convencimiento de que se está poseído, se seguía una pregunta inmediata, señalándonos la bahía de Santiago. ¿Seguramente en esa ciudad y en esa bahía, se habrá adoptado medidas necesarias para facilidad de buques y pasajeros? ¿Y Santiago de Cuba es puerto libre?
Y entonces cabía el sonreír, bajar un tanto la cabeza, contestar: –se está en ello, y no tardará el decreto de nuestras Cámaras para que lo sea así–.
Y hoy, recordando que hace más de 25 años, más o menos, que nuestra Cámara de Comercio planteó dicho problema en tiempos de la colonia, que fue acogido en todos los centros, y hubo momento en que pareció ello asequible; que más luego se ha venido gestionando lo mismo, con una constancia benedictina por esa misma Cámara, que cuenta entre sus títulos de gloria, aparte el de su constancia en defender los intereses de la ciudad, el de ser la única y la primera establecida, no por Real Orden, como las demás, nos preguntamos: ¿Se ha abandonado esa idea salvadora?
¡Ay! de los pueblos a quienes basta su presente y sin mirar hacia delante, permiten que otros se les anticipen, o quedan estacionados durmiendo sobre sus laureles!
Ser Santiago de Cuba puerto libre es, no una necesidad, que parecería vulgar si hubiera de limitarse a obtener simple preponderancia comercial, no; implica para la vieja ciudad una vida futura de bienestar para propios y extraños, y que elevándola a categoría de ciudad indispensable, la salvaría del abandono o limitación, de sedentaria y pobre a que habrá de quedar reducida si nada hace para alcanzar la meta que la suerte y la fortuna le deparan.
No sabemos qué medidas o qué acuerdos tiene tomados nuestra Cámara de Comercio, vanguardia de nuestros intereses mercantiles, de los cuales se derivan los demás; pero, sean los que fueren, pensamos que hora es ya que salga de su marasmo y que sea portavoz y que diga a nuestros representantes y senadores: “el pueblo de Santiago, pueblo sufrido y de las grandes vicisitudes, os pide, os ruega y hasta os exige, por deber de patriotismo que, dejando de lado luchas mezquinas de partidos, concentréis vuestra voluntad y vuestros esfuerzos en la obra magna para la provincia oriental, y para la nación misma: el que Santiago sea declarado puerto libre de la República de Cuba”.
¿Será dable el predicar amor y unión completa entre cubanos fuera de su país, y no recavarlos en la misma patria?
No lo creemos, y con fe en mis conciudadanos me permito recordar esa medida que, como el patriotismo, debe ser inextinguible no solo entre los hijos de Cuba, sino entre cuantos conviven en nuestra tierra, luchando y trabajando por el bienestar y la prosperidad de todos.
* Este artículo se publica gracias a la colaboración de Ignacio Fernández Díaz.