Al actor Mario Guerra lo conocí en La Habana, cuando yo era estudiante universitario y entre nosotros ganaba popularidad su monólogo de El enano en la botella, el perturbador texto de Abilio Estévez con puesta de Teatro de la Luna. Se estrenó en 2001, en Miami. Un año después, estaba en La Habana.
Como sucedió con Gretel Trujillo, actriz que había estrenado la obra, Guerra mereció por esta caracterización un premio. Para él, el Caricato. Dieciocho años después, vuelve con el personaje, pero ahora de una manera distinta. El enano deja el escenario y surge ante un teléfono para llegarnos desde una web e inaugurar tal vez un género, el selfie-teatro.
Desde el confinamiento al que nos ha obligado la Covid-19, el actor, que llega a los sesenta años con una carrera sólida, tanto en el teatro como en el cine y la televisión, echó mano a un teléfono, a una lámpara pequeña, a una cajita para hacer los planos fijos y a su mano izquierda para hablar. De esta manera tenemos a un personaje, ya icónico en la historia del teatro cubano y en la obra de Estévez, interpretado de una manera mucho más íntima.
La obra, producida para OnCuba, consta de tres partes, el estreno de la primera será hoy lunes 25 de mayo, a las 6 de la tarde.
¿Qué implica volver sobre ese texto, ahora desde un escenario diferente?
Siempre me hice esta pregunta: ¿por qué una metáfora? ¿Por qué no reinventar a partir de ella algo más personal, algo apegado a mí, a mi piel, menos cercano a lo arquetípico? Más allá de lo teatral, la riqueza filosófica de este texto, casi me subyuga. Hace unos años lo retomé en solitario. Deconstruí lo anterior, sentía la necesidad de que esas palabras que Abilio escribió fueran dichas por mí, por Mario, sin necesidad de “esconderme” detrás de una caracterización. Casi lo logro, de no ser por el propio texto. Esas palabras de tono aparentemente infantil, sabias, endemoniadamente musicales, fueron, de alguna manera, una cárcel. Una de las cosas más difíciles para un actor es desaprender. El enano en la botella es también una metáfora por su construcción lingüística, según lo entiendo. Eso no lo puedes borrar, lo que sí puedes cambiar es la forma en que lo dices, los subtextos y, por supuesto, tienes que intentar desaparecer de tu imaginario el arquetipo anterior para crear otra cosa. Sin embargo, ahora frente a la cámara la experiencia fue diferente. Me percaté que debía llegar a una media entre lo que había construido en aquella primera puesta (arquetipo teatral) y una interpretación para la cámara, que se sabe suele ser sutil. ¡El texto de Abilio es de una fuerza teatral que no puedes obviar! Aunque no lo parezca, ha sido un buen ejercicio cinematográfico para mí, que ha implicado, proceso, viaje que no termina aún, en el que por supuesto he tenido en cuenta al espectador, pero he priorizado a la experiencia.
¿Grabaste solo con un teléfono?
Sí, lo he filmado con un teléfono, una lámpara pequeña, una cajita para hacer los planos fijos y mi mano izquierda. Me duele el cuerpo de tanta incomodidad, pero he agarrado del concepto de la precariedad y el encierro, intentando que la imagen recuerde esa idea. Lo otro es que filmo de noche. La Habana es una ciudad ruidosa. Ni en época de confinamiento se está quieta. Cuando no es el sonido del televisor de la vecina, es el ruido de algún camión que pasa, un auto, o el martilleo de los obreros que construyen dos hoteles, bien cerca. Vivo frente al mar. En ocasiones se escuchan ráfagas de viento o llueve, y todo eso dificulta filmar. Para dar la sensación de encierro uso los rincones de la casa. He hecho treinta tomas de una misma escena y he terminado como una etcétera.
¿Por qué esta obra?
No recuerdo cómo se me ocurrió; creo que como surgen algunas ideas, así… sin premeditarlas. Es fácil asociar. El enano habla del encierro y yo estoy encerrado. Lo demás ha ido surgiendo con los días.
¿Habías hecho algo parecido antes?
Si te refieres al proceso de filmarme con un teléfono, no, nunca había hecho algo así. No soy de la generación de los avances tecnológicos, me ha sido difícil. Por suerte algunos amigos me han orientado online. No es lo mío esto de la tecnología, y es una lástima, pero me defino como un incapaz tecnológico; incapacidad que es mucho más fuerte que mi propia voluntad de hacer. Nada… me gustaría tener veinte años. Me estresa y me frustra que mi cerebro sea tan ajeno, tan lento, y se me ocurrió aprovechar esa incapacidad y convertirla en concepto. Espero que se note en esta versión.
En tu carrera profesional, ¿qué implicaciones dejó este texto de Abilio?
A veces me gusta estar solo en escena. Un monólogo le da la posibilidad al actor de entablar un diálogo consigo mismo, en soledad. Es un ejercicio riesgoso y potente que evidentemente aportó mucho y, ya ves, sigue aportando a mi experiencia teatral. Si alguna implicación importante me deja este texto de Abilio, tiene que ver con el aprendizaje personal. Algo de la filosofía de este enano ha quedado guardada dentro del enano que soy. Es algo que va más allá de lo técnico o lo profesional, incluso del relativo éxito. Lo que me continúa sorprendiendo en este texto, no es su estructura dramatúrgica, es su música, el giro que dan las palabras, las frases, las ideas. Me recuerda a alguna sinfonía juguetona. En verdad, es una genialidad de Abilio. Nunca le he agradecido, por eso esta versión imperfecta va dedicada a él.
¿Cómo vas viviendo tu cuarentena?
No sé cómo terminó llamándose cuarentena, cuando el término se refiere a cuarenta días. Uno puede estar años encerrado y le siguen llamando cuarentena. Bueno, debe ser una comodidad idiomática.
No es poesía, ni drama esto que voy a decirte. Yo he estado confinado muchas veces a lo largo de mi vida, voluntaria e involuntariamente. Cuando me aíslo de todos y me pongo a pensar, a conversar conmigo mismo, por las razones y el tiempo que sea, estoy eligiendo un tipo de autoconfinamiento. Cuando, por ejemplo, quiero decir algo, gritar, y me es prohibido, me siento confinado involuntariamente. La sensación de libertad que existía antes de esta pandemia, es solo eso, una sensación que las personas hacen corpórea. El teatro, una vez más, me está salvando del tedio, de la tristeza. Se me ha agudizado el oído y la mirada. Creo que soy más sensible al pensar y, como pensar es un trabajo… no estoy del todo desempleado.
Me hago dos preguntas: ¿Estará el ser humano recogiendo las experiencias y guardándolas? Suponiendo que sí, ¿tendrá la voluntad de hacer ejercicio de esas experiencias para salvarse emocional y físicamente como especie?
No lo creo. Pienso todo lo contrario. No es la primera pandemia que se desata en el planeta y mira dónde estamos. Si al fin, los científicos logran controlar el virus, “volverán las oscuras golondrinas”. Los poderes actuales se afianzarán. La Habana volverá a ser tan ruidosa que no podrás dormir y olvidaremos este maravilloso y relativo silencio.
Yo, además de pensar, hago colas de tres horas de vez en cuando para “alimentar” a los míos, también aprendí a hacer unas lentejas y estoy salvando la vida de mi gato enfermo, así que siento algún orgullo de todo esto.
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