Pues hoy me he topao con un tío que ha estudiao conmigo en la universidá. Manué se llama. Y resurta que Manué ha estao en Andalucía cursando no sé qué estudios de argún tema empresariá, porque es el representante de una firma extranjera, y resurta que er tío ha venío hablando máj andalú que lo jandaluce.
Lo jodío ej que Manué ej un tío negrón que tizna má que la punta de un palo quemao, y no sé, chavá, como que el lenguaje este importao le pega meno que una curita en el cielo e la boca. Y ná, que el mu gilipollas no se daba cuenta. Me dijo A la estación, tío, y yo partí para la derecha un par de calles hasta que ér me dice Joder, tío, ¿es que en estos quince días que pasé en la madre patria cambiaron de lugar la ejtación?
Yo lo miré por el espejo y le respondí en el mejor cubano que se habla en Pueblo Nuevo: No, loco, lo que pasa es que la única estación que yo conozco es la de la policía, y es por aquí, así que dime ya si quieres ir, si es que me entiendes.
Manuel se rió con la burlita condescendiente que algunos se compran cuando viajan, y dijo Joder, tío, no te ofendas, es que allá en Andalucía se le llama estación a lo que ustedes aquí llaman terminaá de órnibus.
Que Manuel hablara de ómnibus me recordó por un momento los años de estudio en Santa Clara, los años noventa, cuando aquel virus misterioso, o no sé si fue un meteorito, cayó en medio de la isla y los ómnibus comenzaron a extinguirse más rápido que los dinosaurios, y no solo los ómnibus, ahora que recuerdo bien, si hasta las personas caminaban por debajo de la velocidad mínima para la que habían sido diseñadas, y yo, que estudiaba psicología, me decía que el fenómeno se debía a un bajón abrupto en la energía libidinosa, si seguimos así no se nos van a parar ni las cejas, pero Manuel, estudiante de mecánica, me aclaró un día que, tranquilo, el país está experimentando con los biocombustibles de bajo costo, cada persona que ves caminando a 0,0001 km por hora lo que echó hoy en el tanque fue una mezcla de hojas de coles con tallos de plátano burro. Dentro de poco tú verás que encontramos las proporciones adecuadas y salimos adelante con el impulso adecuado, hasta lograr la conquista del futuro.
Cuando aquello Manuel era un muchachito ingenuo, pero lo prefería al petulante de ahora. Antes te decía Compadre, márcame en la cola para comprar los pasajes del ómnibus, dale, márcame, si me marcas te debo una. Y uno se pasaba tres días luchando la cola, sin asistir a las clases de la Uni, y cuando estabas ya en la ventanilla con el dinero en la mano llegaba él y te decía Compadre, ¿me marcaste, verdad? ¿Me marcaste?
No es que Manuel fuera un vividor, qué va, es que era ingenuo, ya lo dije. Manuel, pero si ya los ómnibus no existen, ahora viajamos en camellos, ¿no te has dado cuenta que de Santa Clara a Matanzas no hay nada sembrado? Ahora todo es un desierto. Lo bueno es que en los desiertos hay más posibilidad de encontrar petróleo, ¿no te parece?
Pero el Manué este que se vino de España parece haber orvidao lo que lo movió en un inicio, y me habla de Renfe, del AVE, del metro, de la red de autopistas libres o con peaje, de las autovías, de las carreteras de doble calzada y de las convencionales, y yo le digo Has caído bajo, asere, regresar aquí para tener que morir en un bicitaxi.
Manué mete mano a la risita condescendiente comprada en el Corte Inglés para luego decirme que no, que es un lujo que se está dando para recordar sus orígenes, y yo le respondo, para que no se haga el listillo y se entere que a los indios de aquí ya no nos engañan con espejos, Pues tú que vienes de Europa sabrás que lo exótico se paga caro, así que este viaje hasta la terminal te costará tres fulas, tres cañas, tres chavitos, tres cuquitas, como quiera que le digan en España.
Ahí mismo a Manuel casi le da un soponcio, y se atora hasta tragarse el acento andaluz: Contra, loco, siempre me habían cobrado diez pesos cubanos.
Aunque parezca que no, en quince días las cosas cambian, le replico, aun cuando no tengo la seguridad de que las cosas hayan cambiado mucho, si veo en las calles los mismos baches e incluso el combustible de ahora no será bioecológico, la gente no es que ande a millón por las calles, pero yo sí, yo soy otro, distinto, y mañana lo seré aún más porque en este oficio cada día añades a tu vida un montón de experiencia novedosa. Experiencia, habilidades, actitudes, aptitudes para tratar a cada consumidor justo como merecen ser tratados, mucho más si acaban de bajarse de una nube con cartelito made in la yuma. Así que saco a relucir mis conocimientos de marketing y le explico a mi excondiscípulo Manuel, actual representante de una firma extranjera y pasajero habitual de Renfe, que ahora el gremio de bicitaxistas de Matanzas ha diseñado una tarifa especial a la medida de cada cliente, donde el precio se corresponde con la calidad del servicio, caracterizado este por la seguridad en el viaje, el confort, y la posibilidad de sostener una conversación grata y educada.
Manuel queda de momento impresionado por la verborrea pseudoempresarial, pero solo de momento, porque tipos como él no pueden no decir la última palabra, con la que intentará quedar siempre en la cima.
(Manuel pertenece al tipo de los ostentosos y especuladores, clasificación en la cual incluyo a los que vienen con el tesoro del pirata John Silver y el de Alí Babá juntos colgados en el cuello; bulto de cadenas de oro donde si hurgas con desgana encuentras desde una virgen de La Caridad, la herradura de un caballo y hasta la lámpara maravillosa, todo en tamaño natural, sin bonche. Aunque en ese grupo las diferencias son abismales -los hay bajitos, altos, blancos, negros, machísimos o afeminados- se les reconoce porque hay una única cosa que no varía entre ellos, un denominador común: son personas que, sin excepciones y dicho en el cubano normal de la calle, se tiran el peo más alto que el culo.)
Pues sí que me has dejao impresionao, tío, responde Manuel vomitando de nuevo el acento con el objetivo de remarcar, no lo olvidemos, su superioridad extranjera, que es negrote achicharrao pero se cree de la raza aria: Qué contentura sabé que la cosa cambia, yo que siempre pensé que este negocio era como en China, donde también estuve, porque ar que se dedica allí al asunto este de pedaleá se le considera casi en el rango de lojesclavoj, y te digo casi porque lojay peorej, que son esoj que tiran con sus propias manos y sus propias piernas, sin que medie ningún artefarto mecánico, de una carretilla donde se trepa el que paga.
Yo, viendo los cielos abiertos, le digo que no, Manuel, estuviste en el pueblo y ni cuenta te diste de las casas. Lo que sucede es que en China practican los preceptos budistas, buscan purificar el espíritu por medio de la negación de los placeres materiales. Sin llegar a los extremos de la mortificación y la indulgencia hacia la experiencia sensorial, logran incrementar sus energías y su lucidez. Esos a los que llamas esclavos hacen un noble trabajo, siguen un camino en el que intentan evitar los extremos de una búsqueda excesiva de satisfacción por un lado, y de una mortificación innecesaria por el otro. Es un camino, añado para atormentar a Manuel, que comprende la sabiduría, la conducta ética y el entrenamiento o cultivo de la mente y el corazón por medio de meditación, la atención y la plena consciencia del presente. Al final del viaje esos colegas chinos están, aunque no te lo parezca, más lejos del sufrimiento y más cerca del nirvana, ese estado definitivo de no-retorno que no es posible describir claramente con lenguaje, por lo que ellos no exigen una cantidad determinada de dinero sino que solo cobran lo que el cliente quiera dejarles, si es mucho bien, y si es poco, mejor, y eso pudiera parecerte una actitud servil pero te equivocas, porque a mis colegas de allá lo que en verdad les importa es alcanzar la iluminación del espíritu, como que aman más al prójimo y no contaminan las ciudades, no sé si me entiendes, y de paso se van ganando poco a poco un boleto no en Renfe, Manuel, ni en el metro de Madrid, sino en brazos del propio Buda hacia un renacimiento superior…
En China no he estado, es evidente. Y el discurso sobre el budismo, aunque no demasiado apegado a las Cuatro Nobles Verdades, sirvió para lograr mi propósito: enmarañar a Manuel, quien en un momento, temeroso quizás de su destino previsible, me dijo: ¿Y es muy difícil esto de dar pedales?, y en el otro momento ya lo estaba experimentando con su propio cuerpo y su propia alma, como los bicitaxistas chinos.
Yo, trepado en el asiento de los pasajeros, refrescándome con la brisa de la tarde, medité en, vaya sincretismo de religiones, el karma de los que se tiran el peo más alto que el culo.
Manuel no es ingenuo. Y yo no soy un vividor. No se trata de eso.
Vea el anterior artículo de esta serie:
Diario de un bicitaxista: Ansias del Alba
wuao, me encanta. No me pierdo una. Excelente.
Este es el primero que leo de los tuyos y me gustó.