Aunque se graduó de pintura en la Academia Nacional de Bellas Artes “San Alejandro”, su medio de expresión es la fotografía. Durante los años de aprendizaje, se valió de lo que hasta entonces era para él una herramienta para documentar procesos instalativos, pero a partir de un punto asumió la cámara como mediadora entre el cerebro y la imagen. Y así ha ido levantando una obra.
Es Alfredo Sarabia Fajardo (La Habana, 1986), hijo de Alfredo Sarabia Domínguez (La Habana, 1951- Mérida, Yucatán, 1992), maestro joven que marcó un espacio notable dentro de la rica tradición de la fotografía cubana, a pesar de que apenas alcanzó cuatro décadas de vida.
Sarabia Fajardo ha declarado que, entre todas las clasificaciones posibles, sólo acepta dos: fotografías “cazadas” y fotografías construidas. Viene del mundo del negativo y el laboratorio, y tal vez por eso se niegue a la manipulación de la imagen, que él aspira sea asumida como un fiel reflejo de la realidad.
El tema en torno a la fidelidad o no al instante captado centró el debate entre fotógrafos cubanos a partir de la segunda mitad del Siglo XX. En un extremo se situaban los que abogaban porque el negativo fuera impreso tal cual, incluso con los márgenes que no habían sido sensibilizados por la luz; y en el otro, los que decían que el mero hecho de escoger el negativo, el lente, la angulación y la velocidad del diafragma era un acto de manipulación, y que cualquier efecto adicional conseguido en el laboratorio, para hacer más expresiva la imagen, era una ganancia artística.
Hasta el momento, Alfredo Sarabia Fajardo ha realizado cuatro exposiciones personales: No es lo que ves (2015), colateral a la 12 Bienal de la Habana; Fotopreis (2017), Fundación Michael Horbach Stiftung, Köln, Alemania; Sarabia x Sarabia (2018), bipersonal con Alfredo Sarabia (padre), galería de la escuela de fotografía Página en Blando, Ciudad de México; y Gruta y pueblo modelo (2019) Galería 23 y 12, La Habana.
En 2015 la Fundación Michael Horbach Stiftung, de Alemania, le confirió la beca de creación “Kunsträume”; y en 2019 obtuvo el Premio a la mejor obra fotográfica en la edición 41 del Concurso de Artes Plásticas y Visuales Vila de Binissalem, Mallorca, España. En la actualidad se desempeña como profesor de fotografía en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana.
En esta ocasión, Alfredo Sarabia Fajardo nos presenta un work in progress, serie sobre la que vuelve una y otra vez, y que constituye un entrañable homenaje al niño que fue, sí, pero también a un legado que él se ha empeñado en prolongar y enriquecer.
La casa redonda es una serie que se inspira en un momento de mi niñez. Mi padre fue un importante fotógrafo cubano, y juntos viajábamos por la isla a bordo de un VW modelo escarabajo; el objetivo de los viajes era tomar fotos.
Una de las imágenes de estos recorridos es la que sirve como referente en mi proyecto, ésta fue tomada en la década del 90. En ella aparezco saltando de cabeza al interior del carro. Años después mi padre murió, pero el VW resistió el paso del tiempo. Es el carro que actualmente uso para viajar por Cuba, junto a mis 4 hijos y mi esposa. El motivo de los viajes sigue siendo el mismo, y el auto ha pasado a ser algo más que un simple objeto: es un cofre recolector de recuerdos y vivencias de cada viaje. Revisito los lugares para reconstruir los recuerdos y, de esta manera, reescribo otra historia donde pasado y presente se funden. El tiempo es un factor importante, me interesa trabajar por años en esta serie que va creciendo paralela a mis hijos.
El panorama cubano no ha cambiado mucho, la escasez económica y una misma ideología por décadas han hecho que el país se empoce en el pasado. La arquitectura y la mayoría de los carros tienen más de 50 años, y han pertenecido por generaciones a la misma familia. La tasa de natalidad en el país es muy baja, la población está envejeciendo rápidamente mientras los jóvenes prefieren emigrar en busca de horizontes diferentes.
Creo que el proyecto en general plantea la idea de aislamiento, de distancia con la realidad cubana inmediata; no aparecen personajes ajenos al círculo familiar ni consignas políticas; me alejo de los estereotipos construidos.
Salir de viaje es la manera de escaparnos de lo rígido y repetitivo que suele ser cualquier sociedad.
Durante la pandemia de la COVID-19, el proyecto ha continuado de manera diferente, los viajes fuera de la ciudad han sido cancelados, el jardín de la casa es el espacio para la aventura. Lo importante es el tiempo que pasamos juntos.
Estoy construyendo en mis hijos la capacidad de pensar y sentir el arte como medio de expresión. Mientras tanto, Cuba parece ser la misma isla que conocieron su abuelo y su padre.