Según reportes recientes, en los últimos cinco meses han entrado a EEUU 46 mil cubanos. A ese paso, entre enero y diciembre próximo deberán haber ingresado 110,400, solo en 2022.
Algunos de esos reportes le llaman a este repunte migratorio un “Mariel en cámara lenta.” ¿Es realmente comparable? Mencionan como factores la situación económica cubana, calificada como la peor de todas. Atribuyen su principal causa a la voluntad del gobierno de la isla de “destapar una válvula de escape,” que esta vez no es solo económica, sino política, ya que se dirige a “evitar otro 11J.” Afirman que esos cubanos van en busca de una libertad que no tienen, plasmada en un proyecto de vida que no pueden alcanzar aquí, y allá sí. En esta lista de causas atribuidas no se destacan, sin embargo, otras dos, que parecerían menos importantes o inexistentes.
Una es el hecho de que EEUU les sigue manteniendo a los cubanos un puente dorado, que conduce a lo que algunos estudiosos cubanoamericanos caracterizaron hace mucho tiempo como the Golden Exile.
Para recibir el trato como refugiados, esos cubanos nunca han tenido que demostrar ser disidentes, como se dice ahora, o freedom fighters, como se decía antes. La ley 89-732 dictada por la Administración Johnson en noviembre de 1966, e inalterada desde entonces, más conocida como Ley de Ajuste Cubano, es el puente que conduce a ese Golden Exile.
Vale la pena recordar que, en todo este tiempo, lo han atravesado no solo “personas que temen ser reprimidas por razones políticas o religiosas” (según la ONU define a los refugiados), sino también ex-dirigentes, ex-militares, ex-comunistas, ex-profesores de ateísmo científico, ex-agentes de la Seguridad del Estado, ex-periodistas de medios oficiales, ex-funcionarios de la ideología, ex-becarios en el exterior. Ni siquiera han tenido que manifestarse contra el gobierno, al menos hasta que se fueron. Lo que realmente ha contado es que “voten con los pies.” Es decir, que su salida se pueda tomar como expresión de su desacuerdo con el gobierno cubano y su repugnancia hacia el comunismo. Naturalmente, mientras más profesionales pudiera haber entre ellos —médicos y médicas, por ejemplo— mejor. Ha sido así, con algunas oscilaciones y ajustes en el tiempo, desde que JFK creó el Programa de Refugiados Cubanos en 1961.
La otra causa ostensible de este repunte es la acumulación de candidatos a emigrar que no han podido salir, por razones externas. Cuando se interrumpió el otorgamiento de visas en La Habana, a la altura de agosto de 2017, habían estado recibiendo visas de inmigrantes un mínimo de veinte mil cada año. Si el acuerdo migratorio establecido desde 1995 se hubiera seguido cumpliendo, entre el verano de 2017 y el próximo en 2022, deberían haber ingresado legalmente a EEUU un mínimo de 100 mil inmigrantes. Estos se vieron forzados a permanecer, gracias a un fenómeno llamado “ataques sónicos,” del que quizás nunca se sepa nada.
Resulta curioso que muchos comentaristas no identifiquen este cierre de la válvula migratoria del lado de allá como un factor en “la crisis” actual, a pesar de que esta situación ya ocurrió antes, en 1963-65, en 1973-80, en 1984-1994. Si bien se le atribuyen aviesas intenciones al gobierno cubano respecto a la presión migratoria, no se menciona este hecho palpable, dirigido a provocarla, con los mismos fines políticos de acrecentar el malestar que revelan los documentos oficiales desclasificados en EEUU, desde 1961.
Estas dos causas, una política especialmente diseñada para sacar gente de la isla y un manejo de la válvula migratoria para provocar presiones adentro, han estado presentes todos estos años, desde el ápice de la Guerra fría.
Regresando a las demás causas atribuidas a la migración actual que ya apunté, lo primero es que parecerían desconectadas de la historia anterior. En efecto, si se mira hacia atrás, tienden a desdibujarse o a no existir. ¿Es que un fenómeno de más de medio siglo puede tener ahora razones tan diferentes?
A pesar de la regla de tres con que algunos explican los ciclos migratorios en la Isla, ni en los primeros 60, ni en vísperas del Mariel, a fines de los 70, el mercado interno se contrajo ni se estrechó, más bien al revés. En 1980, por ejemplo, no estábamos en la peor de las situaciones económicas, sino todo lo contrario, en el estándar más alto y repartido que se ha vivido en Cuba. Valdría la pena volver sobre este puntico más adelante.
En cuanto a la teoría de la válvula de escape, si se hubiera usado la migración para sacar del país a la base de la contrarrevolución, Camarioca habría ocurrido en 1962 o 1963, cuando estaba en curso la guerra civil llamada Lucha contra bandidos, no a fines de 1965, cuando se había acabado. En todo caso, a fines de los años 70, ni la crisis ni el disentimiento, y mucho menos la oposición activa, representaban un desafío a la estabilidad, que aconsejara una válvula de escape. En 1980 no imperaban la incertidumbre ni la desesperanza. Más bien ocurría uno de esos raros periodos de distensión y diálogo, tanto con el gobierno de EEUU como con la emigración, que alimentan expectativas de cambio.
Los documentos que han salido a la luz sobre la crisis del Mariel muestran una historia más compleja que esa de “la válvula.” El gobierno cubano estaba intentando mantener el diálogo, y buscar una fórmula parecida a 1965 para asegurar una emigración ordenada, es decir, un nuevo acuerdo. Así me lo contó Peter Tarnoff, asistente especial del Secretario de Estado, y emisario negociador para Cuba en época de Carter, quien en 1979-80 hizo todo lo posible por evitar el choque que otros dentro de la administración estaban tratando de propiciar, a partir del incidente de la embajada del Perú.
En vez de crisis económica, “válvula de escape,” o frustración de proyectos de vida irrealizables, la distensión y el diálogo del gobierno cubano con los emigrados fueron un factor propiciatorio en el Mariel. Ese diálogo los identificaba por primera vez como “la comunidad cubana en el exterior,” luego de haber sido durante casi 20 años esos “gusanos” que había que dejar que se fueran de una vez del lado de los americanos, y cerrarles la puerta para siempre.
El regreso de los “gusanos” renombrados “mariposas” por la imaginación popular, gracias a la nueva política de diálogo, planteó una nueva perspectiva sobre el acto de emigrar: uno se podía ir, sin que se le considerara un enemigo, e incluso regresar al rato.
Ninguno de estos cambios se pueden entender sin apreciar las diferencias entre el contexto del Mariel, y el del flujo anterior (1965-73). Los años que anticipaban el gran salto de la Zafra de los Diez Millones —sin tiendas de dólares, remesas, turistas, mercado campesino, trabajadores por cuenta propia—, estuvieron marcados por una depresión del consumo más profunda y generalizada que en ningún momento posterior. A diferencia del Periodo Especial o de la crisis actual, predominaba entonces una cultura cívica estoica, correspondiente a una sociedad que, mayoritariamente, navegaba su odisea hacia el comunismo.
En cambio, el socialismo de los años 70 propició una actitud social diferente hacia el bienestar material. Además del tan llevado y traído Quinquenio gris, los 70 trajeron consigo un nuevo sentido del consumo e incluso del mercado, como prácticas legítimas. Según revelaban las investigaciones del Instituto de la Demanda Interna (IDI) en aquellos años, el nuevo patrón de consumo instaurado a nivel familiar expresaba un salto considerable respecto a los 60.
Además de las minuciosas libretas de abastecimiento de entonces (con ron, café y cigarros para todos), las tiendas llamadas mercados paralelos incluían exquisiteces enlatadas de Bulgaria, quesos azules del Escambray, máquinas de afeitar Kharkov, salchichas de Turingia y confituras albanesas, radios Selena, lavadoras Aurika y televisores Krim de la URSS, cognacs de Armenia y cervezas de Bohemia, sin contar los calamares y merluzas de la flota cubana de pesca que venían “por la libreta,” así como ropa y zapatos, discos y libros cubanos, un mes de vacaciones al año, con planes turísticos masivos en playas, al alcance del salario medio.
Esta abundancia accesible, sin embargo, no competía con las maletas de los comunitarios, colmadas de marcas y adminículos que de pronto se volvieron popularísimos. Como los indianos que volvían al terruño en España exhibiendo sus riquezas americanas, aquellas enormes bolsas de viaje traían todo tipo de objetos exóticos, perfumes Charlie, chocolates MM, videocaseteras Sony, pitusas Levy Strauss, tenis Puma, camisetas de los Beach Boys, zapatos de plataforma con brillo, relojes digitales Timex, espejuelos con lentes de espejo, café Pilón.
El perfil socioeconómico de los migrantes del Mariel resulta consistente con la idea del consumo como motivación principal.1
Las dos terceras partes de los “marielitos” (como les llamaron en Miami) eran personas no incorporadas a la fuerza laboral, por no tener la edad, ser estudiante, ama de casa, jubilado, o estar desocupado.
Más de la mitad estaba entre los 20 y los 40 años. Considerando el grupo de edades más numeroso, el “marielito” típico era un hombre entre los 25 y 29 años. Si fuera mujer, sin importar su edad, lo más probable era que no trabajara. Si estaba empleado, probablemente era trabajador directo de la producción o los servicios.
Comparándola con la población cubana de 1980, el grupo del Mariel se le parecía más que la emigración de los años 60: tanto en la juventud de la población; como en la proporción de mayores de 60 y en su pirámide ocupacional. Al mismo tiempo, era desproporcionadamente masculino (3,25 hombres por cada mujer), y una composición inferior de menores de edad, además de la alta desocupación. Entre los empleados, la composición de profesionales y técnicos, así como de administrativos, era menor que en la fuerza laboral cubana. Aunque superior a los flujos anteriores, la proporción de trabajadores directos también era menor a la existente en Cuba en 1980.
A reserva de la mayor o menor influencia que pudo haber tenido la imagen de prosperidad y nivel de consumo proyectada por los visitantes cubanoamericanos sobre la decisión de emigrar de los marielitos, el hecho es que los nexos reanudados por esas visitas crearon las condiciones para que el factor familiar —presente en toda emigración— operara de manera más directa. Aunque este nexo familiar no resulta intrínsecamente político, su manifestación migratoria, en el contexto de creciente tensión EEUU-Cuba en 1979-1980, la recargó políticamente.
Además de la desocupación, la tercera parte del Mariel estaba compuesta por personas cuyas edades no le permitieron contar con una perspectiva económica real ni, por tanto, con la capacidad requerida para tomar la decisión de migrar. Fueron un segmento inerte, arrastrado por el impulso de grupos en edades laborales y a la atracción de la comunidad cubana. La falta de independencia económica de las mujeres parece indicar que fueron elegidas, asociadas o comprometidas por los hombres jóvenes, y familiares residentes en Estados Unidos.
Aunque 45,25% de todas las personas que abandonaron Cuba a través del Mariel tenía antecedentes penales, los datos revelan que la mayoría no estaba en prisión. Nuestra investigación sobre una muestra al azar de más de 5000 casos arrojó que el grupo salido de la cárcel para montarse en los botes no rebasaba 15% del total del Mariel. En la estructura de los delitos predominaba el hurto o robo (40% del total con antecedentes), aunque también podría tratarse de delitos menores o inexistente en Estados Unidos (peligrosidad, salida ilegal, desacato, tráfico de divisas, propaganda, tenencia de armas blancas, etc. ).
Tanto por su “presumible más bajo nivel de experiencia laboral” (respecto a los anteriores emigrados cubanos) como en su “calibre humano” (imagen generalizada de que los “marielitos” eran peligrosos delincuentes, homosexuales promiscuos, y dementes), una inmensa ola de propaganda negativa rodeó al flujo también del lado de allá. Este rechazo se tradujo de entrada en un limitado apoyo político y financiero oficial, ausencia de un aparato burocrático que administrara eficientemente la ayuda otorgada y el rechazo global de la sociedad estadounidense, lo que constituyó una desventaja mayor para su promoción interna.
Se generó así un rechazo a nivel de la propia comunidad cubana, que reflejaba el interés por preservar el status de “inmigrantes especiales.” Muchos cubanoamericanos afirmaban que esos “no eran cubanos,” y que eran “demasiado negros.” Con posterioridad, este rechazo se iría debilitando, en la medida en que el propio gobierno norteamericano emprendiera, una vez que los siete meses del Mariel quedaron atrás, una campaña de remozamiento de la imagen pública de los “marielitos”.
Una acción dirigida a sanear esta imagen fue el mantenimiento en prisión de cerca de mil entrantes, a los que se les atribuyó haber estado presos en Cuba, y quienes, junto a los casi dos mil que fueron encarcelados por cometer delitos en los Estados Unidos, constituían “la cara oscura del Mariel,” como chivo expiatorio de esta limpieza simbólica.
El análisis del contexto de la salida requiere tomar en cuenta un factor presente en todas las oleadas anteriores y posteriores: el contagio. La carencia de una experiencia directa de la sociedad de destino, así como la velocidad de los acontecimientos, contribuyeron a imprimirle un componente irracional que, junto a las otras causas, marcaron en buena medida la decisión de emigrar. El próximo evento, la crisis de los balseros, en otro contexto bien distinto, también arrastraría factores comunes.
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Nota:
1 Rafael Hernández y Redi Gomis, “Retrato del Mariel: el ángulo socioeconómico,” Cuadernos de Nuestra América, n.5, enero-junio, 1986.