Como no estoy en Cuba viviendo en directo el fervor del V Clásico Mundial de Béisbol, me refugio en mis fotos. Busco y armo una colección beisbolera, fantaseando con que escenas como estas estén sucediendo ahora mismo en distintos lugares de la isla.
Llegué al primer partido de Cuba en la competencia sin muchas esperanzas. La desilusión se acrecentó con las dos primeras y estrepitosas derrotas.
Al tercer juego, los criollos no se amilanaron y salieron victoriosos con categoría y mucha mística. En su cuarta participación estuvieron mejor. A puro batacazo y control del picheo ganaron, para conjurar lo que pudo ser un desastre del deporte cubano: irse en primera ronda.
Luego se aliniaron las matemáticas, los planetas y hasta los orishas y pasamos a cuartos de final como líderes de grupo. Para la fecha ya había salido del team de los desesperanzados y engrosaba la banda de los ilusionados.
En esa instancia de vida o muerte el rival fue Australia. Como muchos cubanos dentro y fuera de la isla, madrugué. Desesperado, navegué por Internet en busca de algún sitio en el que transmitieran el encuentro. Encontré el canal de YouTube de un cubano que, desde algún sitio de los Estados Unidos, solidariamente enfocó su teléfono hacia un televisor y transmitió el juego improvisando narraciones y comentarios propios.
Como todo viene siendo un trance surrealista en este torneo para los míos, desde Buenos Aires fui, a mi vez, actualizando sobre el partido disputado en Japón a mi familia en Holguín, porque a las 7:30 de la mañana, a la altura del segundo inning, les tocó apagón. O sea, una triangulación comunicacional por un juego de pelota entre Asia, Estados Unidos, el cono sur y el Caribe.
¡Y con los nervios de punta ganamos! ¡Vamos para la semifinal en Miami! ¡Vamos Cuba, carajo! Mi grito debe haber resonado en todo el barrio.
Un equipo Cuba de pelota, por primera vez en la historia con todos, con los que juegan en el patio y los que decidieron probar suerte en la gran carpa, nos llenó de emociones. Tras diecisiete años desde aquel primer clásico en el que fuimos subcampeones, volvemos a estar entre los cuatro grandes del béisbol mundial. Imposible no estar ebrio de orgullo.
¿Cómo no lo vi antes? “(…) To’ el mundo sabe, mi hermano, / que tiembla la tierra fuerte / donde pisan los cubanos. / Asere, / no te confundas / que yo soñé con jugar en las grandes / Y ese sueño lo cumplí. / Es que no importa el país / donde hoy pueda estar viviendo. Lo que importa es / que soy cubano reyoyo de nacimiento”, dice la canción Team Asere, compuesta al fragor de las emociones por el músico cubano Alexander Abreu.
Ahora ando con mi camiseta de las cuatro letras en el pecho y el 10 en el dorsal, el número de grandes como El niño Linares, El Yuli o Moncada.
Voy vestido así a todos lados. Mis compañeros de trabajo me preguntaron por qué llevo la misma camisa y gorra estos días. Les recuerdo que muchos de ellos, durante el Mundial de Fútbol andaban igual, con la camiseta albiceleste. Quizá sea este atuendo, a 7 mil kilómetros de la isla, mi cábala.
No soy un fanático del béisbol. Le voy a Holguín por ser mi lugar de nacimiento y guardo hermosos momentos vividos de pequeño, cuando mi abuelo me llevaba al estadio Calixto Garcia. Además, estuve en las gradas y me lancé al terreno, la tarde de 2002, cuando la novena holguinera salió campeona de la Serie Nacional. Después simpatizo un poco con Santiago de Cuba, por aquella escuadra de Kindelán, Pacheco y Pierre. Pero hasta ahí.
No sé de estadísticas ni nombres. De los peloteros que nos representan en el Clásico solo conocía a un par. A veteranos como Despaigne y del cuerpo técnico a Germán y Lazo. Quizá porque forman parte de las últimas referencias felices en ese deporte antes de la debacle.
Mas, el bichito de la pelota y ver a Cuba jugar, juegue donde juegue, es parte de nuestro ADN afectivo y emocional. Amigos, desperdigados por el mundo, que en tiempos de la universidad íbamos al estadio a falta de otro pasatiempo, volvimos a hablar de pelota en un chat grupal. Un par de ellos, que viven en los Estados Unidos, tienen boletos para la semifinal. Hace mucho que no se ven, aun viviendo en la misma ciudad; así que decidieron reencontrarse en el LoanDepot Park para alentar al Cuba.
Las alegrías no borran los problemas hace décadas arrastra el pasatiempo nacional, como la imperiosa necesidad de tener un campeonato de béisbol profesional con todo lo que esa instancia implica. Pero quiero disfrutar e ilusionarme. “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera. Quiero ser Campeón mundial”, cantaban para la selección argentina de Messi en Qatar 2023. Ahora vuelve a retumbar el cántico para el equipo Cuba.
Quizá aún no tenemos idea de la importancia de lo que ha conseguido hasta aquí el equipo. Es mucho más que un par de números para las estadísticas o, sobre todo, para poder resurgir. La pelota es más que un simple deporte. “¿Tú sabes el oxígeno que le ha metido ese equipo al pobre corazón de los cubanos?”, me escribe una amiga cubana desde el viejo continente. Además, desesperada me pide un enlace para ver el partido de mañana.
Somos muchos los que nos sentimos parte del #TeamAsere, esa etiqueta que se ha vuelto tendencia en las redes sociales y se ha convertido, de forma genuina como son las cosas cuando son del corazón, en bálsamo de un país urgido de alegrías.
Mañana puede pasar cualquier cosa. La mechita de la ilusión está encendida y eso es un montón. Volvimos a sentir identidad y apego por un equipo Cuba de pelota. Es un team Cuba, un team asere, de todos y para el bien de todos, sin importar la esquina geográfica o ideológica en la que cada noche conciliemos el sueño o transcurra nuestra vida. Pobre el que haya decidido perderse esta fiesta.
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Pero esquina caliente para debatir q cosa si la pelota en cuba dejo de existir hace varios años los juegos más q un espectáculo parece un circo