De Platón a Spinoza, de Erasmo a Kant, de Hegel a Heidegger, trasciende y se modifica, adquiriendo nuevos matices y complejidades, la pregunta por la sustancia del mundo. Por aquello que da cuerpo a la experiencia. Los cubanos, a quienes se nos piensa muy lejos de la filosofía, lo cuestionamos cada día como si fuera la pregunta más trascendente del mundo: “¿cómo está la cosa?”.
Nuestro inherente interés por “la cosa” parece transmitirse de generación en generación. Una misma pregunta, una misma exclamación, un mismo apelativo para nombrar lo innombrable: “la cosa” es el Voldemort de nuestra variante del español.
El hecho de que la pregunta por “la cosa” se haya convertido prácticamente en una interjección para el saludo ocasional, demuestra cuánto ha calado entre nosotros la preocupación por las cuestiones más profundas del ser. “¿Cómo está la cosa?”, nos invita a evaluar la circunstancia, a pronunciarnos sobre el pasado, el presente o el futuro. Incluso a pronunciarnos sobre ese terreno que Derrida llamaba “lo indecible”. A cuántos no nos han respondido con esa enigmática e inacabada frase “La cosa estáaaa…”
No obstante, desde el punto de vista estrictamente lingüístico es muy interesante esta expresión. Al punto de que puede dudarse si plantearla como una pregunta, en tanto saludar o iniciar una conversación con ella no necesariamente demanda una respuesta directa. Esta se puede obviar perfectamente y pasar a otro asunto, o usar otra fórmula de saludo equivalente, incluso la propia frase. También vale acotar que, al perder el matiz interrogativo y, en función de la expresión del hablante, la frase puede estar evaluando (casi siempre negativamente) una situación determinada: “¡Cómo está la cosa!”
Una dinámica similar podemos encontrar en la alternancia entre “¿qué cosa?” y “¡qué cosa!”, cada una de las cuales nos lleva por caminos de sentido diferentes. Con matiz interrogativo, esa expresión se ha instalado progresivamente como una de las más usadas en el habla popular cubana para expresar asombro, incredulidad, sorpresa, además de matices irónicos o sarcásticos, según la situación comunicacional. En la variante exclamativa, las funciones son más reducidas, expresando generalmente lamento, incredulidad o desinterés.
Pero el “qué cosa” tiene un antecedente de larga data entre nosotros. Más o menos conflictiva, según la situación en que se emita. Ya son varias las generaciones de cubanos que conocemos y usamos la expresión “¿qué cosa é?”. Parecería pregunta absolutamente fenomenológica: de aquello que existe y se verifica como materia en el mundo. Pero, en buen cubano, la pregunta no persigue tanta hondura. Para nosotros esa cosa tiene que ver con situación o circunstancia concreta, con problema a resolver: si alguien parece estar ofendiéndonos directamente, si nos llaman para un asunto desconocido, si se nos acusa sin presentar claramente la causa… Pues ahí va: “¿qué cosa é?”
Sin embargo, parece que el cubano tiene una respuesta para todo, incluso si responde con lo mismo que pregunta. Así, quien viene a hablar sobre un asunto que no se ha revelado aun, puede resumir ese asunto como “la cosa”: “La cosa es que…” O, “la cosa fue… “
En el ejercicio de la sustantivación, “la cosa” designa entre nosotros a muchos elementos, sean concretos o abstractos. Larga data, por ejemplo, tiene el uso en Cuba de “cosa” como sustitutivo de dolencia o desmayo repentino: “a Fulano le dio una cosa”. Pero “darle una cosa” a uno también tiene un uso figurado, cuando recibimos una noticia que nos impacta o prevemos una circunstancia con la que no estamos de acuerdo: “me dijeron que el niño suspendió el examen y casi me da una cosa”, “atrévete a hacerlo, pa´ que a mí me dé una cosa”, etc.
“Cosa” también puede nombrar a un grupo de elementos indiferenciados (“sírveme ahí cualquier cosa”, “yo estoy bien con cualquier cosa”); nos puede asistir en la designación de algún objeto material cuyo nombre hemos olvidado (“la cosa esa”, “el coso ese”); incluso con variantes afectivas como “cosito” o “cosita”, las cuales no es inusual encontrar como formas de referencia a la pareja o un ser querido.
Si escuchamos decir, “se formó la cosa”, es muy claro que una situación problemática o conflictiva acaba de iniciarse, o se inició en el pasado, si estamos relatando algún hecho concreto: “se fue la luz en medio del concierto y ahí mismo se formó la cosa”. Con similar sentido de circunstancia y un uso bastante extendido, encontramos también construcciones sintácticas como “cada cosas”: “tú te metes en cada cosas”, “en esa reunión se bajaron con cada cosas”. También puede significar ocurrencia, perspicacia, sagacidad o inventiva: “a ese niño se le ocurren cada cosas”.
De quien presume mucho o exagera en el lucimiento de sus virtudes, decimos que “se cree cosas”. “La cosa” acompaña e intensifica el significado de un elemento sintáctico que le antecede al incorporarse copulativamente a la frase: “venía con un embaraje y una cosa”, “siempre estaba con una atmósfera y una cosa”, “caminaba con una putería y una cosa”, y así sucesivamente.
“La cosa” puede causar extrañeza o despertar interés: “Fulano anda en cosas raras” o “Él/ Ella tiene una cosa” (encanto, atractivo). “La cosa” puede ser obsesión con una persona o asunto: “esa chiquita cogió una cosa conmigo”, “cogió una cosa con el tema ese”. Y la cosa es también misterio, imposibilidad de descifrar las intenciones de alguien (“me lo dijo con una cosa”) o la potencia que se encierra en un asunto determinado (“eso tiene su cosa”).
Y, tratándose de Cuba, por supuesto que “la cosa” también apela traslaticiamente a los órganos sexuales, generalmente al pene: “se le salió la cosa”, “echa para allá esa cosa”, “guárdate la cosa”, etc. No obstante, en términos estrictamente médicos, “la cosa” se aviene perfectamente para designar aquello sobre lo que se tiende el manto del enigma: “le hicieron una placa y le vieron una cosa en el pulmón”, “tiene una cosa grave”, “le tienen que seguir haciendo cosas”, etc.
Por último, debo referirme a los usos más contemporáneos e innovadores de “la cosa”. Para mí radican en expresiones ya muy instaladas en el uso cotidiano y cuya transcripción, creo, amerita el guion, que nos entrega una palabra doble. Es el caso de las expresiones “cosa-gorda”, “cosa-seria”, las cuales designan situaciones o circunstancias de relevancia, dignas de ser tomadas en cuenta o que pueden generar preocupación. Lo interesante en este caso radica en cómo el habla las va transformando en una unidad léxica independiente. Sus dos componentes son inseparables y hacen referencia a situaciones muy específicas de la experiencia cotidiana.
Cierro hoy esta divagación lingüístico-filosófica con otra joya de la Cuba de hoy. La frase es una invitación a la vida, al disfrute de la experiencia y del existir, pero también a beber en el pozo inconmensurable de la sabiduría humana: “No te mueras pa´ que veas cosas”.
Nos vemos en par de semanas para hablar de otra cosa.
Interesante artículo
No se olvide de una palabra, que si antaño se consideraba como MALA PALABRA hoy día, y tal vez, se use mucho más por la población que la palabra “cosa” y me refiero a la palabra PINGA.
Es un disfrute la lectura de los artículos sobre Lenguistica de Ariel Camejo
Gracias por publicarlos.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Un comentarista deportivo