Hablamos ya en una ocasión sobre las formas cubanas de hacer referencia al acto sexual. Pero no abordamos entonces aquellas variantes nuestras que revolotean en torno a la idea del amor sentimental, del enamoramiento, de quien queda cautivado por la belleza o el físico de la persona amada. Los flechazos del travieso Cupido pueden ir acompañados en el territorio isleño de múltiples fórmulas “lingüísticas” que aportan una pincelada de color antillano al más intenso de los sentimientos.
Cupido hubiese encontrado aquí gran variedad de expresiones, por ejemplo, para describir semejante estado de idilio. En el idioma español, la forma verbal “estar” tiene como una de sus funciones principales designar un estado que, paradójicamente, suele ser temporal, no permanente, sino pasajero. No obstante, nuestras formas de completar ese “estar” parecen totales y definitivas.
Transmite un carácter absoluto, por ejemplo, la popular expresión “estar muerto” que se puede escuchar también como “estar muerto en la carretera”. Parecería incongruente asociar la muerte con el amor, aunque referencias clásicas, como la de Romeo y Julieta, nos lleven a pensar lo contrario. Lo cierto es que, si escuchamos decir que “Mengano está muerto en la carretera con Fulana”, esa atracción es poderosa e indiscutible. De cómo ese muerto llegó a la carretera habrá que seguir investigando, aunque parece que la idea del amor como un crimen no es nada aburrida.
Pensemos en otra expresión muy popular como “esa es la mujer que me mata”, que incluye toda la emoción pasional posible. Incluso, ese acto de asesinato puede referirse a acciones o características físicas que constituyen el “arma” de quien idolatramos: “esos ojos azules son los que me matan a mí”, “a mí lo que me mata son tus besos”, etc.
Con “estar” también tenemos la curiosa fórmula “estar metido”. Y digo curiosa porque en este caso “meter” desarrolla una nueva connotación semántica, que funciona también con el verbo “tener” como auxiliar: se puede “estar metido” y también “tener un metido” con alguien, aunque ambos casos dibujan matices particulares. Si decimos que “Pablo está metido con Susana”, nos referimos a la atracción, esencialmente sentimental, que siente Pablo por Susana. Sin embargo, la expresión “Pablo tiene tremendo metido con Susana” nos refiere una atracción profunda, irresistible, en ocasiones obsesiva. Cuando era adolescente, solían escucharse, quizás para aportar un aspecto ilustrativo, frases como: “está metido con ella como un camión en un bache”.
Un sentido obsesivo muy similar parece esconderse en nuestro pintoresco uso de “prende”. Si en el lenguaje clásico de la poesía romántica española, quedar enamorado era equivalente a quedar prendado, en nuestra habla cotidiana modificamos el prendado por el “prendido”, e incluso con una nota de mayor intensidad: “reprendido”. Quien tiene un “prende”, un “reprende” o está “reprendido”, no puede camuflar su atracción por otra persona.
Otras expresiones con el auxiliar “estar” son, indistintamente, menos creativas o más ambiguas, pero en cada caso señalan situaciones culturales, contextuales o de relación muy singulares entre los hablantes. Así, podemos escuchar variantes como “esa muchacha está pa ti” (está interesada en ti), “ese chiquito está pa cosa” (quiere algo contigo), “está pa lío conmigo” (desea establecer o sostener una relación), “estoy pa to contigo” (me interesa una relación sin límites), entre otras. Muy gráficas resultan “estar babeado” o “estar frito” con alguien. Incluso, esta última tiene una variación muy graciosa en “estoy fritura”.
Como he mencionado antes, también resultan muy populares las construcciones con “tener” para formular lo que se siente por otra persona, las cuales suelen aportar una mayor intensidad afectiva. Expresiones como “qué clase de cogío tiene con ella” o “tiene tremendo queso con ese chiquito”, o “qué cráneo tengo con tu primo”, traslucen precisamente ese sobredimensionamiento de los afectos.
Podemos escuchar también variantes que añaden notas de catastrofismo a la atracción: “esa jeva me tiene fundío”, o “desde que lo conocí me tiene loca”, o “me tiene la cabeza virá al revés”. En los casos de “tener a alguien dormido” o “comiendo de la mano”, la atracción deriva en control absoluto de quien atrae; mientras que “tener culequera”, aporta una valoración burlesca del éxtasis amoroso: “tiene tremenda culequera con la novia nueva”.
Si las frases que se sirven de las formas verbales “estar” y “tener” denotan o transmiten un sentido de estado pasajero, circunstancial, temporal, modificable; no ocurre lo mismo cuando encontramos expresiones construidas con “ser”, las cuales hacen referencia a condiciones con carácter permanente, inmutable.
Por lo tanto, cuando encontramos estas referencias, hacen alusión a una persona específica durante un extenso período de tiempo. Es el caso, por ejemplo, de la expresión “ese es mi coco”, donde “coco” es referencia metonímica a la cabeza, al cerebro y al acto de pensar. Si “Manolo es el coco de Cachita”, es porque, cuando se trata de Manolo, Cachita no piensa con claridad, objetiva o racionalmente.
En ese mismo grupo podemos incluir las variantes de ser “quien te mata”, o ser “tu pastilla”. Ambas señalan a una persona que, aun cuando pase el tiempo, suele provocar afectivamente a una persona: “ese muchacho es el que la mata a ella desde que estaba en el pre”, “no te hagas que tú sabes ella es tu pastilla de toda la vida”. Una variante que puede alternar entre lo permanente y lo circunstancial es la que combina “ser” con “cuadrar”. Podemos señalar a quien nos gusta invariablemente: “esa es la que me cuadra”; pero también apuntar a quien nos resulta atractivo en un contexto específico: “¡cómo me cuadra ese primo tuyo!”.
Por último, tendríamos que mencionar también algunas frases que describen a quien se siente atraído o cautivado por otra persona. Algunas son más comunes en nuestra lengua estándar como “estar alborotado”, “ponerse colorado” o “perder la cabeza”. Otras suenan más isleñas, como cuando decimos que a alguien “se le aflojaron las patas”, solo porque ha visto de cerca a la persona amada. Sin embargo, prefiero una en la que siento una lejana resonancia poética, aquellos versos que hablaban de un poeta perdido en selva oscura. Quién no ha visto pasar por delante a esa persona que idolatra, unos ojos, un contoneo, un sutil aroma que conocemos de memoria… para de inmediato murmurar al viento: “yo ahí me pierdo”.