Doblé la esquina apresurado, mientras escribía un mensaje de texto para avisar que llegaría unos minutos tarde. Sin apartar los ojos de la pantalla, noté la silueta de una figura casi encima de mí, y me detuve en seco. Alcé la mirada y comprobé que casi impacto con la escultura de Cecilia Valdés, la bella protagonista de uno de los baluartes de la literatura cubana, la novela homónima escrita en 1882 por Cirilo Villaverde (1812-1894).
Emplazada a metros de la entrada principal de la iglesia del Santo Ángel Custodio, en la calle Compostela, La Habana Vieja, Cecilia parece caminar lento y con semblante acongojado.
Varias veces he pasado por aquí. Siempre de paso, he ascendido por la calle Cuarteles o la mencionada Compostela hasta la Loma del Ángel, como se conoce el pequeño montículo en el que fue construida la iglesia de estilo neogótico en 1695. Por supuesto, me he cruzado con la Cecilia Valdés esculpida por el joven artista cubano Erig Rebull e inaugurada en 2014 por el bicentenario (dos años antes) de Villaverde.
Sin embargo, de no haber sido porque casi choco con ella, no me habría detenido a apreciar los trazos delineados que dieron forma a la fisonomía de la obra de arte.
Cecilia Valdés o La loma del Ángel, título completo del libro, no solo es la historia de un trágico amor, sino además un retrato crítico de la sociedad cubana de la primera mitad del siglo XIX, marcada por la esclavitud y las tensiones raciales.
En la trama Cecilia es una joven mestiza, hija de una mulata y un español, que vive en el convulso contexto de la Cuba colonial. Su belleza y gracia deslumbran a todos, incluido Leonardo Gamboa, joven blanco de buena posición. La historia de amor entre ellos (incestuosa, por demás, pues son hermanos por parte de padre) está teñida de prejuicios raciales y sociales, y está condenada desde el inicio a un trágico final.
En su silencio inmutable, la escultura parece susurrar los secretos y pasiones contenidos en la novela. Rebull logró captar de forma magistral la esencia del personaje. La estatua es tan natural que los límites entre las 18 partes soldadas minuciosamente para conformar la pieza definitiva pasan inadvertidos por completo. Sorprenden los delicados detalles del rostro de Cecilia, la sutil expresión de tristeza en sus ojos, el vestido suelto que se arrastra por el suelo, el peinado y la gracia de su postura con un abanico…
“Su semblanza evocaba a las vírgenes retratadas por los más célebres pintores”, puede leerse a propósito de la joven mulata en el segundo capítulo de la novela.
La obra escultórica también contiene algo del amor y el dolor del artista. En medio del proceso de creación, la novia de Erig Rebull, Gisell Fundora, falleció con solo 32 años. Había sido su musa inspiradora y modelo para dar forma a la Cecilia en bronce.
La Cecilia Valdés de la Loma del Ángel cobra vida en su entorno cotidiano. Su ubicación coincide con el punto geográfico en el que tiene lugar el desecenlace final y la escena más triste de la novela: el asesinato de Leonardo (perdón por el spoiler).
Fue idea de Eusebio Leal, historiador de La Habana, quien tuvo la visión de dar vida a Cecilia Valdés a través de la escultura, rindiendo un homenaje a la literatura cubana. La iniciativa se suma al tributo que Cirilo Villaverde recibió en este mismo lugar en 1946, cuando se develó una placa en su honor.
Casi al irme, paneo mi cámara por la plazoleta y sus contornos. Abro el ángulo para recorrer sus edificios de fachadas históricas, balcones adornados con enredaderas y amplios ventanales que parecen atestiguar el devenir del tiempo. En este rincón apacible de la ciudad escasean los viandantes.
En medio de la serenidad, aparece una figura que sobresale en el entorno. Es una muchacha que parece haber emergido de las páginas de una novela. Evoca a Cecilia, “la cubana que lleva en su indomable corazón toda la fiereza y esperanza de Cuba, y en sus ojos, todo el fuego”, como escribió José Martí (bautizado por cierto en la Iglesia del Santo Ángel Custodio). Esto lo publicó en la edición del periódico Patria del 30 de octubre de 1894, apenas días después del fallecimiento de su compatriota Cirilo Villaverde, en Nueva York, donde se publicó por primera vez la novela y ambos escritores compartieron exilio.
La luz cálida y suave de la tarde, que se filtra por la calle Cuarteles, ilumina el rostro con una gracia celestial de aquella joven. Mi mente divaga, y por un instante me pregunto si acaso la escultura de Cecilia Valdés habrá cobrado vida para caminar entre nosotros.
Inspirado por el instante, decido acercarme a la joven y pedirle retratarla. Ella acepta con una sonrisa amable y posa con una naturalidad que muestra lo innato de su elegancia.
Prefiero no indagar acerca del nombre o la historia de mi fotografiada. Me gusta la idea de llevar conmigo la fantasía de que, en algún rincón de la Loma del Ángel, Cecilia Valdés aún desanda, esparciendo gracia y encanto en el corazón de La Habana Vieja.